La Cooperativa Pesquera del poblado “La Panchita”, en el municipio de Corralillo, al centro de Cuba, se rige por disposiciones y reglas dictadas por funcionarios que al parecer jamás han puesto un pie de la costa hacia adentro.
Por ejemplo, cuando hay cualquier tipo de roturas en los barcos, los pescadores quedan automáticamente desempleados. Pues la cooperativa no permite pago alguno por interrupciones, por muy ajenas que éstas sean a la acción o la voluntad de sus trabajadores.
En tales casos, el pescador tiene la obligación de esperar, sentado en su casa, hasta que el comprador de la cooperativa localice la pieza rota y ésta sea repuesta. No importa el tiempo que deba permanecer improductivo en tierra. Jamás recibirá ni un centavo de retribución.
Oscar, de 42 años de edad y pescador de toda una vida, estuvo tres meses sin trabajo, hace poco. El motivo: no aparecía una caja de bolas o rodamientos, como le llaman los mecánicos. Sin embargo, tales rodamientos estaban mosqueados en casi todas las mesas de los cuentapropistas, al precio de ciento cincuenta pesos en moneda nacional. Los pescadores quisieron comprarlos por su cuenta, y con su dinero, para que los mecánicos se los pusieran al barco, pero la dirección de la cooperativa no lo permitió, ya que eso –dijeron- “no es lo que está orientado desde arriba”.
Por otra parte, Roberto, de 51 años, residente en la playa La Panchita, y trabajador héroe de la Cooperativa Pesquera, nos ha contado: “Se le metió en la cabeza a los tipos estos que nos dirigen que había que instalar unas luces nuevas a todos los barcos”.
De modo que como se les metió en la cabeza a los tipos que dirigen, y como además la ley los ampara, mandaron a detener la pesca de todos los barcos de la cooperativa. Y anclados en tierra permanecieron durante más de treinta días, sin que aparecieran las luminarias para las nuevas luces. En tanto, cuenta Roberto: “Los jefes de las cooperativa, ni los dirigentes del municipio, ni los de la provincia, jamás preguntaron a los pescadores qué comerían nuestras familias mientras estuviéramos esperando las luces”.
El Caramusa, un alias que ha llevado siempre Rodolfo, quien, con sus 65 años de edad, es el pescador más antiguo de la cooperativa, me confesó haber escuchado historias de pescadores que se han visto obligados a sobrevivir robándose su propia pesca. Para ello coordinan con algún amigo o familiar que va a recoger en alta mar la langosta, el camarón o el pescado que el pescador deja caer dentro de pacas que han inventado para resguardarlos.
Carlos, un pescador de “La Flora”, uno de los barcos langosteros que más divisas recauda en la provincia de Villa Clara, me contaba que construyó a “chaquetón quitao”, es decir, por sus medios, un barquito pequeño y rústico. Así, cuando queda sin trabajo y sin dinero, debido a las malas reglas de la cooperativa, se mete mar adentro para pescar algo con lo que pueda comer su familia.
Por cierto, según Carlos, en dos ocasiones se ha despertado en la unidad de la policía del municipio, sin saber dónde está ni cómo llegó allí. Y es que los guardafronteras lo han hallado en el mar, a la deriva, amarrado, con golpes en el cuerpo y tirado dentro del barquito. ¿Quién lo agredió y por qué razón? ¿Para robarle la pesca? ¿O será para usar su barquito en el tráfico de personas, desde la costa hasta una cierta distancia, mar adentro, para que allí sean recogidas por lanchas que los llevan a Miami?
En fin, son historias de horror y misterio, de esas que suelen acontecer en La Panchita. No obstante, puedo dar fe de que los pescadores del lugar, tostados y renegridos por el sol, curtidos por la miseria y por el sufrimiento, engañados, maltratados y mal pagados por sus jefes, son hombres buenos, que no se amilanan, y que cuando se amargan, sólo encuentran remedio en el ron barato de la pipa, o en el caro amor de su familia, a cuya mesa, por cierto, ni siquiera les permiten llevar el producto de su propia pesca.