Antonio Sarduy: “A los equipos de La Habana les tenían envidia”

El slugger, una de las tantas víctimas del sistema beisbolero cubano y actualmente radicado en Estados Unidos, conversa sobre su paso por la Serie Nacional y su salida de la Isla.
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LA HABANA, Cuba.- Antonio Sarduy Durruty (Marianao, 1965) es una de las tantas víctimas de un sistema beisbolero que, como Saturno, acostumbra tragarse a sus hijos. El habanero tenía poder, que es la varita mágica del juego, pero de poco le sirvió a la hora de encarar la incomprensión.

Increíble: solo contaba 28 años y ocho series cuando le dijo adiós a los diamantes. Se suponía que lo mejor de él estaba por llegar, mas hizo mutis. No obstante, para entonces ya había despachado casi un centenar de pelotas, 24 de ellas en una soberbia temporada donde se atrevió a pulsear hasta el final con el fenómeno Orestes Kindelán.

Recuerdo que era menos expresivo que una piedra, que se encogía en home con unos poderosos bíceps de gimnasio y firmaba una escena aparatosa cada vez que se iba en blanco con el swing. En cambio, siempre que hacía contacto la pelota lloriqueaba. Incluso hubo un narrador que acompañaba sus conexiones con aquello de “trae la carretilla, Pancho, que Sarduy ha dado un gran tablazo”.

Su caso es el de uno de los escasos cuarto bates naturales que ha tenido la escuadra de Industriales. Tan duro le pegaba a la pelota, que su frecuencia de cuatriesquinazos (19.85) todavía lo tiene por delante de reconocidos sluggers capitalinos como Armando Capiró, Agustín Marquetti, Pedro Medina, Antonio Scull y Alexander Malleta.

Lástima que su talento no logró explotar a plenitud. Lástima que, como muchos otros, prefirió abandonar la caja de bateo para probar fortuna en escenarios menos tenebrosos.

¿Por qué dejaste el béisbol tan joven?

—A mí me afectaron mucho las injusticias. Fíjate que el año que di 24 jonrones (algo que hasta el otro día fue récord para la capital) pasé trabajo para hacer el Cuba B.

En realidad la pregunta debía ser si me retiré o me retiraron. Yo no sé qué pasaba conmigo porque indisciplinado no era. En 1989 hice una buena Nacional con .360 de average, 12 jonrones y 50 impulsadas en 48 juegos. Después, en la Selectiva con Rodolfo Puente al mando, el equipo en general no empezó bien. Me acuerdo que todas las semanas daban un boletín estadístico del equipo y yo estaba mejor que varios estelares que habían empezado mal como Tony González, Lázaro Vargas y Javier Méndez. Pero ya tú ves, salimos de una subserie en Matanzas donde le bateé bien a ‘Tati’ Valdés y Carlos Mesa, llegamos a Villa Clara y en la primera práctica de bateo me ignoraron.

Pensé que había sido por error, pero cuando en la noche vi la alineación caí en cuenta de que me habían mandado al banco. Al otro día me paré en el jardín izquierdo y Puente me preguntó si estaba molesto y le contesté que sí, que si no lo estuviera sería porque no me gustaba la pelota. Su argumento fue que el colectivo de entrenadores decidió darme descanso porque llevaba una semana sin empujar carreras, y de inmediato le expliqué que no estaba cansado, pero que me costaba impulsar debido a que los me antecedían en el line up no se embasaban”.

—¿Y en qué paró aquello?

—Le dije a Puente que ya que estaba tan mal como ellos decían, que no me pusieran de emergente. Pero resultó que en Bayamo perdíamos 4×2 cuando él se paró en el dugout, fue adonde yo estaba y me dijo ‘arriba, que usted es el hombre’. Me quedé sentado, pero los compañeros empezaron a pedirme que saliera a batear y lo hice. Cogí un bate, ni siquiera calenté y al primer lanzamiento desaparecí la pelota del estadio para ponernos arriba 5×4. Y más tarde rematé con un doble con dos en bases. Sin embargo, el volver al Latino me dejaron nuevamente fuera de la alineación. De modo que puedo decir que me fui porque me decepcioné de las actitudes de los entrenadores en la Serie Nacional. En ese sentido al único que tengo que agradecerle es a Raúl Reyes, que en paz descanse.

Empezaste jugando en los Metros. ¿Te sentías a gusto con los rojos, o esa etapa fue un simple trampolín para llegar a los azules de Industriales?

—Me sentí a gusto con los Metros porque su manager en ese momento era Raúl Reyes y él me dio muchas oportunidades. Aunque claro, todos queríamos jugar en el equipo insignia de la capital.

Cuentan que tirabas duro. ¿Nunca te pasó por la cabeza dedicarte al pitcheo?

—Sí, tiraba duro en los juveniles y me propusieron quedarme como pitcher, pero mi emoción en el béisbol era batear.

¿Destacaste desde el principio como slugger, o solo fue a partir de que te acercaste a los gimnasios?

—Yo desde los ocho o nueve años era slugger, siempre fui tercero o cuarto bate. Eso nació conmigo, por eso todo el tiempo rechacé el pitcheo.

—¿Hasta qué punto existía rivalidad entre los equipos de la capital y los del resto del país?

—A los equipos de La Habana nos tenían envidia. En un momento dado a los Industriales nos estuvo patrocinando una corporación que nos dio muchas atenciones, y eso siempre levantaba ronchas.

El jonrón, ¿sale o se busca?

—Creo que no se debe buscar, y te explico con una anécdota de la Selectiva del año 1988. En esa campaña yo casi todo el tiempo estuve al frente del liderato de cuadrangulares pero luego tuve una racha de alrededor de un mes sin dar jonrón y el Tambor Mayor, Kindelán, se fue acercando. Así, llegamos a la última subserie empatados a 23. En el primero de los choques él dio tres, y yo, que estaba buscando el batazo, bateé de 3-3 pero sin vuelacerca. Al día siguiente me dieron un pelotazo duro en la muñeca del brazo izquierdo, se me hinchó, me la vendaron, y en el otro turno boté la pelota sin haber ido a buscar el jonrón.

En una ocasión, Cheíto Rodríguez me dijo que él prefería irse de 4-1 con un cuadrangular que de 4-4 sin ninguno. ¿Te pasaba lo mismo?

—Imagínate, ‘Cheíto’ era un salvaje. Por supuesto que mi objetivo como bateador era dar jonrones e impulsar carreras, pero a nadie le molesta batear de 4-4 aunque no de jonrones.  

Cuéntame una anécdota sobre un partido en el Latino donde se te cayó un fly y la gente la emprendió con tu papá…

—Ese juego fue contra Agropecuarios. Me pusieron en el right field, y salió un fly inofensivo para el que me coloqué debajo de la bola y, cuando ya la tenía en el guante, la quise sacar muy rápido y se me cayó de la mano. El árbitro dijo que no la retuve y al final eso incidió en carrera del contrario. A mi padre, que estaba detrás de home, le cayeron arriba y tuvo que irse para el jardín derecho. Ya en extrainnings y pasada la medianoche, fui al bate, le di ocho fouls a José Ibar, la cuenta llegó a tres y dos y decidí con bambinazo. Mientras le daba la vuelta al cuadro vi a mi padre eufórico corriendo de regreso para la parte de atrás de home y hasta oí que gritaba ‘¿y ahora qué?’.

¿Quiénes eran a tu juicio los cinco mejores jonroneros de Cuba en ese tiempo?

—Eso es complicado. Ha habido muchos muy buenos: Armando Capiró, Kindelán, Luis Giraldo Casanova, Lázaro Junco, Romelio Martínez, el gigante Antonio Muñoz, ‘Cheíto’, Lourdes Gurriel… Yo era admirador de Capiró por esa estampa que tenía, y también de Muñoz. De pequeño iba con mi padre a ver los juegos de la Provincial y aquello parecía una Nacional. Me gustaba mucho el equipo de la Pesca. Admiraba a Julián Villar; me inspiraba bastante y por eso cuando empecé en las Series Nacionales cogí su número 19, y como Wilfredo Sánchez se retiró en aquel momento, me dije ‘si tengo la oportunidad de llegar al equipo Cuba ya vengo desde abajo con ese número’.

¿Cuándo y cómo saliste de Cuba? ¿Dónde resides hoy y a qué te dedicas?

—Salí de Cuba después de dirigir el equipo Marianao en 2002. Era manager-jugador y quedamos campeones por primera vez en la historia del municipio. Recuerdo que en la etapa de clasificación jugamos muy bien, fuimos al play off contra Habana del Este y los muchachos me pidieron que jugara. Les dije que no había hecho ni una práctica de bateo e insistieron. Así, comencé a entrenar un poco y al final di nos cuantos jonrones y ayudé al equipo a ganarle la final a Centro Habana, donde todos eran Serie Nacional. Después de ganar, resultó que Marianao tenía un hermanamiento con el municipio de igual nombre de Barcelona, España, y por esa vía salí como entrenador y director técnico del club. Allá jugué unos años y a los 37 logré un segundo lugar a nivel europeo que jamás había conseguido ningún equipo español. En total, viví 17 años en España, y llevo siete en Estados Unidos.

Antonio Sarduy después de un partido de softbol en España. (Foto: Cortesía)

Unos años atrás diste muy buenas opiniones sobre el futuro de tu hijo en el béisbol…

—Él llegó a firmar con los Dodgers, estuvo un año en Ligas Menores, no bateó bien y después que lo dejaron libre no quiso seguir. Se decepcionó porque decía que no le dieron otra oportunidad con 17 años.

¿Qué piensas de la pelota que se juega hoy en Cuba?

—No la sigo. Cuba es una gran cuna de peloteros pero ha mermado mucho. Los motivos los sabemos todos. Una vez estando en España me dijeron que se había suspendido la Provincial por falta de pelotas y que los catchers no tenían su equipamiento. Entonces, ¿qué se puede esperar?

¿Has venido de visita alguna vez desde tu partida? ¿Sientes nostalgia o ese momento quedó ya en el pasado?

—Aún tengo allí mi única hermana y mis sobrinas. La última vez que estuve en Cuba fue en 2009 y sí, se echa de menos la calidad humana y el calor de la tierra. Eso siempre se extraña.

Antonio Sarduy. A su lado René Arocha. (Foto: Cortesía)

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