LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38.- Se quedó corta la cita bíblica cuando asegura que a través de sus obras podemos reconocer a las personas. Es cierto, pero con frecuencia no necesitamos tanto. Basta con oír hablar a una persona, o con leer lo que escribe, para reconocerla. Es el caso de nuestros caciques, quienes, al monopolizar el discurso público como arma de dominio, fueron pergeñando un lenguaje que hoy los retrata por sí solo, y hasta un punto en que hay palabras y expresiones que parecen existir para su exclusivo uso. Al escucharlas, sabemos que son suyas, como saben los guajiros identificar al pájaro por la cagada.
La palabra “intransigencia” conforma uno de esos sellos identificativos del régimen. Y no uno cualquiera, es realmente emblemática. Aún más cuando le agregan apellido: “intransigencia revolucionaria”. Con esa expresión se han disfrazado aquí las más pérfidas manipulaciones y se han ocultado los más abyectos atropellos. Con ella suelen ser justificadas las olímpicas metidas de pata de los líderes de la revolución. Y también en más de una oportunidad la expresión les ha servido a los historiadores oficialistas para pasar de puntillas por encima de capítulos de nuestra historia en los que no les conviene ahondar.
Ayer, Cubanet publicó el artículo “Historia oculta sobre la Protesta de Baraguá”, de Roberto Quiñones, donde es abordado este asunto de la intransigencia, justo en uno de los casos en que con mayor énfasis la historiografía cubana (y no sólo la escrita en la etapa revolucionaria) le ha otorgado tan exagerada trascendencia lo mismo al término que al hecho que describe, que a uno no le queda sino inferir que detrás de lo que se califica como “intransigencia mambisa”, subyace la intención historicista de solapar un fracaso.
Con acierto, al referirse a la Protesta de Baraguá, Quiñones critica a los políticos del régimen, y a sus historiadores, quienes, en vez de hacer un análisis objetivo de la situación de las fuerzas mambisas en aquel momento, suelen expresarse despectivamente de los que “optaron por la capitulación temporal, sin renunciar a su vocación independentista”. Es una verdad que no admite discusión, y es además una prueba de que aun cuando la actual dictadura adoptase la palabra intransigencia para sus pícaros fines, no la inventó como herramienta justificativa, pues ya era usada por anteriores refrendadores de la historia, aunque no por los mambises, que son inocentes del manejo sintáctico.
Con la misma pertinencia, Quiñones reprueba que los gobernantes y los historiadores cubanos de la actualidad nos muestren siempre a los héroes “como individuos incapaces de cometer errores, 100% perfectos”, mientras se cuidan de ocultar “sus momentos de debilidad, sus inconsecuencias o sus desafueros”.
Sin embargo, luego de leer detenidamente su artículo, por lo menos a mí no me quedó claro si el interés primordial de Quiñones fue señalar el despropósito en el que historiadores y políticos incurren al sobrestimar la “intransigencia revolucionaria” de Baraguá con el deseo de matizar la triste realidad histórica que constituyó la derrota de los mambises en aquella etapa de la guerra contra el colonialismo.
Por momentos, tuve la impresión de que aún más que en el interés de poner los puntos sobre los íes con respecto al tan abusado término “intransigencia revolucionaria”, Roberto Quiñones se concentró en el empeño de establecer una comparación entre Antonio Maceo y el entonces comandante insurrecto José Ramón Leocadio Bonachea, según los posibles méritos de cada cual por su posición intransigente ante los resultados del Pacto del Zanjón. Todavía más, lo noté interesado en sobreponer la importancia de Bonachea a la de Maceo.
Al margen de lo desaconsejable que resulta este tipo de cotejo entre dos figuras históricas del pasado, no sólo por su inutilidad práctica sino también por la gran dosis de subjetivismo que siempre va a primar en la cuestión, la verdad consabida es que, si seguimos al pie de la letra sus biografías, los méritos de Maceo como jefe mambí son incomparablemente superiores a los de Bonachea.
Incluso, si transigiéramos al aceptar como un mérito de excepción la “intransigencia revolucionaria” de ambos ante el pacto de paz entre insurrectos y españoles, el de Maceo no podría ser considerado en modo alguno un mérito menor que el de Bonachea, tal y como lo valora Quiñones: “Es José Ramón Leocadio Bonachea Hernández y no el Titán de Bronce, quien representa la intransigencia mambisa ante el Pacto del Zanjón. Eso tampoco nos lo enseñaron así y dudo que nuestros historiadores y políticos se atrevan a rectificar”.
En principio, creo que no es justo escatimarle a Maceo el carácter de iniciador y máxima figura de la actitud rebelde ante el pacto de paz. No fue con Bonachea con quien el general español Martínez Campos necesitó parlamentar como paso imprescindible para el completamiento de su victoria sobre el ejército mambí.
De cualquier manera, más que la insistencia en esta comparación -que considero fútil y desafortunada-, lo que lamenté del artículo de Quiñones es que, por adentrarse en la comparación, dejara a un lado el aspecto verdaderamente enjundioso del asunto, que era lo referido a la intransigencia de los dos héroes, dándole tratamiento de hito histórico y de valor militar agregado.
Tanto a Maceo como a Bonachea le sobran méritos como brillantes y valerosos jefes mambises. Así es que, ateniéndonos al rigor histórico, ni siquiera veo que se justifique plenamente el interés por sobredimensionar su importancia como portadores de eso que llaman la “intransigencia revolucionaria”, que no es sinónimo de integridad de principios, ni de firmeza, o fuerza de voluntad, o valentía.
Por eso pienso que la Protesta de Baraguá (apartándonos de otras posibles connotaciones como estrategia política) no constituyó ese gran logro histórico que por lo general se le atribuye, al menos no desde la significación que tuvo en su contexto la intransigencia de sus protagonistas. Creo que tendemos a confundir los términos. Donde debíamos decir “torpeza”, decimos “intransigencia”. Igual que yo mismo, por superficial pudor, escribí antes “pacto de paz” donde debí escribir “rendición de los mambises” mediante el Pacto del Zanjón.
La verdad histórica concreta es que Maceo (y mucho menos Bonachea) no tenían otra salida que aceptar la rendición, o, de lo contrario, enfrentar una muerte vana y fatal para la causa independista, como terminó haciéndolo Bonachea.
Sencillamente el general español Arsenio Martínez Campos había derrotado en buena lid a los mambises. Aunque también la derrota fue condicionada en sustancial medida por muchos de los jefes mambises, debido, como se conoce, a sus divisiones internas y a sus pugnas regionalistas y a sus vanidades egocéntricas. Pero es sol que no se puede tapar con un dedo el hecho de que Martínez Campos aprovechó muy bien, como brillante militar que era, todas las debilidades y las pifias del campo insurrecto. Y los condujo hábilmente a la rendición.
No soy militarista (que Dios me libre), ni entendido en cuestiones de guerra (solavaya), pero no creo que haga falta serlo para comprender que la palabra “intransigencia” no tiene cabida en el arte militar. En buena ley, no pasa de servir como consuelo para los derrotados. En una guerra se gana o se pierde. Y la intransigencia no ha de valerle de mucho a los que pierden. El intransigente podrá sentirse bien consigo mismo, y además conseguirá despertar la admiración de otros, por su valor y por su disposición suicida, pero desde el punto de vista de los beneficios para la causa que defiende, la ganancia es poca.
Es lo que pienso yo. Y por supuesto que no pretendo enmendarle la plana a Roberto Quiñones. Cada cual con su cuero hace tambores. Los nuestros son dos modos de enfocar la cuestión. Y está claro que el modo de Roberto Quiñones no tiene que coincidir con el mío, aun cuando ambos coincidamos al reprobar por igual la tendencia manipuladora del régimen a la hora de abordar la historia.
Ni siquiera es obligado coincidir (yo no coincido) con lo que escribió nuestro venerable Héroe Nacional, José Martí, a propósito de la Protesta de Baraguá: “…es de lo más glorioso de nuestra historia”. Sin embargo, creo entender las razones tácticas que pudo tener Martí para emitir este juicio, en su condición de líder y aglutinador de las fuerzas patrióticas que debían continuar la lucha contra España.
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