LA HABANA, Cuba.- Una fecha luctuosa para la cultura cubana será siempre el 27 de abril, pues en horas de la madrugada de ese día, en 1997, falleció la excelsa poeta y escritora Dulce María Loynaz, a la edad de 94 años, en La Habana, su ciudad natal.
Su extensa vida, sus viajes por el mundo y su notable educación, le ayudaron a desarrollar una obra internacionalmente reconocida.
Obtuvo múltiples condecoraciones, entre ellas el Premio Nacional de Literatura (1987) y el mayor galardón en las letras hispánicas, el Premio Miguel de Cervantes (1994), siendo ella la única mujer de los tres cubanos que han recibido tal distinción (los otros son Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier).
Grandes personalidades cubanas y extranjeras aquilataron en su justa medida, la calidad del quehacer intelectual y los valores humanos de la Loynaz.
Un mes después de su muerte la revista Vitral, del obispado de Pinar del Río, dedicó un número especial a Dulce María Loynaz, titulado con una frase suya: “El que no ponga el alma de raíz se seca”.
Dicho número de Vitral contenía varias fotografías de Dulce María, nunca antes divulgadas, que estaban en poder de su amigo y albacea Aldo Martínez Malo.
El ejemplar comienza con un texto, especie de misiva imaginaria, enviada al “Venerado Santo y antecesor mío”, “Mi celeste tío-abuelo”, “Amado San Martín” o “Sr. San Martín de Loynaz y Amunabarro”. Una narrativa poética de identificación con su ilustre antepasado, en el día de gloria por su advenimiento a los altares, el 9 de mayo de 1962.
Esta epístola imaginaria es un mensaje enviado por ella al ver lo que sucedía en su tierra pues: “…ve a sus hijos despedazándose entre sí por la falta de amor, de caridad, la ambición de unos, y la torpeza de otros, y la soberbia, la soberbia de todos”.
Solicita la intercesión de este santo familiar, para alcanzar la gracia de sus ojos al mundo en general, y en particular para Cuba, para que “Cuba sea al fin la tierra de gracia”.
“Bálsamo pido para sus heridas a quien pueda darlo”, implora.
La lectura de este texto nos lleva a entender mejor la firmeza de carácter de esta mujer, quien, en una actitud de rechazo al régimen, se enclaustró en su domicilio por varios años, casi hasta los últimos de su vida.
En aquel número de Vitral aparecieron textos, entre otros, de Juan Ramón de la Portilla (director del Centro Hermanos Loynaz), Ramón Cala, Rafael A. Bernal Castellanos, José A. Martínez de Osaba, Juan Cabañas y Gastón Baquero (quien falleció poco tiempo después en España).
Se incluían además poemas dedicados a Dulce María Loynaz de autores pinareños como Gleyvis Coro Montanet, José Raúl Fraguela, Ernesto Ortiz, Amalia Bomnín y Pedro José Figueroa.
Hallamos en la publicación las palabras que Dulce María Loynaz pronunciara en el Día del Idioma, el 23 de abril de 1978; artículos suyos como: “¿Por qué Pinar del Río?”, “El primer milagro” y “La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres”; y cartas a: Aldo Martínez Malo, Rosario González y Dagoberto Valdés, director de la revista Vitral durante muchos años.
El poeta Ángel Augier en 1987 manifestó: “La obra poética de Dulce María Loynaz es flor de excepción de la cultura nacional. Durante algunos años ella ha permanecido en silencio, aunque, parodiando su propio poema puede afirmarse que la poesía ha estado y está siempre en ella, también como la música en la garganta del ruiseñor, aunque permanezca en silencio; y que su poesía es ya una presencia inolvidable del alma cubana, expresada por la voz — y el silencio— de esta admirable creadora, que no ha cesado de afirmar las raíces en la tierra de esta patria que su padre contribuyó a liberar”.
En las honras fúnebres celebradas el 27 de mayo de 1997, el entonces Obispo de Pinar del Río, monseñor José Siro González Bacallao, finalizó sus palabras con una frase de Dulce María Loynaz, donde destacaba su fe en Dios y la religión católica, al decir: “…Para mí, Señor, no es necesario el Miércoles de Ceniza, porque ni un solo día de la semana me olvido que fui barro en su mano. Y lo único que necesito es que no me olvides Tú…”
Dulce María Loynaz había anunciado: “En Cuba escribí mi obra y en Cuba moriré.” Y cumplió con su palabra.
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