LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Interesante ha resultado ver carteles contra los partidos políticos en las manifestaciones de las últimas jornadas de protesta en Brasil. No contra un partido en específico, sino contra los partidos como convocadores y soportes de ideología.
Ya sabemos que el rechazo a los líderes y que la desconfianza ante todo discurso político y ante todo afán controlador, son rasgos propios de los tiempos posmodernos. Indicadores, sin duda, de un paso de avance en la civilización con todo lo bueno o lo malo que cada quien quiera apreciar en el asunto, y sin que necesariamente ello obligue a olvidar las advertencias de grandes pensadores de la historia, como Hans Kelsen, según el cual, “sólo la ilusión o la hipocresía puede creer que la democracia sea posible sin partidos políticos”.
En cualquier caso, aunque tenga razón Kelsen, lo que sí resulta obvio es que en las avanzadas de las manifestaciones democráticas de estos días se hace notar el rechazo a la monopolización de la política por parte de los partidos. Y aun cuando por lo general se siga aceptando que no hay democracia sin partidos políticos, cada día se ve más claro que la democracia no comienza ni se resume en la actividad de los partidos. De modo que el cuestionamiento popular no parece ir contra el papel que les corresponde como instrumentos democráticos, sino contra el hecho de que en vez de ejercer con rigor ese papel, los partidos han estado virando la tortilla, al convertir la democracia en su instrumento.
No en balde, ahora les hacen la cruz en las manifestaciones masivas, sobre todo de los países desarrollados, pero no sólo, ya vemos que también en Brasil. Y por motivos peculiares, aunque no muy distintos en su esencia, igual ocurre en Cuba, sólo que en silencio, con la procesión por dentro, como ha tenido que ser.
No podía ser menos, puesto que los cubanos, muy particularmente los jóvenes, también experimentan las tipicidades de la condición posmoderna: pérdida de confianza en las instituciones, falta de compromiso público, desequilibrio espiritual y revalorización moral, entre otras. Sólo que en nuestro caso, tales inclinaciones han sido agravadas por los efectos de una dictadura retrógrada y feroz.
Si los partidos políticos se la están viendo cada vez más cruda en el mundo democrático, ya podrá suponerse cómo se la verán en Cuba los de los opositores, por no hablar del partido comunista, que es el brazo organizado de la opresión.
Sin embargo, en la anulación que han sufrido en estos años nuestros partidos de la disidencia podría radicar quizá su ventaja. Como, aunque sean muchos, apenas son conocidos por la gente de a pie, y como no tuvieron oportunidad para desarrollarse en plenitud, están a salvo de los vicios y del desprestigio popular que hoy gravita sobre casi todos los partidos en el mundo democrático. Eso les permitiría enderezar el tiro, por así decirlo, antes de haberlo torcido, empezando prácticamente de cero, enfocados en las exigencias de los nuevos tiempos.
Sucede que nuestras figuras opositoras más relevantes popularmente, lo son por sí mismas y, si acaso, se les reconoce como miembros del movimiento opositor, pero no como comisionados de partidos en específico. Incluso, sucede que algunos de los más conocidos entre la gente ni siquiera tienen afiliación partidista. Debido a la falta de condiciones y garantías legales para desarrollar sus programas o actividades políticas, los partidos han tenido aquí una influencia pública punto menos que nula, no sólo en el enfrentamiento contra la dictadura, sino en todo el espectro de la sociedad cubana de la posmodernidad.
¿Será entonces que, dadas nuestras particulares circunstancias, junto a las tendencias propias de la época, a los opositores cubanos no les hace tanta falta ahora mismo agruparse en partidos como optimizar una labor de acercamiento a la gente, sin discursos ni consignas ni rígidos presupuestos políticos, sin ínfulas de liderazgo, sino de igual a igual, poniendo por delante únicamente la disposición de exigirle al régimen, en tanto simples voceros de la ciudadanía, respuestas concretas para sus demandas y soluciones para sus problemas?
Lo cierto es que antes de actuar como organizaciones estables y articuladas que buscan el poder por la vía electoral, a los partidos opositores les haría falta hoy ser guías para la acción emancipadora. Antes que agentes de una u otra tendencia política, necesitan ser vistos como actores del cambio, no sólo en el espacio físico, sino también, y quizá sobre todo, en la mentalidad popular. Este es justo el momento en que la oposición está obligada a marcar diferencias bien distinguibles a simple vista por la gente, y no sólo diferencias ante el régimen, también ante los partidos de oposición light que muy pronto estarán funcionando en Cuba para hacerle la pala al nuevo modelo del totalitarismo fidelista.
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