LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -En diciembre de 2006, la aparición en programas de la televisión del ex-fiscal y ex-director del Instituto Cubano de Radiodifusión, Jorge Serguera, y de Luis Pavón, el draconiano ex jefe del Consejo Nacional de Cultura, provocó la llamada “guerrita de los e-mails”.
Aquello pareció un intento de sacar a los represores estalinistas de los años 70 del plan pijama para quitarles el polvo y rehabilitarlos. Muchos artistas e intelectuales que fueron víctimas de las torvas directivas de ambos comisarios y sus esbirros temieron la vuelta de los horrores del Decenio Gris.
No fue más que una tormenta en un vaso de agua. Un revuelo de comején en el corral de la cultura. Se aplacó sin disculpas, nada menos que con el recordatorio por el inefable ministro Abel Prieto de las Palabras a los Intelectuales de Fidel Castro en 1961. Toda una señal. Allá quien no la captó.
Hipócritas, oportunistas y socarrones, tan abundantes en el medio cultural, se contentaron con fingir que creyeron que Pavón y Serguera fueron un par de monstruos absolutamente culpables de todos los desmanes estalinistas del Decenio Gris y dieron por zanjado el asunto. Si acaso, les quedó solo un poco de reconcomio de tertulia, hasta saludable si es dosificado.
En realidad, todos sabemos que Pavón y Serguera sólo fueron los chivos expiatorios con los que el régimen pretendió hacer el exorcismo de una de sus etapas más oscuras. No importa el empeño y entusiasmo que pusieran en la tarea asignada, Luis Pavón y Jorge Serguera no tuvieron el poder de decidir políticas oficiales. Sólo ejecutaron disciplinadamente las órdenes que recibían “de arriba”, del “máximo nivel de dirección”. Los guerreros de los e-mails lo sabían bien. Sólo que fue más fácil y seguro jugar con la cadena y no con el mono.
Jorge Serguera murió hace cuatro años. Luis Pavón, hace varias semanas. Se fueron de este mundo odiados, sin panegíricos ni honras militares. Ambos fueron cremados, en ceremonias fúnebres “estrictamente familiares”. Todo muy discreto. Como para no molestar y mucho menos asustar.
Lo más seguro es que en sus últimos días estos patéticos ancianos en plan pijama muchas veces se hayan preguntado el por qué de la ingratitud y el olvido de sus jefes, a quienes sirvieron con canina lealtad. ¡Cómo si solo ellos hubiesen cometido errores!
Ahora que Pavón y Serguera -que una vez quisieron y casi consiguieron erradicar las palabras intelectual y artista del idioma de la revolución- se fueron al círculo deparado en el infierno para los represores, ¿podrán realmente respirar, disfrutar sus premios y dormir a pierna suelta los defenestrados y parametrados del Decenio Gris? ¿Lograrán convencer a alguien de que todo cambió y de que ya no hay censores ni represores que temer?
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