LA HABANA, Cuba, 7 de agosto de 2013, Juan Carlos Linares Balmaseda/ www.cubanet.org.- Dormir sobre una colchoneta de espuma, acomodada en el piso, ya era costumbre de Ross Mary De Persin. Recientemente, en plena madrugada, le cayó en la cabeza un pedazo de concreto del techo. En el hospital Militar de Marianao le cosieron la herida. Pero no recibió certificado de lesiones, porque todo quedó como un simple accidente.
El apartamento tiene un solo dormitorio, y bajo el mismo techo, o lo que queda de él, conviven con Ross Mary, de 21 años, su hijito Samir Caleb, de tres años, que perdió un testículo debido a criptorquidia, fue sometido a dos intervenciones quirúrgicas y se espera una tercera. También con Ross Mary viven su madre, Juana Clara Rodríguez, paciente de VIH, con un micro adenoma en la hipófisis, tiroides, y único sostén económico del hogar; su tía, Diana Rodríguez, quien sufre de trastornos de nervios y asma crónica; y la hija de ésta, Thalía Flores, de 16 años.
El techo se encuentra en tan mal estado que directivos del gobierno y de la Oficina de la Vivienda en el municipio Playa, para esquivar responsabilidades, dispusieron apuntalarlo. Pero los días de lluvia, afuera caen gotas y adentro chorros.
La situación se le complica a la desdichada familia con la no existencia del documento de propiedad en los archivos de la Oficina de la Vivienda. A pesar de que allí nació la mayoría de los inquilinos, por ser herencia de sus padres. Mientras tanto, el expediente de Caso Social permanece engavetado desde 1999.
Recurrir a ese tradicional truco es común entre los burócratas de Vivienda. El apartamento tiene puerta de salida a la calle, posibilidades de ampliación hacia arriba, y está ubicado en una buena zona de la capital (calle 29 B, No 7006, entre 70 y 72); eso lo hace codiciable por otros ciudadanos que sí poseen dinero suficiente para reconstruirlo.
Conociendo esa mala letra de los funcionarios de la Vivienda, es fácil suponer que están interesados en meter a la familia en un local cualquiera de la periferia de la capital, y, posteriormente, negociar el apartamento vacío.
Un detalle revelador se produjo hace poco, cuando montaron a la familia en un camión para llevarlos a ver un local, que supuestamente contaba con dos dormitorios, y en realidad era de uno. Pero allí había otra mujer habitándolo, lo cual provocó un altercado entre la mujer y los funcionarios. Días después, llevaron a la familia a otro local, sin cocina, y muy similar al anterior. Ambos también se parecían en lo lejos que estaban ubicados, uno en el poblado de El Chico, y el otro en El Cano.
Paralela suerte corren Caridad Reyes Roca, de 66 años, cardiópata, soltera, y la hija de ésta, Misley Lázaro, de 30 años, con Síndrome de Down, alérgica crónica, además de padecer otras enfermedades propias de la discapacidad funcional. Ambas subsisten con la pensión de Caridad, el equivalente a unos 10 dólares mensuales.
Ellas permutaron el 8 de diciembre de 2008, para el apartamento No. 413, altos, en calle Martí, Barrio Azul, en Arroyo Naranjo; y 28 días después, hacían una reclamación por estafa ante la Oficina de la Vivienda: el techo de hormigón estaba abofado, las paredes encubrían sistema eléctrico defectuoso y los pisos ocultaban tupiciones y salideros en tuberías sanitarias e hidráulicas. Del techo se desprenden chorritos de arena y trozos de concreto, sinónimo de derrumbe en breve.
Una mujer me visitó hace un mes. Había acabado de cumplir su condena en prisión. La madre que la crió desde muy pequeña murió mientras ella se encontraba presa, y su hermano de crianza (crecido bajo las mismas condiciones que ella) había vendido la casa. Me confesó que en la cárcel ella poseía cama, comida y techo seguro, y que ahora, en libertad, se siente desamparada y llevando a cuestas el estigma de ser una ex-convicta.
Experiencias afines se escuchan por montones. ¿Qué se entiende en Cuba por desamparo y cuál institución estatal empadrona aquí las estadísticas de los desamparados?