LA HABANA, Cuba. — Al escritor chileno Jorge Edwards, que murió el pasado 17 de marzo, a los 91 años, los cubanos amantes de la libertad y la democracia tenemos que agradecerle que denunciara la represión del régimen castrista contra los intelectuales y artistas en la década de 1970, cuando eran muchos en el mundo, y particularmente en la izquierda latinoamericana, los que se negaban a aceptar la más mínima cosa que pudiera empañar la imagen romántica de la Revolución cubana.
En el caso de Edwards, requirió de mucho valor, honestidad y decencia, porque en 1971, como encargado de negocios en la embajada chilena en La Habana, representaba al gobierno de la Unidad Popular que presidía el marxista Salvador Allende.
Jorge Edwards apenas duró tres meses en el puesto. Fidel Castro, luego de fracasar en el empeño de deslumbrarlo, chocó con él y en una de sus rabietas lo declaró persona no grata y lo expulsó de Cuba.
El Máximo Líder le había tomado ojeriza al diplomático por sus críticas a la interferencia estatal en la cultura. Y peor aún: sus esbirros y comisarios detectaron que conversaba con escritores cubanos que, por ser considerados conflictivos, habían caído en desgracia, estaban condenados al ostracismo y eran estrechamente vigilados por la Seguridad del Estado.
El poeta Heberto Padilla era una de las personas consideradas desafectas con quien Jorge Edwards se relacionó. En 1968, el poemario de Padilla Fuera del juego había irritado al régimen. Pero a pesar de todas las presiones hechas sobre el jurado, el libro ganó el Premio de Poesía “Julián Casal”. Fue publicado, pero con un prólogo a modo de coletilla que estaba firmado por el “Comité Director de la UNEAC”, donde acusaban al autor de contrarrevolucionario y hablaban de la existencia de “una conspiración de intelectuales contra la revolución”.
Acusado de actividades subversivas, Padilla fue detenido por la Seguridad del Estado el 20 de marzo de 1971, después que leyera su poema Provocaciones en un recital en la UNEAC. Luego de tenerlo recluido y sometido a interrogatorios y torturas sicológicas durante 38 días en Villa Marista, la tenebrosa sede de la Seguridad del Estado, el poeta aceptó hacer una autocrítica reminiscente del estalinismo y denunciar a varios de sus colegas, incluso a su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé, en una reunión en la UNEAC donde se podía oler el miedo de los participantes.
Hoy, y particularmente luego del reciente documental de Pavel Giroud donde se ve la autoinculpación de Padilla, es fácil entender el terror implantado por el régimen castrista para someter a los intelectuales. Pero en aquella época muchos en el mundo se negaban a aceptar el carácter dictatorial del castrismo. Aun así, el caso Padilla, como se conoció aquel infame proceso, motivó la ruptura con el castrismo de muchos destacados intelectuales que hasta entonces le habían apoyado, como Mario Vargas Llosa, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Marguerite Duras, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, entre otros.
Pero Jorge Edwards fue de los primeros en pronunciarse y no lo hizo desde París o Ciudad México, sino en La Habana, en las narices de Fidel Castro y sus comisarios.
Para Edwards, que no quiso con su silencio y aquiescencia ser cómplice de la infamia, que la dictadura lo expulsara de Cuba fue un honor.
A su regreso a Chile, lo enviaron a Francia como secretario del embajador chileno, el poeta Pablo Neruda. Fue en París, a principios de 1973, cuando terminó su libro Persona no grata, donde narraba su estancia en La Habana y su desencuentro con el régimen de Fidel Castro.
Persona no grata fue prohibido en el Chile de la Unidad Popular y siguió prohibido durante la dictadura militar que siguió al derrocamiento de Allende. Porque la derecha nunca perdonó a Jorge Edwards que fuera un hombre de izquierda, y la izquierda, enseñoreada de los medios académicos, editoriales y universitarios de Latinoamérica y Europa, no le perdonó que hubiera estropeado la imagen idílica que se empeñaban en mantener de la Revolución de Fidel Castro.
Amigos suyos como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar prefirieron esquivarlo o darle la espalda para no ponerse a mal con Fidel Castro. En cambio, se ganó el respeto y la amistad de escritores cubanos como Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Jesús Díaz y Amir Valle.
Jorge Edwards escribió más de una veintena de libros, entre ellos once novelas. Por su larga y fructífera carrera, fue merecedor, entre otras distinciones, del Premio Nacional de Literatura (1994), el Premio Cervantes (1999), la Orden Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa (1999 ) y la orden al Mérito “Gabriela Mistral” (2000).
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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