LA HABANA, Cuba. – Cada 31 de agosto, por decreto de la Asamblea General de las Naciones Unidas y coincidiendo con el aniversario de la fundación del movimiento “Solidarnosc”, liderado por el Lech Wałęsa, se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad con el objetivo de promover esfuerzos internacionales que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de los países menos desarrollados, o representen un auxilio en momentos de gran necesidad, como pueden ser aquellos ocasionados por guerras, epidemias o desastres naturales.
Los cubanos están muy familiarizados con este término, pues desde 1959 se les ha recalcado que entre todos construirían la sociedad más justa, humana y solidaria del mundo. Durante algún tiempo pareció ser así. El nulo o limitado acceso a la información en la era de Fidel Castro hizo creer a los cubanos que las brigadas médicas acudían gratuitamente en ayuda de pueblos arrasados por tifones, terremotos o brotes de ébola.
La solidaridad del pueblo cubano se hizo proverbial. Cuba donaba material de estudio, alimentos, medicinas, televisores, soldados y recursos humanos de las más diversas ramas del saber, porque supuestamente a la Isla le sobraban todas esas cosas.
Luego cayó el muro de Berlín, acontecimiento en el cual tuvo un rol importante el citado movimiento fundado por Wałęsa, y el socialismo tropical de Fidel Castro comenzó también a derrumbarse. Aunque el “máximo líder” y sus tanques pensantes apuntalaron el desastre como pudieron, casi de la noche a la mañana Cuba se convirtió en destinatario de todas las solidaridades posibles.
A la par que los cubanos se enteraban de que las misiones internacionalistas eran un eufemismo para ocultar el alquiler de personal médico a otros países, también se hacía evidente que la mayor de las Antillas producía cada vez menos y necesitaba de la generosidad de terceros con mayor frecuencia.
No es raro, entonces, que en la actualidad Cuba reciba de “países hermanos” donaciones de leche en polvo, arroz, legumbres e incluso azúcar y café. La potencia médica de otros tiempos hoy está obligada a mendigar desde jeringuillas desechables hasta antibióticos, aunque ello no impida que, de vez en cuando, el régimen despoje a sus propios ciudadanos de lo poquísimo que tienen para “donarlo” a otras naciones y darse un baño de propaganda.
Del mismo modo, el gobierno que hoy encabeza Miguel Díaz-Canel vende en moneda libremente convertible buena parte de los productos que llegan al puerto de Mariel en calidad de gesto solidario. Reparten unos pocos módulos en las bodegas, y al resto le sacan dinero, o se pierde en los laberintos de la corrupción para terminar en el mercado informal, a sobreprecio.
Mucho saben los cubanos de solidaridad, sobre todo porque nunca les llega directamente, y lo que reciben parece más una limosna que una cooperación. Solidaridad significa para los cubanos dos cosas: dejarse quitar lo poco que tienen, sin chistar; o aceptar ―también sin chistar― lo que el régimen quiera darles.