LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Las mamarrachadas de mítines de repudio que le han montado en los últimos días a disidentes cubanos de visita en el exterior, pasa de ser otra prueba, ya innecesaria, de la mano larga del régimen en lo que a represión se refiere, para ser un síntoma de su muy avanzado estado de putrefacción. Y no sólo eso. También nos revela el ocaso de la violencia política, que en otros tiempos cundió el pánico en muchas partes del mundo como estandarte de izquierdas radicales, pero cuyos rezagos apenas son vistos hoy como bufonerías de baja estofa.
Por más curados de espanto que estemos, siempre el régimen nos sorprende rompiendo sus propias marcas de retrogradación. En momentos en que hasta ETA y las narcoguerrillas, últimos atisbos de la violencia como partera de la historia (según lo excretado por Marx), demuestran darse cuenta de la extemporaneidad del postulado, los caciques no sólo continúan apostando por su cruda aplicación para imponerse en Cuba, sino que aún sueñan con exportarlo.
Y no deja de ser curioso que incurran en tamaño atolondramiento justo cuando están intentando venderse internacionalmente como aperturistas y reformadores.
Si no existieran otras pruebas para desenmascararlos como lo que en verdad son -fósiles de la barbarie- ante instituciones y gobiernos que aún creen o fingen creer en su voluntad de cambio, bastaría con el espectáculo que acaban de brindar las embajadas de Cuba en Brasil, México o España, organizando a la metralla de esos países para que agredan a ciudadanos cubanos, a los que precisamente nuestras embajadas en el exterior debieran representar y proteger.
En el panorama del mundo moderno no han de abundar ejemplos de ciudadanos decentes y pacíficos que, al estar de visita en el extranjero, deben temerle más que a ninguna otra amenaza, a la de sus propias representaciones diplomáticas.
El propósito del régimen, ridículo pero también siniestro, de durar a la dura, en vez de durar cambiando, no podría resultar más evidente. Pero llama la atención que ni los medios informativos ni las instituciones que tienen que velar por el respeto a las normas diplomáticas hayan reparado en lo escandaloso del asunto.
Tal vez se deba al poco relieve noticioso de esas piaras de patéticos gritones que organizan nuestras embajadas en el exterior, pero aun así, nada justifica la indolencia de pasar por alto el comportamiento irrespetuoso de la diplomacia cubana, no ya para con sus ciudadanos, sino contra los códigos del mundo civilizado.
Hasta la mismísima sede de la ONU en Nueva York ha sido testigo en estos días del agresivo y tarado empeño de los representantes del régimen por silenciar a la brava la voz ecuánime y diáfana de nuestra sociedad civil alternativa. Debe ser muy desesperada la situación de un gobierno que está dispuesto a desembozarse así ante el mundo sólo por callarle la boca a un humilde ciudadano.
De pronto, podría parecer que no se trata más que de uno de esos pintorescos incidentes que han tipificado en las últimas décadas el delirio histriónico de nuestra dictadura. Pero bien ubicado en el actual contexto de globalización y civilidad hacia las que tiende el planeta, este agresivo pataleo de nuestros fósiles de la barbarie no debiera quedar impune, o al menos no sin poner en entredicho el discurso civilizador y conciliatorio de instituciones como la ONU, entre otras.
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