PUERTO PADRE, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -En octubre de 1962, hace 50 años, el presidente Kennedy recibió una información inaudita: los soviéticos estaban haciendo de Cuba una base de armas nucleares que apuntaban contra los Estados Unidos.
Seis días emplearon el presidente y sus asesores, en el Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, para corroborar, por medios técnicos, y evaluar la información obtenida a través de un agente de inteligencia.
Pero las fotografías, tomadas por los aviones U-2 de reconocimiento, venían a comprobar lo informado por el Coronel Oleg Penkovsky a los oficiales estadounidenses: 42 proyectiles de alcance medio y un regimiento de armas nucleares tácticas estaban siendo instalados en Cuba.
Baterías de cohetes tierra-aire de defensa antiaérea, con 30 km de alcance, habían sido desplegados para proteger las armas nucleares estratégicas.
La fuerzas armadas cubanas estaban siendo reforzadas con lanchas coheteriles, aviones Mig-21, y brigadas motorizadas dotadas con blindados y tanques de infantería del ejército soviético.
A lo largo de la isla ya estaban emplazadas, o se emplazaban a toda velocidad, armas de destrucción masiva, apuntando contra suelo norteamericano. A escasos minutos de donde esto escribo tenía su estado mayor uno de los regimientos de la división coheteril, desplegado en la región oriental, precisamente fue este regimiento el que derribó el avión de reconocimiento U-2, en Banes, donde perdiera la vida el Mayor Rudolph Anderson Jr., el 27 de octubre de 1962.
A las 7 PM, del 22 de octubre, el presidente Kennedy se dirige a su país y a la opinión pública internacional, por radio y televisión. Es cuando el mundo conoce que está al borde de una guerra termonuclear.
Kennedy exigió a la Unión Soviética que debía retirar esos proyectiles de Cuba o arriesgarse a una guerra, y anunció el bloqueo naval a la Isla para impedir la llegada de nuevos mísiles. En esos momentos navegaban hacia territorio cubano 23 barcos soviéticos cargados de armas.
Pero, ¿en realidad, la crisis de los misiles de octubre de 1962, puso al mundo en peligro de una guerra nuclear, como han expresado militares, políticos, historiadores y académicos, o su secretismo no viene sino a confirmar una estrategia político militar soviética de alto vuelo?
¿Era posible mantener en secreto una operación militar de tan grande envergadura?
En sus alegatos, legitimando la presencia de las armas nucleares soviéticas en Cuba, el propio Fidel Castro ha admitido que era evidente el deseo de los soviéticos por conseguir una mejoría en la correlación de fuerzas con Estados Unidos.
“Pero la equivalencia en nuestras fuerzas no estábamos dispuestos a conseguirla mediante una guerra”, dijo a este corresponsal un ex oficial del Grupo del servicio de inteligencia militar soviética, hace poco más de una año, durante una visita a Cuba.
Bien conocidas fueron las formas de obrar del carismático mandatario soviético Nikita Khrushchev, que tanto le debía a la astucia de un zorro.
Cuando el 27 de octubre, una batería de cohetes derribó el avión U-2, en Banes, provocando la muerte del Mayor Anderson, según Fidel Castro: “En cualquier momento podría producirse un nuevo incidente que desencadenara la guerra”.
Y así se lo hizo saber a Khrushchev, en carta fechada el 28 de octubre: “Debe contarse, además, con el peligro de que en las condiciones actuales de tensión, accidentalmente pueden ocurrir incidentes”.
En su artículo “No habrá Tercera Guerra Mundial”, al respecto de los “incidentes” entre las dos superpotencias, escribía Lois Fisher, corresponsal en Moscú durante más de 14 años, y quien era considerado uno de los más escrupulosos intérpretes de la Rusia Soviética:
“En años recientes los rusos han derribados aviones estadounidenses e ingleses, la fuerza aérea de los EU ha hecho fuego contra aviones rusos; se han canjeado coléricas notas de protesta… pero nada ha resultado. Los accidentes sólo se convierten en incidentes que conducen a la guerra cuando una nación la anda buscando y en la actualidad ni Rusia ni el occidente andan a la busca de conflictos que conduzcan a la guerra atómica”.
Este análisis lo hizo Fisher en 1954. Aunque posteriormente lo negó, en un lenguaje confuso, Fidel Castro propuso a Khrushchev que fuera la Unión Soviética la primera en asestar el golpe nuclear contra Estados Unidos. Congruente con el análisis de Fisher, esta fue la respuesta del gobernante ruso a Castro:
“En su cable del 27 de octubre usted nos propuso que fuéramos los primeros en asestar el golpe nuclear contra el territorio enemigo (…) esto no sería un simple golpe, sino el inicio de la guerra Mundial Termonuclear (…) en tal caso los EU sufrirían enormes pérdidas, pero la Unión Soviética y todo el campo socialista también sufriría mucho ( …) en lo que se refiere a Cuba, al pueblo cubano, en el fuego de la guerra, se quemaría Cuba”.
En realidad Khrushchev consiguió lo que quería: Que Estados Unidos sacara sus cohetes Júpiter de Turquía. Muy bien él podía llevarse los suyos de Cuba.
Con respecto a los cubanos, la crisis de los misiles nos da una lección que algunos no acaban de comprender: No somos el ombligo del mundo.
Quienes mejor lo comprendieron fueron los cientos de miles de soldados y milicianos cubanos que, a paso de rumba y guaracha, con una alegría irresponsablemente deliciosa, fueron a atrincherarse en las costas para observar los barcos norteamericanos cercando a Cuba, mientras Kennedy y Khrushchev conversaban como lo que en realidad eran: dos estadistas. Y nada, que entre más grandes son los contendientes, menos críticas suelen ser las crisis, y los no competentes no deben inmiscuirse en ellas.