LA HABANA, Cuba. — Este miércoles 11 de enero se cumplen un año y seis meses del más importante acontecimiento de la historia reciente de Cuba: el Gran Alzamiento Nacional Anticomunista. El día 11 de julio de 2021 (11J), decenas de miles de ciudadanos salieron a las calles de más de medio centenar de localidades del Archipiélago, de manera espontánea, a expresar su repudio al castrismo y al socialismo burocrático por él implantado.
Los medios masivos del oficialismo han pretendido hacer hincapié en el carácter supuestamente violento de las manifestaciones; en el hipotético irrespeto que los participantes habrían mostrado hacia las propiedades sociales o ajenas. Ellos dicen cualquier cosa con tal de desvirtuar (o, al menos, intentar hacerlo) el carácter pacífico de aquella gigantesca expresión de descontento popular.
Ello representa una mentira, una gran tergiversación. Si realmente hubo muestras de violencia o si se perpetró alguno de los delitos que los códigos penales del castrismo han clasificado como “contra los derechos patrimoniales”, ello tuvo un carácter marginal, puramente accesorio. Lo que primó —y con mucho— fue la expresión pacífica del rechazo a las políticas contraproducentes de “la Continuidad”.
Ello quedó reflejado en las consignas que, a voz en cuello, gritaron los manifestantes de toda Cuba: “¡Abajo el comunismo!” y “¡Libertad!”, fueron algunas de las preferidas. Junto con ellas, resonó también otra que tal vez resulte sorprendente para un habitante de un país civilizado normal: “¡No tenemos miedo!”.
Ese clamor podrá resultar inesperado en otras latitudes. Pero en Cuba (o en cualquier otro país sometido a la férula comunista, si al caso vamos) ese grito resulta perfectamente comprensible. Es así como se expresa el rechazo de los ciudadanos de a pie al terror instilado durante decenios en ellos por el régimen, con el único propósito de asegurar el dominio absoluto.
La respuesta castrista a la protesta cívica fue brutal. Personificación de ello fue el mandato fratricida impartido personalmente en televisión por el Jefe de Estado y líder supremo del único partido legal: “¡La orden de combate está dada!”, dijo. Fue así que Miguel Díaz-Canel echó a luchar a sus seguidores contra otros compatriotas que no están de acuerdo con la forma en que marchan los asuntos públicos.
Tras las golpizas generalizadas y algunos disparos (con el resultado de un muerto reconocido oficialmente) tocó el turno a mis colegas juristas enquistados en los órganos represivos del régimen. Fiscales y jueces del castrismo compitieron entre sí, a más y mejor, para ver quién solicitaba las penas más brutales o las imponía en los juicios (algún nombre hay que darles) que se perpetraron en las semanas y meses siguientes.
Al día de hoy, son cientos los ciudadanos que permanecen entre rejas por la mera circunstancia de haber hecho uso, en aquella fecha o en otras, de un derecho humano internacionalmente reconocido: el de protestar en forma pacífica. Despierta indignación el inmenso dolor humano que sufren ellos mismos y sus seres queridos como consecuencia de toda esa represión feroz.
En una sentida crónica publicada el pasado Día de Navidad, Reinaldo Escobar, en las páginas de 14yMedio, se duele de tener “un amigo injustamente preso”. Se refiere a José Daniel Ferrer, el recio líder político oriental encarcelado en la segunda ciudad de la Isla. En su escrito, el colega hace un breve resumen de los atropellos que está sufriendo el líder de la UNPACU (Unión Patriótica de Cuba): mosquitos, ruido, golpizas, otros malos tratos…
También yo puedo repetir las palabras de Reinaldo que acabo de citar; asimismo, yo me considero su amigo. Es cierto que son muchos los abusos que sufren él y los restantes presos políticos y de conciencia. Los del glorioso 11J y todos los demás. Pero resulta innegable que el mayor atropello contra José Daniel está representado por el hecho mismo de su encarcelamiento.
Es que en su caso —al igual que en el de Luis Manuel Otero— la detención no se produjo en alguna de las manifestaciones populares de ese día. Por ende, no existe ni la más remota posibilidad de convertirlo en copartícipe de los actos de violencia o de los hurtos y robos que —dicen mendazmente los cotorrones y plumíferos del castrismo— constituyeron la regla de esa fecha memorable.
Todo lo contrario: tanto José Daniel como Luis Manuel fueron arrestados cuando se dirigían hacia dos de los puntos (en Santiago y La Habana, respectivamente) en los que los ciudadanos se habían congregado de manera espontánea para protestar por la opresión y la miseria entronizadas en sus vidas (y en la de la Nación toda) por la aplicación de las teorías absurdas y las prácticas contraproducentes del comunismo.
En ese sentido (y sin olvidar a otros presos emblemáticos, como Félix Navarro), los dos cautivos arriba mencionados son paradigmáticos. Ambos representan la demostración viva de toda la mentira encerrada en la “historia oficial” de los sucesos del 11 de julio de 2021. ¡El castrismo no sólo castiga las protestas pacíficas, sino hasta la mera intención de participar en ellas!
Es menester que, en este día señalado, acudamos al texto bíblico, y nos acordemos de los presos como si también nosotros lo estuviésemos. Y que redoblemos los esfuerzos comunes, con el fin de lograr la anhelada excarcelación de todos los presos políticos y de conciencia en esta Gran Antilla.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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