MIAMI, Estados Unidos. – “He ido mil veces al Gobierno y nadie me quiere ayudar. Tuve un accidente y me han operado cuatro veces la cabeza. Tengo tres hernias. No quieren darme chequera. Por eso pido dinero en la calle para comprar comida. Tengo hambre”, dice Rafael Pérez, un cubano de 47 años que vive de la limosna.
Una joven se acera y le da un billete de 10 pesos. “Gracias, mi niña”, responde Pérez, y continúa por toda la acera pidiendo dinero.
Aunque no hay estadísticas oficiales, muchos aseguran que en Cuba ha aumentado el número de personas que pide limosnas en las calles. Por doquier se observan a hombres y mujeres extendiendo la mano a la espera de recibir dinero. La mayoría son enfermos, jubilados o personas con limitaciones físicas que reciben una magra pensión.
La ayuda del Gobierno a personas vulnerables no satisface el alto costo de la vida. “Nadie quedará abandonado” es una promesa incumplida por el régimen de la Isla.
Un señor extiende la mano. “Dame una ofrenda para comprar un litro de leche a la vieja mía. Un dinerito o algo, 20 pesos”, pide insistentemente.
Su pensión de poco más de 1.500 pesos es insuficiente. Se ha quedado sin dinero, varios días antes de que le vuelvan a pagar. “Mi madre tiene 99 años y está postrada en la casa. Mi hermana la está cuidando y yo salí a buscar dinero”, confiesa.
Está en la calle desde temprano en la mañana, pero ya casi es mediodía y solo ha recolectado 50 pesos. “Para mi madre quiero comprar un litro de leche que cuesta 90 pesos. No puedo regresar a la casa hasta que no consiga las 40 que faltan”, dice notablemente cansado.
Cuba es el país más pobre de América Latina, según un informe del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH), que evaluó parámetros como el ingreso per cápita, el acceso a los servicios de salud, seguridad social, alimentación y vivienda, así como el grado de cohesión social y de accesibilidad a carretera pavimentada.
“Más del 72 por ciento de los cubanos vive por debajo del umbral de la pobreza y solo el 14 por ciento espera que su situación personal mejore en un futuro próximo”, indica el OCDH. “Para el 64% de los cubanos, la crisis alimentaria continúa siendo el principal problema, seguido de la llamada ‘Tarea Ordenamiento’ (medidas económicas impulsadas por el régimen) y de la inflación. Además, aumenta la percepción sobre el sistema político y el Gobierno como un problema”, detalla el informe de la organización.
En la misma cuerda, pero según el economista estadounidense Steve Hanke, Cuba es el noveno país más miserable del mundo. “Las desastrosas políticas económicas han dejado al país en ruinas. No es de extrañar que la utopía comunista sea el noveno país más miserable del mundo según el Índice Anual de Miseria Hanke 2022”, tuiteó el economista.
No son casos aislados
El holguinero Ernesto Tamayo no tiene casa; duerme en un banco del parque. Hace algunos años sufrió un accidente que le dejó lesiones en el brazo y la pierna izquierdos. Para caminar se auxilia de un bastón. Está sentado en la acera: “Dame algo pa’ comer. Tengo hambre”, dice Tamayo o todo el que pasa.
Lo que le han dado no le alcanza ni para comprar la oferta más barata. “Todo ha subido de precio. Un bocadito de pasta cuesta 30 pesos y una pizza 90”, lamenta el anciano.
Sus limitaciones físicas le impiden trabajar. Su chequera de 1.570 pesos no cubre sus necesidades básicas. “Hoy solo he comido un bocadito que me regalaron. No soy alcohólico. Tengo un problema en la pierna. Lo que pido es pa’ comer”, recalca Tamayo.
Una señora, también con limitaciones físicas y sentada en un escalón al borde de la calle, tiene peor situación. “Hoy no he almorzado ni me tomado un trago de café porque no tengo dinero. ¿Tú me puedes regalar dos pesos?, le pide a una joven que se ha detenido y la mira con tristeza.
La muchacha busca en su cartera y la mujer le cuenta su padecer. “A mí me dio una isquemia transitoria y estuve cinco años en silla de rueda. Ahora fue que me pude levantar. No puedo con la pierna”. Finalmente, la señora recibe un billete de 20 pesos. “Que Dios se lo pague”, agradece cortésmente.
En otro sitio un señor se auxilia de un palo como bastón para caminar. “Un peso pa’ comer. No me alcanza la chequera. Estoy con hambre y no tengo dinero. Dame lo que tú puedas. Hoy he caminado mucho y estoy muy cansado”, dice mientras hace un alto para descansar y alguien le da un billete de 10 pesos.
Hace más de un año el cubano Manuel ―no especificó su apellido― vive en las calles. Duerme en los bancos de la funeraria. Con la mano izquierda sujeta un jarrito plástico vacío y extiende la mano derecha. “Diez pesos pa’ tomar un café”, repite una y otra vez con voz casi imperceptible y mirada de compasión.
Habitualmente, Heriberto recolecta latas vacías de cerveza para venderlas a la Empresa de Materias Primas. Pero últimamente el negocio ha decaído y ha acudido a la limosna para subsistir. “No hay latica y por eso pido dinero en la calle. Hay que luchar”, confiesa.
Otro que pide limosna es Jorge Romero. “Algo pa’ un refresco. Lo que sea, como si es un peso. Mi pensión es de 1.500 pesos. Por ser internacionalista me van a pagar más, pero todavía no me han subido la pensión. A mí no me da pena pedir porque todo está muy caro y paso hambre”, concluye Romero.