LA HABANA, Cuba.- A pesar de algunos episodios aislados y de poca monta en los que se mencionan a figuras ilustres de la literatura que no comulgan con la izquierda internacional, la cultura oficialista cubana mantiene la estrategia del olvido hacia esos escritores cubanos que se oponen al castrismo, como Guillermo Cabrera Infante.
Un ejemplo de esa política del olvido lo tenemos en un reciente artículo aparecido en el periódico Granma en su edición del 4 de mayo. Se trata de una breve reseña en la que el articulista menciona a tres o cuatro autores —residentes en Cuba o identificados con la maquinaria del poder— que en sus obras han personificado a La Habana como uno de los mitos espaciales más consistentes de la literatura cubana.
Se trae a colación a Alejo Carpentier y su novela El siglo de las luces; a la cuentista María Elena Llana, con su relato Casas del Vedado, que habla de las mansiones habaneras de los antiguos propietarios que abandonaron la isla con el advenimiento del castrismo; y también de Leonardo Padura —el novelista más leído de los que residen en la isla—, con las peripecias de su detective Mario Conde.
En verdad no habría mucho objetar con respecto a los autores incluidos en la reseña. El problema consiste en no incorporar a autores que con sus obras posibilitaron que conociéramos más a nuestra ciudad capital. Y en esa faena de recuperación debe estar de primero el novelista Guillermo Cabrera Infante.
Cabrera nació en la oriental ciudad de Gibara, y dirigió el semanario Lunes de Revolución en los primeros años sesenta. Sin embargo, abandonó definitivamente la isla en 1965, decepcionado con el totalitarismo castrista. Posteriormente, en 1997, recibió el Premio Cervantes, el más alto galardón concedido a autores que escriben en español.
En Cuba escribió la novela Tres tristes tigres, y ya en su exilio londinense publicó La Habana para un infante difunto, tal vez sus libros más significativos en el campo de la narrativa.
La primera de las novelas mencionadas es casi una crónica de las noches y madrugadas habaneras, con sus centros nocturnos, y ese ambiente voluptuoso salpicado de sexo, y narrada a una altura tal que la convierten en uno de los clásicos de la literatura latinoamericana.
La segunda novela, por su parte, es insuperable en cuanto a mostrarnos la vida habanera de los años cuarenta y cincuenta. Sus solares, sus casas de cita, sus calles, y sobre todo sus cines de barrio, en los que el adolescente Cabrera Infante descubriría el sexo en sus múltiples manifestaciones.
Evidentemente, decir La Habana en la literatura es reseñar la obra de Guillermo Cabrera Infante. No hacerlo así es caer en el descrédito, y perder la poca credibilidad que va quedando a estos medios oficialistas.
Debemos añadir que este espíritu de omisión con que el articulista de Granma redactó su trabajo periodístico también estuvo presente en la muestra de libros mexicanos que Paco Ignacio Taibo II y su tropa trajeron a la Feria Internacional de La Habana. Ni un libro de Octavio Paz, de Jorge Volpi, de Ignacio Padilla, o de cualquier otro autor joven con puntos de vista menos complacientes hacia el régimen cubano.
Se da por descontado que semejante exclusión también distinguirá a la librería Tuxpan, que el Fondo de Cultura Económica de México, dirigido por el propio Paco Ignacio Taibo piensa inaugurar próximamente en el Vedado habanero. Ni autores extranjeros incómodos para el castrismo, y mucho menos cualquier autor cubano marginado por la cultura oficialista. No importa que el Fondo de Cultura Económica los tenga en su catálogo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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