LA HABANA, Cuba. – Dicen que nos parecemos a la Unión Soviética en sus últimos días y eso, dicho 30 y pico de años después de aquel acontecimiento, es decir, con notable retraso, lejos de alegrarnos por la caída del comunismo que estaría a la vuelta de la esquina, a algunos nos pone en alerta sobre lo que en realidad está por suceder, y que si alguna similitud guardaría con aquella implosión de un sistema político que definitivamente marcó el paso del siglo XX al XXI, habría de ser en que sin dudas habrá “cambios” aunque no en esas cuestiones esenciales que hoy deberían ser cambiadas para el bien de todos y no de una casta que se alista a “mutar”.
El “cambio” (más bien los propósitos de “recolonización”) ha sido “cantado” por el propio “maestro de obras”, el señor Boris Titov, y eso me hace recordar aquellos “días finales” que en realidad para Cuba fueron muy distintos a los de Europa del Este, y donde siempre estuvimos mucho peor que los demás pero aun así nada sucedió. Quizás porque lleven razón quienes dicen que a golpe de represión nuestra sangre fue convertida en horchata pero, aun tentado a aceptar que eso es cierto, apuesto más por la idea de un pueblo plagado de bribones y secuestrado por ellos mismos a voluntad.
Bribones y mediocres (las especies más abundantes en nuestro entorno) que mientras tengan la posibilidad de entrar y salir del infierno, con la licencia que les otorga el “portarse bien” y con la “distinción” que surge de un contexto en ruinas cuando se goza de algunos derechos convertidos en privilegios (porque a la mayoría son negados), harán hasta lo imposible por que las cosas en Cuba no cambien demasiado, de modo que los límites de los cambios que se avecinan están marcados por los de su “lealtad”, es decir, las de esos que hoy se sienten a gusto lucrando con el “endemismo” de nuestra crisis.
Y esa es una “fuerza de apoyo” (la única con que cuentan) a la que los comunistas cubanos no renunciará, primero porque los tiene a ellos mismos a la cabeza, y luego porque lo de Rusia jamás ha sido pensado más allá de ser una carta con la cual chantajear a los “tipos duros” en las mesas de negociaciones.
Rusia es una vaca gorda pero que adelgaza peligrosamente según transcurre la invasión a Ucrania, y cuando de un momento a otro deje de dar leche, los propios comunistas cubanos la enviarán al matadero, es decir, no la acompañarán en su suerte. Aunque hoy de visita en el Kremlin, por unos rublos, juren lo contrario (con los dedos cruzados).
Y esa realidad en su total dimensión es posible que escape a la comprensión de Boris Titov, y hasta del propio Putin, paradójicamente cegado por su locura, y por su propia visión donde los molinos sí son gigantes, y mucho más bribones que el peor de los canallas rusos.
Los comunistas cubanos, los menos recalcitrantes, desean “mutar” pero no “cambiar”, mientras que la vieja guardia opta por enquistarse en lo que les va quedando de poder real, y más por seguir a salvo (de los “traidores” agazapados en sus propias filas) que por convicción política.
Pero ambos bandos saben muy bien que, como vaca lechera, Rusia no es la Unión Soviética de ayer, y que más allá de usarla como monedero de emergencia y aprender bien cómo hicieron los camajanes de allá para “mutar” de militares, agentes de la KGB y “cuadros” a ricos empresarios, el resto solo les entretiene mientras esperan por el plato principal, es decir, el fruto que comienza a madurar a solo 90 millas.
El problema con los rusos es que si se llegan a tomar este amorío de verano demasiado en serio, luego, como despecho, viéndose perdidos, usarán la “carta cubana” como último recurso, entonces el juego sí se les complicará a los pícaros de por aquí, a punto de conducirnos a un escenario de tensiones peor que aquel de octubre de 1961.
Pero tan ansiosos de “cambios” y frustraciones van algunos, sobre todo por estos días que rondan el 11 de julio —como recordatorio de lo que pudo ser y no fue, así como sucedió varias veces en los años 90—, que se agarran de lo que sea por tal de ver alguna luminiscencia o espejismo en el fondo de un abismo atiborrado de inflación, hambre, apagones, catástrofes, colapso del sistema de salud, violencia en las calles, corrupción en todos los niveles, ausencia de liderazgo en la “clase dirigente”, migración masiva y otros males que han generalizado el “desencanto” incluso en los más “encantados” de ayer.
Si el 11 de julio fue una “posibilidad” para quienes deseamos un cambio verdadero, sin camuflajes, también para el régimen cubano fue “oportunidad” de identificar bien las más peligrosas fuerzas opositoras internas para después neutralizarlas y aniquilarlas, con lo cual el terreno le quedó mucho más despejado para ensayar formas de represión más efectivas, pero sobre todo para terminar de trazar sus planes de mutación con el menor número de obstáculos internos. Es una verdad dolorosa, pero peor es ignorarla.
De modo que, si hoy parecemos aquellos soviéticos en decadencia que dejaron de existir hace décadas atrás, entonces en realidad somos un anacronismo, una pieza de paleontología en un museo de cosas raras, es decir, una cosa que no tiene cabida en el presente, y eso, sea realidad o equivocación, nada bueno dice sobre nosotros, esos mismos que hemos abandonado en el olvido a los que hoy, a dos años de aquella esperanzadora explosión de rebeldía, todavía guardan prisión o vagan por el mundo intentando ponerse a salvo de lo que, al parecer, ya no tiene solución.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.