LA HABANA, Cuba. — En medio de las polémicas y antagonismos que siguen dividiendo a los chilenos, hoy se cumplen 50 años del golpe militar que el 11 de septiembre de 1973 derrocó y costó la vida al presidente Salvador Allende.
Desde 1952, y durante 18 años, Allende participó en cuatro elecciones presidenciales consecutivas. El candidato eterno, como lo llamaban, no cejó hasta que resultó electo, con el 30 % de los votos y frente a una derecha dividida, en los comicios del 4 de septiembre de 1970, a los que se presentó como candidato de la Unidad Popular, una coalición de comunistas, socialistas y radicales de izquierda.
Se suele insistir en vincular a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y al gobierno norteamericano con el golpe militar, pero se pasa por alto la cuota de responsabilidad que tuvo Fidel Castro por su abierta e intimidadora injerencia en Chile.
Tanto para Nixon y Kissinger como para Fidel Castro, el gobierno de Allende resultaba inconveniente por el ejemplo que podía significar para otros países latinoamericanos.
El gobierno de los Estados Unidos podía lidiar con los gobiernos militares de Velasco Alvarado y Torrijos, en Perú y Panamá, respectivamente; incluso se había resignado a tener que enfrentar al régimen de Fidel Castro, pero no sabía cómo vérselas con un gobierno izquierdista elegido democráticamente y cuyo objetivo declarado era implantar el socialismo en Chile, pero dentro de las reglas del pluralismo político.
A Fidel Castro le molestaba que el marxista Allende hubiera llegado a la presidencia por las urnas, dentro de las reglas del juego de la democracia representativa y no a través de la lucha armada como él preconizaba. Además, el socialismo democrático de Allende contrastaba agudamente con el régimen dictatorial de corte estalinista imperante en Cuba.
Desde los comienzos del gobierno de la Unidad Popular, Fidel Castro quiso influir para que las cosas en Chile se hicieran a su modo. Lo que no imaginó fue que la ayuda cubana resultaría más dañina que beneficiosa para Allende.
Fidel Castro visitó Chile a fines de 1971. Permaneció más de 20 días en el país austral y lo recorrió de punta a punta. Pronunció discursos incendiarios y opinó profusa e imprudentemente acerca de todo. Mientras trataba de convencer a los jefes militares de que el socialismo no era antagónico con los institutos armados, aconsejaba a Allende la formación de milicias obreras. La visita, que pareció interminable, fue el catalizador de una crisis de la que Allende no lograría recuperarse.
Allende tuvo que enfrentar el dilema de ser el presidente de todos los chilenos o de sólo de un sector de la Unidad Popular. Alejado de los métodos leninistas, sus políticas fueron rebasadas por los elementos de la extrema izquierda que exigían una mayor radicalidad.
Se creó un clima de ingobernabilidad. Todos conspiraban a espaldas de Allende. En las barriadas obreras y en las mansiones del barrio alto. En la embajada norteamericana y en la cubana. Y estaban por la violencia lo mismo los pistoleros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria que los de Patria y Libertad.
Allende recibió la última carta de Fidel Castro el 29 de julio de 1973, 42 días antes del golpe militar, de manos de Carlos Rafael Rodríguez y Manuel Piñeiro (Barbarroja, el jefe del Departamento América, encargado de la subversión en el continente), que viajaron a Santiago de Chile con el pretexto de la reunión del Movimiento de Países No Alineados. Su objetivo real era reiterar a Allende el apoyo cubano en la guerra civil que parecía inminente y para la que el Comandante se preparaba en el mayor sigilo.
“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos”, escribió Fidel Castro en aquella carta.
Allende no quiso formar las milicias proletarias, como aconsejaba Fidel Castro, para “mantener la adhesión de los vacilantes, imponer condiciones y decidir el destino de Chile”. Tuvo que escoger entre dos cruentas opciones: la guerra civil o el golpe militar. Enfrentó lo último, parapetado en el Palacio de La Moneda, en compañía de un puñado de sus más fieles colaboradores y varios cubanos de las tropas elite del MININT.
Cuando fue hallado el cadáver del presidente en un salón del Palacio, el fusil ametrallador que le regaló Fidel Castro estaba a sus pies.
Fidel Castro demoraría 35 años en aceptar la posibilidad de que Allende se suicidara. La versión oficial cubana insistía en que el presidente chileno había sido muerto por el fuego enemigo mientras resistía el asalto golpista, negado a que le arrebataran la banda presidencial.
Hay una versión, insistente pero nunca confirmada, de que Allende fue ultimado de un rafagazo por el coronel del MININT Patricio de La Guardia, siguiendo las instrucciones de Fidel Castro, para impedir que el presidente chileno cayera prisionero.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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