LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -El 10 de mayo se realizó en Cristo Salvador Galería un panel sobre las revistas alternativas Diáspora(s), Naranja dulce, Albur y Enema, que siguió a la presentación, el día anterior, de la revista P350.
Conducido por Mario Castillo, el conversatorio integró a personas que participaron de cerca en esas publicaciones: Ricardo Alberto Pérez, Omar Pérez, Magaly Espinosa y Lázaro Saavedra. Ricardo Alberto Pérez y Omar Pérez recibieron en años recientes el premio de poesía Nicolás Guillén, el más importante que se concede en el país en este género, y tienen una importante trayectoria que incluye la traducción y el ensayo. Lázaro Saavedra es un artista plástico de sólida carrera y ha participado en disímiles debates culturales —utilizando a veces sus punzantes caricaturas—, con mucho de lucidez e ironía y pocos pelos en la lengua. Magaly Espinosa es una profesora y estudiosa del arte que se destaca por haber colaborado, a lo largo de muchos años, con un enfoque muy inteligente, en eventos artísticos de todo tipo, ocasionalmente muy controvertidos en cuanto a la relación entre poder y cultura.
Ricardo A. Pérez habló de Diáspora(s) como “único miembro de ese grupo que vive en Cuba” y rememoró los inicios: “Éramos un grupo de amigos escritores con dudas y obsesiones parecidas. En 1993 decidimos crear un grupo, o de algún modo un antigrupo”. Pero del surgimiento de Diáspora(s) —que integraron fundamentalmente Rolando Sánchez Mejías, Rogelio Saunders, Carlos A. Aguilera, Pedro Marqués de Armas y el propio Ricardo A. Pérez— al primer número de la revista pasaron cuatro años, “durante los cuales acontecieron muchas cosas, sobre todo en nuestra vida cotidiana”, relata, precisando que “Diáspora(s) fue el producto de muchas inquietudes que venían gestándose desde los años 80 en Cuba”.
De Naranja dulce salieron solo cuatro números. “El primero se diferenciaba mucho de los otros tres”, indicó Omar Pérez en su turno, “porque estaba hecho a la medida de El caimán barbudo, era una publicación «especial» de El caimán, y ese primer número no alcanzó todavía personalidad propia”. Un grupo de escritores, sin embargo, logró cristalizar el proyecto: “y después el diseño sería distinto, se adoptó la estructura en columnas”, cuenta el poeta: “Éramos ocho escritores y cada uno fundamentaba una columna con un tema fijo: Víctor Fowler sobre erotismo en el arte, Abelardo Mena sobre artes plásticas, Atilio Caballero sobre teatro, Antonio José Ponte sobre el siglo XIX cubano, yo sobre libros raros o curiosos. No recuerdo a partir de cuál número se trató, además, de que cada uno fuera monográfico”, dijo y pasó al público, como ejemplo, un número dedicado al erotismo en la cultura.
Sobre Albur, que se publicó durante varios años en el Instituto Superior de Arte, con un apoyo variable de la institución, Magaly Espinosa dijo que, “cuando ni siquiera en Cuba teníamos conciencia de lo que significaban los «estudios culturales» para el Tercer Mundo, ya Albur estaba dándole voz al «otro», valorando la cultura popular, entendiendo la vida cotidiana. No era una inspiración de intelectuales, era una necesidad cultural que nacía de la vida real, de la manera en que se combinaban los distintos tipos de arte, como es característico del ISA”. Yendo a los datos, recordó que allí colaboraron “más de cien artistas plásticos y sus páginas fueron punto de partida de estéticas personales que después tomarían forma. Se publicaron dieciséis obras de teatro, ochenta y nueve poemas, seis estudios de musicología, muchas traducciones, trece textos de teoría gráfica estética, catorce entrevistas, entre ellas, una de la últimas a Manuel Moreno Fraginals”.
Refiriéndose al fenómeno de las revistas culturales, Espinosa dejó claro que “la conciencia de una cultura se debe mucho a sus publicaciones, que se convierten en memoria: son una conciencia crítica y por eso tienen tanta responsabilidad los intelectuales. Por eso además son tan temidas y tan poco bendecidas por los poderes públicos. Cuando las revistas surgen de un súmmum de la cultura tienen un valor de autoconciencia crítica”.
El artista plástico Lázaro Saavedra, en su historia de la revista Enema se refirió a los obstáculos que tuvieron sus organizadores para sacarla adelante y proyectó algunas portadas, como muestra del gesto provocador tan notable que fue Enema. Saavedra recordó que siempre se preocuparon por que cada lanzamiento fuera algo significativo (se hicieron tres, los dos primeros en el ISA y el tercero en la Fundación Ludwig) y el resultado era una actividad multimedia.
En el resumen, Magaly Espinosa hizo notar que aquella era la primera vez que se reunía un grupo de personas para hablar sobre estas revistas, que tuvieron mucha importancia en su momento y que no debemos dejar de tener en cuenta cuando echamos un vistazo a la cultura y a la sociedad de entonces. Tampoco, claro, debemos pasar por alto las enormes presiones de las autoridades y los graves problemas económicos que debieron enfrentar sus organizadores para publicar cada número contra viento y marea.
Por otra parte, debemos recordar que revistas como esas, principalmente Diáspora(s), sirvieron de aliento a publicaciones alternativas posteriores, aunque solo de forma digital, como Cacharro(s), 33 y 1 tercio, The Revolution Evening Post o Desliz, donde participaron escritores de generaciones más recientes —Jorge Alberto Aguiar, Raúl Flores, Orlando Luis Pardo, Jorge Enrique Lage, Ahmel Echevarría y Lizabel Mónica, entre otros—; publicaciones que no por ser solo digitales dejaron de sentir las coacciones y carencias por las que debe pasar todo proyecto independiente bajo las condiciones de un régimen político como el cubano, donde la mayor parte de la vida cultural auténtica ocurre al margen de la política cultural.
Por esa razón es que no debemos olvidar esas publicaciones que, como anotaciones al margen del discurso oficial, como auténticos marginalia, tienen mucho que decirnos sobre cómo pensaban y creaban realmente algunas personas en un momento determinado, ahora, en medio de tanto montón de papelería inútil y sin espíritu.