LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -La Habana es la única capital del planeta donde casi todas las calles están en mal estado, donde casi todos los automóviles son antiguos y los edificios se desmoronan a nuestro paso. Quien se haya dormido en La Habana hace medio siglo y despierte hoy no puede menos que preguntar al despertar: ¿Cuándo fue la guerra? El deterioro constructivo de la ciudad es evidente e indetenible y complica sobremanera el presente y el futuro de los más de dos millones de habaneros.
La efervescencia constructiva y modernizadora que vivió La Habana en la década de los años cincuenta afianzó a nuestra ciudad como una de las más bellas y funcionales del continente. Los grandes edificios de la barriada de el Vedado, la Plaza Cívica y el complejo de edificios administrativos de su entorno, el túnel de la bahía, el coliseo de la Ciudad Deportiva, varios modernos hospitales y una decena de repartos de clase media alta, modelo de exquisitez y atrevimiento arquitectónico, fueron el reflejo urbanístico de una sólida expansión económica.
El gobierno revolucionario confiscó todos los inmuebles de los que abandonaban el país y –con la ley de Reforma Urbana- hasta los de los que optaron por quedarse, permitiendo únicamente la propiedad del inmueble que habitaban en la ciudad y una casa para vacaciones en el campo o en la playa. Monopolizó para sí todos los espacios económicos y de paso se convirtió en el único capacitado para planificar, construir, distribuir y reparar, con lo cual comenzó el largo pero sostenido proceso de desmoronamiento estructural de la ciudad. Los poderes locales e institucionales se vieron privados de la potestad y los recursos necesarios para garantizar el mantenimiento, reparación o reconstrucción de los inmuebles, ya sean particulares o institucionales, y esto forzó un deterioro sistemático del fondo habitacional y demás edificaciones de interés público.
Mientras el poder central, prácticamente el único con la posibilidad de planificar y ejecutar se entretenía en construir algunas edificaciones representativas en el interior del país, así como un politécnico en Jamaica, un central azucarero en Nicaragua, un aeropuerto en la pequeña isla de Granada, viviendas en Nicaragua y Venezuela y hospitales en Bolivia, La Habana se deterioraba paso a paso al punto de enfrentar a miles y miles de familias a distintos grados de deterioro estructural de sus viviendas, lo cual en muchos casos culmina con el derrumbe parcial o total de los inmuebles, en ocasiones con la trágica pérdida de vidas humanas.
La imposibilidad de las autoridades de cubrir las necesidades de construcción y reparación, unida a la persistencia de mantener durante años el control absoluto de la actividad constructiva y su negativa a abrir espacios a formas no estatales de gestión, han provocado una crisis difícil de paliar, ante la cual al gobierno solo se le ha ocurrido la “brillante” idea de que los ciudadanos cargaran con la responsabilidad material y financiera de construir y reparar sus viviendas. Esta tarea de reconstruir las ruinas producidas por medio siglo de disparate revolucionario, de la que el gobierno, después de haber provocado la hecatombe, se desentiende ahora olímpicamente, se torna harto difícil por el alto costo del empeño, el bajo poder adquisitivo de la población, las atrofias administrativas que nos agobian y la creciente corrupción que corroe todos los mecanismos de gestión y distribución.
El caso es que cada día aumentan los edificios declarados inhabitables donde continúan residiendo los vecinos hasta el momento fatídico del derrumbe, crece la desesperanza de las miles de familias que aguardan por la ansiada vivienda decorosa en los albergues de largo tránsito, se extienden por la ciudad los llamados asentamientos insalubres y marginales. Es tan grave el fenómeno que en varias ocasiones las víctimas de un derrumbe han insistido en quedarse viviendo en las ruinas, en el lugar de su antigua morada después de siniestrado.
La imagen ruinosa de nuestra ciudad golpea la sensibilidad de sus habitantes que a lo largo de estos años, junto al pésimo gusto arquitectónico de las pocas viviendas construidas por el estado y el deterioro extensivo del fondo habitacional, hemos visto como se han destruido decenas de cines y teatros, como se encuentran en lamentable estado de conservación tanto la Escuela Nacional de Arte, nuestro principal estadio de beisbol, la Universidad de La Habana o lo que fuera el más emblemático hospital pediátrico de América Latina cuyos restos están a punto de ser demolidos luego de un cuarto de siglo de fallida reparación.
Basta caminar por calles y avenidas para apreciar en que estado ruinoso se encuentran enclaves citadinos que años atrás constituían deleite y orgullo para todos los habaneros. Los efectos devastadores del huracán Sandy en el oriente del país aumentaron los miedos e incertidumbres por el destino de nuestra destruida ciudad ante la posibilidad de un fenómeno similar.
Recientemente el gobierno ha autorizado la compra-venta de viviendas entre los ciudadanos, lo cual no aporta solución a las decenas de miles de familias víctimas del hacinamiento, el deterioro estructural de los inmuebles y la pobreza congénita de nuestra sociedad.
Cada nuevo edificio destruido por el peso del tiempo y la desidia egoísta del poder es sustituido generalmente por un parque improvisado o un establecimiento comercial en divisas, mientras los habaneros sufren al saber que poco les importa el renacimiento de la ciudad a esos que la mal gobiernan, la dejan destruir, pero que desde sus barrios exclusivos son incapaces de percibir como se fractura día a día el cuerpo y el alma de la capital de todos los cubanos.
Los que aman La Habana no pueden perder la esperanza de ver a su ciudad nuevamente llena de esplendor y modernidad convertida en una de las urbes vanguardias del continente para lo cual resulta imprescindible un cambio radical en las relaciones económicas y políticas. Pero parece que los gobernantes cubanos están convencidos de que esta inquieta ciudad, destruida y desolada resulta más fácil de controlar y dominar.
Los habaneros no pierden la esperanza mientras luchan y sufren en su amada ciudad que se desmorona.