LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org .- El gobierno cubano, experto en capturar intelectuales muertos cuya obra o cuya vida nunca les fueron afines, anda en tareas de homenajes. Dentro de estos planes estará la celebración, el próximo año, del bicentenario del natalicio de la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 23 de marzo de 1814- Madrid, 1 de febrero de 1873).
El escritor Antón Arrufat, quien dirige los preparativos, ha declarado que “se trata de recolocar a esta figura cubana en el lugar que le corresponde y olvidarse de los prejuicios”.
¿Prejuicios, dice? La Avellaneda nunca gozó del respeto y admiración, como cubana, de numerosos intelectuales del siglo XIX y de la República. Claro que no sólo se trató de prejuicios contra ella, sino de razones muy poderosas, que hasta José Martí tuvo en cuenta, él que fue tan cuidadoso con la censura y sobre todo cuando se trataba de una mujer.
La poetisa camagüeyana dejó escritas bellas palabras sobre su patria. Nadie lo pone en duda. Pero de ahí a que sus actos sostuvieran esas palabras, va una gran distancia.
Si los intelectuales de su época la acusaron de querer a Cuba española, adicta a la metrópoli, y de elogiar a Isabel II, tenían razón. Regresó a La Habana, en 1859, después de 23 años de haber partido hacia España, pero sobre todo en busca de un clima benigno para su delicada salud, y acompañada por su esposo, el coronel Don Domingo Verdugo, militar del séquito del gobernador colonial en la Isla.
Uno de aquellos intelectuales, José Fornaris, cuando la vio tan comprometida con España, compuso un soneto en su contra, censurándole su indiferencia ante el sufrimiento de la Patria, que ya se desangraba en busca de su independencia.
¿Cuál de aquellos patriotas pudo pasar por alto que, fresca aún la sangre inocente de Plácido, el infante Francisco de Paula la ciñera con una corona de oro en el Liceo de Madrid, en 1845?
¿Cuál de aquellos patriotas podía olvidar que en los mismos momentos que estallaba la guerra contra España, la Avellaneda sólo se preocupaba por publicar sus poemas, quejosa porque el Duque de Montpensier no le brindaba apoyo? ¿O que todos los hombres que amó fueran españoles, y también españoles sus mejores amigos y amigas. Ella misma relata en una carta, escrita el primero de agosto de 1847, que había rechazado a un joven que la enamoraba porque era habanero, señalando además que “para mí, es un gran defecto”.
Nos olvidamos de que nuestro Apóstol se preguntó entonces: “¿Quién pide gloria al enemigo hispano?” Y responde, con la Avellaneda como ejemplo: “No lleve el que la pida el patrio nombre. Ni lo salude nunca honrada mano”.
Maestra de la lírica romántica, Gertrudis Gómez de Avellaneda pertenece, sí, a nuestra literatura. Pero jamás podría decirse que fue una buena patriota cubana. Como ella, muchos intelectuales hay que callan hoy el sufrimiento de su pueblo, por vanidad y egoísmo, olvidados de sus deberes libertarios como cubanos, comprometidos con una dinastía que hipócritamente ofrece determinadas libertades, gota a gota como limosnas, antes que anochezca.