LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Algunos de los delegados que asistieron al XVI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), celebrado en La Habana en el año 1990, se encuentran atrapados actualmente entre los fantasmas del pasado y la indigencia material, arrastrados por la crisis irreversible de la revolución.
Vestidos de milicianos por orden de Pedro Ros Leal (en aquel entonces Secretario General de la CTC), los delegados debatieron entre los días 24 y 28 de enero del 90, las implicaciones que traería para la sociedad cubana la caída del campo socialista, tras el derrumbe del Muro de Berlín.
Sin embargo, enfundados en el uniforme de las milicias y tras escuchar el discurso de clausura, en el cual Fidel Castro rechazó que la fase heroica de la revolución hubiera terminado, se declararon inmunes a la debacle que se avecinaba y confiaron por entero en construir el porvenir.
Todo quedó en teorías, himnos, marchas, cierres de centros laborales y planes de austeridad. Las “conquistas” del socialismo cubano fueron desapareciendo hasta quedar reducidas al acceso gratuito a una ineficiente educación, a un muy deteriorado sistema de salud, y al falso compromiso de garantizarle un vaso de leche a cada ciudadano del país.
Perdidos sus empleos por reducción de plantillas, edad de jubilación o problemas de salud, la ceguera o la fe de algunos de aquellos delegados de entonces ya no son las mismas, y mucho menos las condiciones de vida y el rol que jugaban entre la clase trabajadora y la sociedad algunos de estos trabajadores “vanguardias” o ex dirigentes.
Armando Salinas, uno de aquellos líderes sindicales, uno de los asistentes a aquel congreso que marcó el principio del fin de la falsa igualdad y distribución equitativa como paradigmas de la justicia social revolucionaria, asegura que de ahí en adelante nada fue igual para los cubanos.
Según sus palabras, en los casi 25 años transcurridos desde el Congreso XVI a la fecha, la infraestructura industrial colapsó, el papel del sindicato no fue el mismo, y la corrupción, el robo, el amiguismo y las exclusiones por ideología deformaron el papel de los trabajadores.
Además, señala, no sólo se perdieron los ventajosos convenios interestatales con el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), los intercambios académicos y culturales, la capacitación en labores especializadas de la fuerza de trabajo cubana, entre otros logros, sino también se fueron revelando las falsedades y todo tipo de corrupción.
Se acabaron también los paseos de funcionarios viajeros por la nieve de la Plaza Roja de Moscú, los intercambios de memos entre representantes de la cultura de los “países hermanos”, sentados en alguna cervecería de Praga, las compras de matrioshkas como suvenir para regalar por igual a esposa, amante, subalternos e hijos, y la esclavitud de los trabajadores cubanos enviados a laborar en condiciones infrahumanas en las desaparecidas RDA y Yugoslavia.
Dentro de Cuba, el comportamiento de estos antiguos privilegiados del sistema no fue peor. Manipular estímulos, inflar plantillas, expulsar a los trabajadores incómodos por su actitud crítica, y otras componendas del sindicato con el poder, fueron las lluvias que trajeron estos lodos.
Armando Salinas sabía bien todo lo que ocurría, pero entraba orgulloso en su auto Lada al garaje de su casa habanera de Escobar y Neptuno; sin mirar a la gente del barrio, con la guayabera llena de rutilantes medallas, y, en sus manos, el portafolio y unas bolsas de regalos para que sus pequeños hijos no perdieran el tiempo con los mataperros de la calle, como llamaba a los niños de sus vecinos.
Hoy que la siempre traicionera revolución le ha pasado la cuenta, y su esposa, cansada de esperar los regalos que ya no llegaban, decidió mudarse a Miami con sus hijos, Armando Salinas se lamenta: “Es tarde para mí, los cambios han llegado tarde”.
“¿Qué cambios?”, pregunta la cuidadora, y empuja la silla de ruedas calle arriba y calle abajo, para que el señor ex funcionario sindical coja sol, y le vuelvan las fuerzas que perdió entre varias isquemias, la soledad y un infarto.