LA HABANA, Cuba. – La figura de Louis Moreau Gottschalk es poco conocida entre los cubanos, a pesar de la intensa relación profesional y personal que unió a este talentoso pianista, nacido en Nueva Orleans el 8 de mayo de 1829, con la mayor de las Antillas.
Tras varios años de estudios y presentaciones en Europa, Gottschalk realizó su primer viaje a La Habana en 1854, y desde esa fecha quedó prendado de la intensa vida cultural de la ciudad, así como de la riqueza extraordinaria de la música cubana. En marzo de ese año ofreció su primer concierto en el Liceo Artístico y Literario de la capital, cinco días después se presentó en el Teatro de Villanueva y, en abril, en el Teatro Tacón. En las tres presentaciones compartió con prestigiosos músicos cubanos de la época, entre ellos el pianista Nicolás Ruiz Espadero, con quien trabó una profunda amistad, pese a que ambos no podían ser más distintos.
La personalidad abierta y gozadora de Gottschalk contrastaba con el recogido y silencioso Espadero, pero la música hizo posible un vínculo poderoso, expresado en la influencia del cubano en las composiciones de su amigo.
Durante aquel primer viaje a la Isla, que resultó fructífero desde todo punto de vista, Gottschalk ofreció conciertos también en Matanzas, Cienfuegos y Santiago de Cuba. En esta última plaza acompañó al violinista y compositor Laureano Fuentes Matons.
En enero de 1857 regresó a la Isla acompañado por la soprano Adelina Patti, a quien él y Espadero acompañaron en una histórica presentación en el teatro Tacón, que se repetiría en mayo del mismo año en el teatro La Reina, de Santiago de Cuba.
Influido por Espadero, Gottschalk compuso El canto del soldado y otras piezas que dejaba inconclusas para que el cubano les diera el acabado definitivo. Espadero llegó a comprender mejor que nadie la estética y el pensamiento musical de Gottschalk, y fue responsable directo del conocimiento posterior que se tuvo de la obra de ese autor.
En 1860 Gottschalk regresó a Cuba y preparó un Festival de Música para el cual convocó a todos los músicos, aproximadamente 650. En febrero se celebró el evento, acogido por el teatro Tacón, donde se organizó una “orquesta-monstruo” con instrumentistas de La Habana y Matanzas, primeras figuras como el propio Espadero y los también pianistas Pablo Desvernine y Fernando Arizti, cantantes de ópera y una batería de tambores traída desde Santiago de Cuba.
El Festival fue tan aplaudido por los habaneros, que Gottschalk reconoció la amplia cultura y la devoción del pueblo cubano por la buena música.
La relación de Gottschalk con la música cubana fue de absoluta fascinación, como lo demuestra su repertorio de danzas, contradanzas, caprichos y óperas donde se mezclan ritmos y motivos cubanos, lo mismo para interpretar a piano que con formato sinfónico.
Su último viaje a la Isla fue en 1862.