LA HABANA, Cuba. — En mayo de 1980 el jefe de Estado de Alemania Oriental, Erich Honecker, viajó a Cuba atendiendo a una invitación del dictador Fidel Castro, quien tenía en la RDA un poderoso aliado económico, ideológico y militar. Durante décadas ambas naciones habían mantenido una estrecha cooperación, que Castro calificaba de “estimulante y satisfactoria”, sobre todo porque su socio asumía la mayor parte de la inversión.
Entre 1949 y hasta la caída del muro de Berlín, Cuba y la RDA mantuvieron fuertes lazos políticos y económicos. Intercambiaron mano de obra, adiestramiento técnico, venta e instalación de equipos industriales, técnicas de espionaje y mecanismos de represión.
La policía secreta alemana (Stasi) instaló un sistema electrónico de escucha para que los miembros de la Dirección General de Inteligencia (DGI) pudiesen escuchar conversaciones de los militares norteamericanos en la Base Naval de Guantánamo. Asimismo, numerosos oficiales de la DGI fueron entrenados por la Stasi en Alemania Oriental con el objetivo de perfeccionar la represión en Cuba. Incluso existía un doctorado en la Escuela Superior de Derecho de Postdam enfocado en los métodos y estrategias para debilitar a la oposición interna. Según el historiador cubano Jorge García Velázquez, varios agentes de la Seguridad de Estado fueron preparados allí.
Los militares cubanos eran responsables de la seguridad de las delegaciones alemanas en África, debido a su amplia presencia en el continente para inmiscuirse en los asuntos internos de países como Libia, Etiopía o Angola, donde apoyaban movimientos de izquierda.
Erich Honecker viajó a Cuba en 1980 para inaugurar la fábrica de cemento “Karl Marx”. Fidel Castro lo recibió exultante, reconoció que todos los recursos habían sido aportados por la RDA y aseguró que las relaciones bilaterales marchaban viento en popa.
Sin dudas, mucho esperaba el “máximo líder” del estadista alemán al que ocho antes, el 19 de junio de 1972, obsequiara legalmente la pequeña y hermosa isla Cayo Blanco, ubicada en la Bahía de Cochinos. El comandante dispuso de la integridad del archipiélago cubano como si se tratara de su propio feudo. Nadie cuestionó aquel “regalo personal” a un extranjero, a cambio del cual Fidel Castro obtuvo un contrato que garantizaba la compra, por parte de la RDA, del 6% del azúcar refino destinado a la exportación.