LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -El pasado reciente de abusos, maltratos y humillaciones en las prisiones cubanas parece no haber existido nunca, según mostraba un reportaje aparecido en la prensa oficial de Cuba, el miércoles 10 de abril.
No se trata de desconocer, a todo trance, alguna que otra posible mejora en las prisiones de la Isla. De lo que se trata es del intento siempre presente de los hipócritas del gobierno y de la prensa oficial por negar las miserias y crueldades que siempre han imperado en las cárceles.
La costumbre de no lavar los trapos sucios en la plaza pública, sino en familia, ha sido una constante en todos estos años de “revolución”. Reprimir la denuncia y acallar las críticas ha sido el detergente idóneo para que los trapos luzcan siempre sospechosamente limpios.
Denunciar las pajas en el ojo ajeno y cubrirse los propios con gafas de sol, también ha sido una constante del régimen, que unida al eterno vicio de culpar al embargo norteamericano, le ha servido para engañar y manipular a la opinión pública.
La afirmación de la teniente coronel Sara Rubio Valdés, directora de la Cárcel de Mujeres, de que el embargo atenta contra el sistema penitenciario cubano, y que la actividad delictiva en el país sería menor si el gobierno de los EEUU lo eliminara, es una prueba ridícula y escandalosa de los subterfugios a que apela el régimen.
Los golpes, los maltratos y las humillaciones nada tienen que ver con el embargo. Tampoco las golpizas con palos de marabú y con cabillas de acero entizadas con tela. Ni las golpizas con manoplas de acero, y con casquillos de acero en las botas rusas calzadas por los pies de los carceleros.
El traslado de los reclusos por delitos políticos a cientos de kilómetros de sus familiares, con un transporte público colapsado, nada tiene que ver con el embargo, el cual mucho menos es responsable de las celdas tapiadas y oscuras, de los colchones con chinches, de los alimentos en mal estado, de las ilegalidades de todo tipo contra los reos cometidas por los uniformados.
Es hora de que junto con las pretendidas reformas se muestre también un poco de sinceridad, se admita la culpa, y se empiecen a lavar los trapos en la plaza pública.
El segundo jefe de la Dirección de Prisiones, coronel Osmani Leyva Ávila, quien lleva 25 años en esa institución, conoce muy bien su pasado, diferente al que se muestra ahora. Pero desmentir el informe oficial sería contradecir las palabras del caudillo, quien, para sorpresa de todos los reos maltratados de esta isla, afirmó: “En Cuba jamás se ha maltratado a un prisionero”.
Desmentir eso requiere valentía. Significa renunciar a las prebendas y a la protección que tienen asegurados los cómplices. Y es muy poco probable que algún funcionario del régimen muestre el valor y la vergüenza suficientes para hacerlo.
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