LA HABANA, Cuba.- Pasaron toda la semana hablando del desfile del 1ro de mayo y dieron una y mil razones para que asistiéramos a esa procesión. Los pocos periódicos que quedan se empeñaron en hacer notar las razones para estar presentes, para ser puntuales, para que, a la hora justa, estuviéramos en los puntos de concentración, para hacer luego la marcha, para chillar consignas y desplegar banderas, para dar vivas y gritar una y mil veces el nombre de Fidel y, aunque no quedaran fuerzas, el de Raúl, incluso el de Díaz-Canel.
Han pasado horas, días y semanas convocando, intimidando, haciendo notar que a quien no asistiera se le descontaría un día de su sueldo. Pasaron meses y meses por esta tierra baldía. Pasaron días y días, y finalmente llegó el día, y coincidió con la muerte de Alarcón, ese que hace unos años intentó hacernos creer que si todos pudiéramos viajar se armaba un gran desparpajo allá en el cielo, tan grande, tan descomunal, que los aviones se estrellarían unos contra otros allá en el cielo, tan cerquita de Dios, y ni siquiera Dios podría evitar la enorme aglomeración, los choques estruendosos, que de tan bullangueros se oirían acá, en la tierra de todos…, pero dejemos a Alarcón porque esta vez es la celebración del día de los trabajadores la que tiene aquí todo el protagonismo.
Y es que llegó el día que sucede a la última de las jornadas del mes de abril, ese abril al que Eliot supuso el mes más cruel, ese mismo mes que le robaron a Joaquín Sabina. Y llegó mayo con su primer día, un día estruendoso, una jornada que los trabajadores del mundo escogieron para hacer demandas y los jefes cubanos para recibir halagos, para que les hicieran reverencias, sin importar los precios a pagar, ni el petróleo que haya que gastar en un país donde el “desamparo y la humedad comparten el mismo colchón”, para seguir a la manera de Sabina. Y así de ajetreada transcurrió la última noche de abril. Así comenzó el mes de mayo.
Se inició mayo, “para variar”, con aglomeraciones, como si no bastara con las colas que cada día enfrentamos los de a pie. Comenzó con bullas, con algarabías, con circo para hacernos olvidar el pan. Llegó mayo después de tanto exilio, después de tantos muertos que intentaron escapar cuando estuvieron vivos, o quizá sea mejor decir que encontraron la muerte cuando buscaban la vida que por acá no consiguieron. Mayo amaneció en una plaza oscura, en una plaza de millones de mentiras.
Desde hace mucho se irguieron las mentiras en la plaza, esas mentiras que se acumularon durante años. Y tantas mentiras fueron que la plaza cambió su nombre, tanto que de “cívica” pasó a ser de “la revolución”. Ese lugar perdió el civismo, dejó de ser patriota y se hizo apátrida. La plaza se hizo con mentiras, con discursos laudatorios, con discursos difamadores, con órdenes de sepultar. En la plaza se mintió, y quienes tomaron la palabra se hicieron viles discursando, encarcelando, matando.
En ese sitio se inventaron héroes, se dictaron héroes “impolutos” cuando volvieron de hacer guerras, cuando volvieron de salvar vidas y pagaron al gobierno… Tanto pagaron que con eso se podrían construir un montón de plazas, y las construyeron, y las adoraron, como si de un santuario divino se tratara. Y en esa plaza, en esa tribuna de falsos dioses se mandó a matar, a encarcelar. Y hasta allí llegan los cubanos obligados a hacer un montón de reverencias cada 1ro de mayo, a hacer loas. Y allí los esperan, cada 1ro de mayo, unos dictadores, a la sombra de la torre de una plaza nada cívica, nada revolucionaria.
Y pobres los que se levantaron temprano y los que no durmieron, pero no por convicción, más bien por miedo. Pobres los que ajados, cansados, olvidados, fueron a la plaza elevando sus proclamas y los muchos pregones comunistas, esos que luego dejaron olvidados en la calle, como quien se despoja de todo mal, como quien desprecia esa realidad que lo abruma, y que fijé en una foto después que lo descubrí en el suelo y abandonado, ese en el que escribieron: “Cuba libre y soberana”, ese que fijé en una foto como evidencia de esa libertad y soberanía pisoteadas, abandonadas en “el contén del barrio”.
Y bien sabe el poder lo que está pasando, y por eso intentaron chantajearnos, por eso el “Tribuna de La Habana” advirtió las razones por las que no debíamos dejar de ir al desfile, con muy torpes argucias que nos llenan de sospechas. Nos dijeron que allí podríamos encontrarnos con personas cercanas, y también que una caminata era la mejor manera de hacer ejercicios para ganar en salud, para hacer fotografías. Lo más curioso es que se atrevieron a señalar que esa reunión tenía un gran valor histórico, porque podría ser la última vez en presencia de personas importantes en la obra de la revolución.
Resultan muy curiosas esas advertencias, sobre todo en un país donde abundan los secretos, donde no se pueden hacer esas alusiones sin contar con la más alta jefatura ¿Acaso se refirieron a posibles muertes en la jefatura más alta? ¿Será que anunciaban la muerte de Ramiro Valdés o Machado Ventura? ¿Acaso está gravemente enfermo Raúl Castro? ¿Quién va a morir? ¿Quién puede ser defenestrado?
Sin dudas debemos esperar si queremos saber quién será el próximo en “estirar las patas”. Hoy Reinaldo Arenas podría volver a escribir “Después del desfile”, y yo termino estas líneas abatido por las dudas, y sobre todo creyendo que alguien que desfilara este domingo en la plaza, mañana podría tomar un avión y largarse lejos, muy lejos de la plaza.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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