Por lo que parece, Cubanet ha resuelto abrir espacio permanente para la confrontación de criterios entre sus colaboradores. Es una buena nueva. Ya era hora de que alguno de los medios de información libre con interés para los cubanos, intentase devolvernos el debate democrático, una pérdida que no por gusto se encuentra entre las primeras que nos ocasionó la dictadura, al extirpar de la prensa todo asomo de polémica, mientras confundía mañosamente la discrepancia de ideas con el ataque personal y el consenso con la anulación del oponente.
Durante varias generaciones, hemos estado privados de alumbrarnos con la controversia abierta y desprejuiciada de aquellos que escriben para las publicaciones periódicas. El intercambio de conceptos fue abolido por decreto tiránico para dar paso al dogma que no admite discusión y para establecer el linchamiento en pandilla contra los criterios o voces discrepantes. Para rematar, esta práctica se iría expandiendo como una epidemia por todos los ámbitos socio-culturales de la Isla, hasta llegar a convertirse en signo distintivo del cubano.
El tozudo atrincheramiento en los criterios y consideraciones individuales, cuya semilla regaron en Cuba los colonialistas españoles, germinó hasta colmos de patología bajo el totalitarismo fidelista, pero ahora con tres vueltas de tuerca dadas a favor de la manipulación y del dominio sobre el modo de pensar de la gente.
Por falta de ejercicio, perdimos la capacidad para discutir nuestras diferencias en forma desapasionada, o lo que es igual, democrática y civilizadamente. Hoy, no digamos ya en los medios oficiales, ni siquiera en los conductos mediáticos de Internet a los que han logrado acceder la oposición y la sociedad civil alternativa (incluyendo los que se proyectan desde el exterior de Cuba), hallamos espacios abiertos permanentemente para el debate de ideas contrapuestas.
La tendencia apunta hacia la descalificación y el aplastamiento de las opiniones contrarias -sin lugar para réplicas-, o hacia el compadreo y el elogio cómplice ante los pareceres u obras que nos simpatizan. Desde luego que, a tono con su contexto democrático, las páginas informativas administradas desde el extranjero, abren cobertura a los criterios a favor o en contra de los lectores. Pero, como línea editorial, a la que deben dar validez los profesionales de la palabra, si es que se trata de esas páginas, o como propensión general, en el caso de otras vías más personales, campea aún el provinciano y muy fidelista sociolismo, o el linchamiento contra el diferente, sea rechazando a priori todo lo que haga o dice, o a través de un silencioso ninguneo, que es otro modo de lincharlo.
Ante un panorama así de chato, debido al cual estamos incurriendo incluso en el desaprovechamiento de las modernas tecnologías de la comunicación (particularmente difíciles de acceder desde la Isla), esta nueva vertiente de Cubanet se presenta como algo muy notable, un cocuyo en mitad del monte oscuro.
Claro que no basta con las buenas intenciones. Y ningún intento de abrir brecha está exento de tropiezos. Que este medio haya decidido apostar por el debate permanente y amplio de ideas entre sus colaboradores, no es suficiente, por sí solo, para demostrar que es viable y muy enriquecedor como opción ante lo que ya forma parte de nuestra idiosincrasia, cerril y provinciana, pero nuestra.
Aunque como primer paso, este proyecto (si existe) es sumamente encomiable, faltaría tal vez que todos los colaboradores que participan en los debates, asuman por igual la enorme responsabilidad que conlleva tratar de enderezar un árbol que nació torcido y sobre cuyo torcimiento pesa medio siglo de abandono.
Por lo que se ha visto hasta ahora, son identificables en más de un detalle nuestras lagunas en el arte perdido de la confrontación de ideas. No es que tengamos que aspirar a la perfección, demasiado aburrida, y además inalcanzable en nuestro caso. Pero se aprecia con facilidad que nos falta práctica.
Caemos con frecuencia en la tentación de querer descalificar al interlocutor, antes o en lugar de demostrar, con argumentos o datos razonados, las posibles fallas de su enfoque. Uno puede compartir o no las ideas del otro, pero es ingenuo considerar que el otro está equivocado sólo porque no compartimos sus ideas. Y todavía más, es un error de lesa inteligencia creer que la descalificación resulta válida para desmontar cualquier idea sólo porque no es la nuestra.
Ya se sabe que la democracia prospera mediante el debate cívico. Pero si arrancamos acusando al otro gratuitamente, y hasta faltándole el respeto en ocasiones, ahí mismo estamos frustrando toda posibilidad de entendimiento. Cerramos el debate desde su inicio, pues el objetivo de la confrontación deja de ser el interés público para limitarse a ventilar las opiniones que cada cual tiene sobre su oponente, o a la capciosa discusión sobre lo que me dijiste y yo te digo.
Más que concentrarnos en la manera de atacar al otro, es justo e inteligente que empecemos por tratar de entenderlo. Llevar la duda al otro, o incluso convencerlo de que está equivocado, siempre será mucho más meritorio que insultarlo. Eso por no decir que hasta nuestras más arraigadas convicciones requieren revisión de vez en vez, para que no se enquisten y envejezcan. Es una lección que, desde su negatividad, nos ha impartido el régimen durante 50 años.
Todos estamos empeñados (y sumamente necesitados) de adiestrarnos en la compleja tarea de vivir en democracia. Y ninguno de nosotros tiene una varita mágica para convertir en verdad todo lo que piense o crea o haya leído o estudiado. Y menos en materia política, donde aún más que las verdades o mentiras absolutas, suelen imponerse como divisa estándar las verdades a medias.
Por lo demás, creo que también nos falta disolver por completo en el inconsciente otro de los venenos que tan pícaramente nos inoculó la dictadura: la creencia en que al airear en público nuestros criterios dispares, estamos dañando la causa que defendemos. Si rescatar el debate democrático es algo que nos debilita y nos desune, en tanto grupo disidente o de pensamiento alternativo, la verdad es que no somos tan diferentes al régimen como quisiéramos.
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