LA HABANA, Cuba. – El 26 de junio de 1865, con solo 28 años, falleció la poetisa camagüeyana Brígida Agüero, uno de los nombres imprescindibles de las letras cubanas del siglo XIX.
La precoz escritora tuvo como mentor a su padre, el también poeta Francisco Agüero Duque, mientras que su pasión por las letras fue estimulada por su madre. Ambos fortalecieron el carácter, la espiritualidad y los nobles sentimientos de la joven, cuya infancia estuvo marcada por la vida tranquila del campo y la educación adquirida en el seno familiar.
Vinculado a la insurrección de Narciso López, su padre fue perseguido por el poder colonial debido a sus ideas políticas. Fue forzado al destierro y su desgracia obligó a Brígida a trasladarse a la ciudad, donde publicó sus primeros poemas.
El 1861, la joven terminó su formación en la academia patrocinada por la Sociedad Filarmónica de Camagüey, institución de la cual llegaría a ser socia de mérito. Cumplidos los 17 años, matriculó en las clases de Literatura ofrecidas por la Sociedad. Su seriedad, sus condiciones excepcionales y su interés en estudiar la convirtieron en Socia Facultativa de la sección de Literatura. En esa época escribió su oda “Las Artes y la Gloria”, dedicada a los socios del liceo camagüeyano que tanto contribuía a la educación y la vida cultural de la ciudad.
La promisoria carrera de Brígida Agüero fue sacudida por la persecución que sufrió su familia, acusada de conspirar contra la Corona, e interrumpida por la tuberculosis, que en pocos años minó su delicada humanidad. Consciente en todo momento del mal incurable que padecía, la joven se refugió aún más en la literatura, escribiendo cuando la enfermedad le daba alguna tregua.
Entre sus muchas obras figuran Retrato de una señorita, Flores del alma, A la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, Inspiración y A Puerto Príncipe. Uno de sus últimos poemas, titulado Resignación, ha sido considerado como su epitafio.