MIAMI, Estados Unidos.- “Estoy sin desayunar, sin almorzar y no tengo dinero”, dice Roberto Díaz Pérez, un anciano octogenario en situación de calle.
En el piso a su alrededor hay un vaso, un bolso, un recipiente con dos pomos plásticos dentro y un par de cartones que le sirven de “colchón”. Esos objetos, junto a los zapatos rotos, la camisa, el pantalón viejo y holgado que viste, son sus únicas pertenencias.
Señala los cartones y dice: “Ahí para sentarme, acostarme, descansar un rato y para comer cuando me traen comida”.
Está de pie y, para mantener la postura, se sujeta a una de las columnas del corredor donde duerme. “Estoy esperando a ver si cojo ahí café”, dice, señalando un lugar distante con una mano temblorosa.
Tantos años de mala calidad de vida han resquebrajado su salud. “Estoy chivado [enfermo] de escoliosis”, dice.
También padece las secuelas de una fractura en su pierna derecha, que le han provocado frecuentes caídas. “Si no tuviera esta pierna mala yo fuera un rey, trabajando. Pero tengo la pierna jodida y no puedo trabajar”, lamenta.
A pesar del dolor y la inestabilidad por la dificultad de su pierna, el anciano, sujetándose de la pared, trata de matenerse parado el mayor tiempo posible. “Me quedo de pie para ver si alguien me da café, dinero o algo de comer”, explica.
Para ello se ubica en sitios a la sombra y de mayor tránsito de personas. Pero son lugares donde no hay dónde sentarse y debe permanecer parado. “Es un sacrificio que hago para no morirme de hambre”, asegura.
A pesar de su estado, el anciano no ha recibido ayuda del Gobierno. “Yo no tengo chequera. La chequera me la robaron. Algunas personas por ahí a veces me dan algo para comer”, cuenta.
Con la chequera también perdió sus documentos de identidad. No sabe cómo recuperarlos y nadie le ha ayudado porque los trámites son engorrosos. “Me dicen que hay que hacer mucha cola y que es muy difícil”, acota.
Díaz llega a este lugar después de la 5:00 de la tarde, cuando hay sombra. Aquí duerme e incluso realiza sus necesidades fisiológicas.
Se levanta temprano en la mañana, cruza la calle con los cartones y los pone encima de un banco del parque San José, de la ciudad de Holguín, donde se acuesta.
Después, sobre las 9:00 de la mañana, camina hasta el tramo más cercano del bulevar y se sienta en uno de los maceteros gigantes que en ese momento tiene sombra.
Allí pide limosna y en ocasiones revende periódicos comprados en el estanquillo con el dinero que le dan. Esta labor ha ido menguando con el tiempo. En varias ocasiones no alcanza periódicos y tiene que vivir de la limosna. Su avanzada edad y sus padecimientos muchas veces le impiden hacer la cola para comprar los diarios.
En el lugar abundan los vendedores de periódicos y hay competencia. Díaz es el más afectado: de todos los vendedores es el de mayor edad y el que peores problemas motores padece.
En el bulevar alguien le pide un periódico. El señor abre el zíper de un bolso negro y con parsimonia busca en su interior hasta que encuentra un ejemplar de Granma y otro de Juventud Rebelde.
“¿Qué fecha tiene?”, le pregunta el hombre. El anciano desdobla los periódicos para ver la fecha, pero no las logra precisar y los extiende al comprador. Son periódicos viejos pero el hombre los toma y paga con un billete de 20 pesos. “Quédese con el vuelto”, le dice, y el anciano le agradece con un gesto.
Muchos aseguran que Díaz es la persona de más edad en situación de calle en Holguín.
El anciano regresa al sitio donde duerme. Lentamente acomoda los cartones en el piso. Alguien pasa y le dice: “Los años son los años”. Apenas lo oye. “¿Qué tal mi viejo?”, le preguntan casi gritando, y él responde: “Haciendo algo por la vida”.