LA HABANA, Cuba. — Antes que la icónica Catedral de La Habana fuese bautizada como tal, el edificio que hoy ocupa estaba destinado a ser una simple iglesia de la orden Jesuita, a la cual quedaría adosado el Seminario de San Carlos para la formación de sus sacerdotes. El seminario fue concluido en 1761, pero los jesuitas nunca lo habitaron porque fueron expulsados de América en 1767, acusados de conspirar contra el catolicismo.
La Habana, dicho sea de paso, había sido despojada de su más notable construcción religiosa por causa de la explosión, en 1741, del buque “Invencible” de la Armada Española, cuyo casco -dicen- aterrizó sobre la Iglesia Parroquial Mayor, dejándola inutilizable.
La expulsión de los jesuitas vino como anillo al dedo a los clérigos que llevaban años escribiendo desesperadas misivas al rey de España para obtener el permiso de construir un templo más grande y con mejor gusto. La Iglesia de San Ignacio, a medio construir, era el espacio ideal no solo para realzar la imagen y poderío del catolicismo en la Isla; sino para que La Habana, ciudad capital que progresaba aceleradamente, tuviera por fin su catedral.
No fue hasta el año 1772 que se aprobó por Real Cédula el traslado de la Parroquial Mayor de San Cristóbal de La Habana hacia la Iglesia de San Ignacio. En 1789 fue erigida Catedral bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María; pero distaba mucho de los paradigmas de la tipología en cuanto a dimensiones y concepto.
Cundió entonces una fiebre de reformas para imprimirle, en la medida de lo posible, un aire más catedralicio. El antiguo oratorio fue remodelado y se construyó el abovedado en piedra bajo el original de madera; mientras que a la fachada, de fuerte impronta barroca, se le fundió un hastial que no logró ocultar del todo el tradicional techo a aguas que solía coronar a todas las iglesias de menor jerarquía.
La estrechez de la calle San Ignacio fue un problema al momento de construir la segunda torre-campanario, de obligada inclusión para merecer el título de “Catedral”. El resultado terminó atentando contra la simetría de la fachada; pero constituye, sin dudas, otro de sus rasgos excepcionales.
La devoción y el buen gusto del Obispo José de Espada terminaron por conferirle gracia, solemnidad y tintes modernos el inmueble, con la introducción del estilo neoclásico en el mobiliario y la decoración interior.
Mestiza, fortuita, surgida casi de carambola, la Catedral es un orgullo para los capitalinos y un modelo apreciable de la arquitectura barroca en el Caribe. Un día como hoy, hace 233 años, fue consagrada por el primer obispo, Felipe José de Trespalacios, para gloria de la pujante Villa de San Cristóbal de La Habana.
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