LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Aficionados, dirigentes y comentaristas no pueden esconder su inquietud ante la actuación que ha registrado el equipo nacional de beisbol en la tradicional Semana del Beisbol de Harlem, Holanda, en la cual, a pesar de ganar el torneo a aduras penas, se han vuelto a manifestar las deficiencias y lagunas del principal conjunto de la Isla, para colmo de males ante rivales que distan mucho de la calidad que deben enfrentar dentro de pocos meses en el esperado tercer Clásico Mundial de la disciplina.
En este torneo que cerró sus cortinas el pasado domingo 22, el cual por cierto el plantel cubano no podía ganar desde 1998, a los bateadores cubanos de mejor actuación en la pasada contienda nacional les costó mucho trabajo anotar carreras al punto de promediar poco más de 200 puntos de average ofensivo en un certamen de dudosa calidad por cuanto reunió además del representativo anfitrión, vencedor de Cuba en la pasada Copa Mundial de Panamá (octubre 2011), a la selección universitaria de Estados Unidos, una selección de universitarios japoneses, el equipo de Taipéi de China compuesto por peloteros de la liga amateur de la Isla asiática y un plantel de Puerto Rico integrado por jugadores descartados de los varios circuitos profesionales que en este momento funcionan en los Estados Unidos.
Al analizar como con tan pobre demostración en este torneo Cuba con su equipo élite enfrenta a Holanda, país sin tradición beisbolera que ha avanzado mucho en los últimos años ―no olvidar que eliminaron al poderoso equipo de República Dominicana en el último Clásico Mundial (marzo 2009)― y a otros países que pueden mejorar varias veces la calidad de su representación, podemos hacernos una idea del gravísimo estado en que se encuentra el beisbol cubano para afrontar el reto de hacer un papel decoroso en el máximo evento del complejo y apasionante deporte a celebrarse en la primavera del año próximo.
Hay que reconocer como ya se hace costumbre la sensación experimentada en estos días de juegos tan reñidos y derrotas inesperadas, por cuanto en el último lustro los equipos nacionales no han logrado cumplir su invariable cometido de ganar los torneos oficiales de la disciplina.
Aunque las autoridades y sus voceros se niegan persistentemente a reconocer como el aislamiento del beisbol cubano de los circuitos profesionales le está pasando una cuenta cada vez más alta a la calidad y competitividad de nuestro pasatiempo nacional, la cruda realidad del terreno de juego en cada torneo internacional hace despertar a muchos cubanos del letargo chauvinista que nos hace considerarnos los mejores, en eso también.
El panorama del beisbol cubano se ensombrece también por la caprichosa intolerancia que convierte en tabú a la pelota profesional, nadie se explica por qué cada semana podemos disfrutar a través de la televisión nacional del talento de los mejores futbolistas del mundo, mientras se nos priva de apreciar las actuaciones de peloteros y basquetbolistas tan profesionales y tan millonarios como aquellos, solo porque actúen en los Estados Unidos.
Por otra parte la persistencia de mantener una estructura con representación de todas las provincias en el torneo élite nacional conspira contra la calidad de la disciplina, mantiene muchos estadios vacios en el país y baja el techo del beisbol cubano. En ninguna liga del mundo todos los estados o provincias de un país tienen equipos en la primera división. Esta es una asignatura pendiente de la pelota cubana de cuya solución depende en gran medida la recuperación de la calidad y las buenas actuaciones internacionales.
Otro problema latente es el constante éxodo de jugadores establecidos y noveles que buscan en otras latitudes nuevos horizontes de realización personal. Hay peloteros cubanos jugando en varias ligas profesionales europeas y se desenvuelven hoy en la ligas mayores de los Estados Unidos hombres como Kendry Morales, Alexei Ramirez, Yoenis Céspedes, Aroldis Chapman o Yasiel Puíg que debían ser pilares del conjunto nacional y que podrían serlo si Cuba no estuviera enferma del hegemonismo intolerante de sus gobernantes que trata como súbditos manipulables a todos los ciudadanos, obliga a los individuos a escapar como esclavos de épocas pasadas y convierte en traidores a quienes se atreven a pagar el precio de su libertad.
El gobierno cubano podría permitir que los jugadores de la Isla participen en las ligas profesionales de Japón, México, Corea del Sur o Taipéi de China. Mejor sería ver a las autoridades cubanas renunciar a la muy lamentable y contraproducente práctica de ideologizar y politizar todo en función de sus intereses de dominación.
Sin embargo estos demoledores de la patria, que han acabado con tantas esencias y tradiciones de la nación cubana ―la industria azucarera, la masa ganadera, la producción de café, los carnavales de La Habana, las flotas mercante y de pesca y de paso con el pescado, la vida nocturna, el boxeo o la creatividad arquitectónica― parecen preferir acabar también con la principal pasión recreativa de los cubanos antes de ceder en sus afanes hegemonistas y reconocer a los ídolos deportivos como hombres libres, dueños de su destino, quienes después de ser famosos y millonarios sientan el orgullo de seguir representando a su país sin presiones, chantajes ni tutelajes de inspiración absolutista.
El resultado final de este torneo de mediocre envergadura poco importa para el balance real del estado actual del beisbol cubano. Ojala el coyuntural desenlace no alimente la socorrida obnubilación vanidosa que tanto daño nos hace, esperemos que los tragos amargos de estos días conmuevan la conciencia y sensibilidad de las autoridades cubanas para dar los pasos que rescaten a la pelota cubana del abismo en que se hunde sin remedio.
Ojalá el recurrente letargo de los bates cubanos en la arena internacional obligue a los gobernantes cubanos a escuchar el clamor desesperado de un pueblo aficionado que parece implorar desesperado: ¡no nos quiten la pelota también!