LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 – En las últimas semanas hemos presenciado, desde este espacio que nos proporciona Cubanet, una especie de debate entre algunos colegas acerca de la problemática racial en nuestro país. Y comoquiera que en uno de los últimos capítulos de la escaramuza se sugirió que otras personas emitieran sus criterios, aprovecho la ocasión para reflexionar al respecto.
Es indudable que los negros y mestizos han sido discriminados o marginados durante casi toda la existencia de la nación cubana, un fenómeno cuya intensidad ha oscilado a través de los distintos momentos de nuestro devenir histórico. Incluso después de 1959, cuando las autoridades decretaron el fin de la discriminación racial, ciertas disparidades y prejuicios siguieron operando en contra de las personas de piel oscura. Sin embargo, al tiempo que el castrismo se esforzaba, al menos en el plano discursivo, por lograr la inclusión social de los negros y mestizos, otras exclusiones, como las de homosexuales y creyentes, adquirían la categoría de política de Estado. Las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), la parametración que siguió al Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, y la oficialización del Ateísmo Científico, podrían dar fe de lo que apuntamos.
Esta reciente controversia sobre el tema racial exhibe, entre otras, dos aristas que pudiésemos considerar contrapuestas. Por una parte, es una muestra de la libertad de expresión que debe de caracterizar a nuestra sociedad; pero, por otro lado, podría causar una división en el seno de la prensa independiente, y aun en la oposición, y sobre un asunto que no constituye la esencia del momento actual. Y no hay que olvidar que toda fractura en el movimiento opositor, de una u otra manera, le hace el juego a la maquinaria del poder.
Porque no está mal que los negros, mestizos, homosexuales y creyentes aboguen por el pleno reconocimiento de sus derechos. Mas es imprescindible que comprendan que aquí el problema principal no está relacionado con la raza, la preferencia sexual, o la fe que se profese. El problema principal que afrontamos los cubanos es político-ideológico, y afecta por igual a todos los que no comulguen con el oficialismo. Además, al castrismo le conviene más vender la imagen de una sociedad con determinados rezagos raciales, o ciertas intolerancias hacia homosexuales y creyentes, antes que admitir la existencia de un sistema totalitario.
Lo anterior queda confirmado si observamos el accionar de las autoridades o sus apéndices. Por ejemplo, la oficialista Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) ha creado las “Comisiones José Antonio Aponte”, para que sus dependencias provinciales— ya funcionan en seis provincias— profundicen en el estudio del tema racial, y pugnen por eliminar los prejuicios que todavía subsisten en este terreno; el semioficial Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), con la diputada Mariela Castro al frente, trabaja con vistas a disminuir la intolerancia hacia los miembros de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales); y desde 1985, con la aparición del texto Fidel y la religión, se reconoció públicamente la marginación que padecían los religiosos en nuestro país.
Y mientras el castrismo admitía la intolerancia mantenida hacia homosexuales y creyentes, y lo que resta por hacer en materia de igualdad racial, ¿qué ha sucedido con la exclusión político-ideológica? Pues se mantiene tan firme como el primer día, combinando el inmovilismo con la represión a los que luchan por el establecimiento de una auténtica democracia.
Por eso, y no obstante respetar todos los criterios emitidos sobre este tema, así como las acciones que cada segmento de la oposición pueda emprender, estimo que el momento exige concentrarnos en la tarea principal, que es también la que más le duele al castrismo.