LA HABANA, Cuba.- Este jueves, en el horario estelar que sigue a la exhibición del capítulo de la novela brasileña de turno, la Televisión Cubana estrenó la segunda entrega de las tres en las que ha sido dividida la entrevista realizada por el informador hispanofrancés Ignacio Ramonet a Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Este segundo capítulo no ha ofrecido nada nuevo ni diferente.
En un artículo publicado el mismo jueves también aquí en CubaNet, yo me refería a que Ramonet, en su primer capítulo (supuestamente consagrado a la política interna de Cuba), eludió por completo abordar el tema actualísimo del monstruoso sistema político instaurado y mantenido en la Isla por el castrismo. Ahora no es muy diferente lo que puedo comentar sobre la segunda entrega.
Aunque se suponía que esta estuviese consagrada a los temas económicos, estos últimos, que sí fueron abordados en el primer capítulo, sólo de pasada fueron tocados en el nuevo. El entrevistado insistió en “el bloqueo yanqui recrudecido”. Algo se habló sobre las mipymes (micro, pequeñas y medianas empresas), con respecto a las cuales Díaz-Canel expresó creer que ese sector “va a seguir ampliándose”.
Ramonet se hizo cómplice de una de las ideas más peregrinas del régimen. Él formuló el comentario (que no pregunta) siguiente: “Por parte del Estado se han hecho las reformas necesarias de leyes para facilitar una nueva producción”. El hispanofrancés, por ende, se ha hecho eco de una de los despistes más colosales del castrocomunismo: el de creerse que basta la promulgación de nuevos textos legales para impulsar el aparato productivo del país, colapsado por las mismas políticas inviables del sistema.
Por su parte, Díaz-Canel aprovechó las preguntas de su entrevistador para referirse al “Programa de Estabilización Macroeconómica que se va a desarrollar durante un período prolongado, digamos, hasta el año 2030”. Aquí no quiero privarme del placer de compartir con mis lectores un comentario especialmente acertado de la colega Ana León, hecho en estas mismas páginas: “Como si el pueblo cubano, que ya sobrevive al límite, tuviera todo el tiempo del mundo para ver a este gobierno fracasar eternamente”.
En realidad, el hispanofrancés don Ignacio se centró en el tema de los servicios médicos (supuestamente de excelencia) que brinda a sus súbditos el Estado socialista cubano. El aspecto al que se le dedicó el mayor tiempo fue el de la pandemia del Coronavirus (la COVID-19).
Se trata —a no dudarlo— de un tema extraordinariamente grato para los agitadores y propagandistas del castrocomunismo. Y Ramonet, al tañer esa cuerda que tanto agrada a su entrevistado, demostró una vez más su enfoque parcializado y tendencioso de cuestiones en las que —se supone— debería haber mostrado los principios éticos que necesitan quienes pretenden dedicarse con seriedad a la noble profesión periodística.
El interrogatorio (de algún modo hay que llamarlo) que hizo Ramonet se ajustó en tan gran medida al libreto castrocomunista… ¡que incluso repitió aquello de que, supuestamente, Cuba “era una potencia en materia de salud”! (Al parecer, el hispanofrancés no sabe que la frasecita no es empleada ya ni siquiera por los agitadores del régimen, debido a que nuestro pueblo, ante el colapso generalizado del sistema asistencial, la ha cogido “para el relajo”).
Claro que Díaz-Canel aprovechó esa posibilidad que le brindaba su entrevistador para elogiar las supuestas excelencias de los servicios médicos del castrocomunismo. Tanto es así, que incluso se animó (¡él, que recibe una asistencia elitista y no tiene ni la más remota idea de las calamidades que tiene que sufrir un cubano de a pie en los desmantelados hospitales de nuestro país!) a emplear el adjetivo “robusto” para calificar el Sistema de Salud.
Pero en todo lo relacionado con el tema de la pandemia (al que tanto tiempo se le dedicó), el hispanofrancés puso de manifiesto su falta de rigor profesional o el poco respeto que siente por quienes lo siguen. Calificó de “proeza excepcional” lo sucedido en nuestro país en tiempos del COVID-19. También se explayó en el asunto de las vacunas cubanas y el presunto acierto del enfrentamiento castrocomunista a ese flagelo.
Pero ya que optó por centrarse en esa temática, hay que constatar que dejó de formular preguntas vitales, que tal vez pudieran haber sido consideradas algo polémicas, pero que un informador serio no habría eludido. Y esto, ni siquiera con el objetivo de entrar en contradicciones con su entrevistado, sino para permitirle a este dar la versión oficial de La Habana sobre esos aspectos que tanto se han debatido, pero sobre los cuales no existe una respuesta clara proveniente del régimen.
En lo tocante a las “vacunas cubanas”, por ejemplo, bien pudo haber formulado una simple pregunta: ¿Por qué razón, años después de su invención y aplicación (masiva en Cuba y parcial en algunos otros países), no han cristalizado los trámites para su validación ante la Organización Mundial de la Salud (OMS)!
O con respecto al hipotético éxito obtenido por las autoridades sanitarias cubanas en su enfrentamiento al mal: ¿Qué explicación oficial da el régimen al desmedido incremento del número de muertes acaecidas en la Isla durante el apogeo de la pandemia! A falta de otra causa de mortalidad durante ese período, ¡ese inusitado número de fallecimientos (que excedió en varias veces el de los atribuidos de modo oficial a la COVID-19) sólo podría atribuirse a la misma pandemia y únicamente podría explicarse por una grave adulteración de las cifras reales de los óbitos causados por ella! ¿O no!
Pero nada de esto interesó al inefable periodista de izquierdas. Razón de más para que sus seguidores se sientan defraudados por él.
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