LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org. Ni se sabe desde cuando las playas al este de La Habana: Guanabo, Mégano, Santa María del Mar, Atlántico, Boca Ciega y Brisas del Mar quedaron sin casillas para cambiarse, ducharse y realizar necesidades fisiológicas de primer orden.
Antes de 1959, había en Guanabo hoteles caros y baratos, casas de huéspedes, taquillas para alquilar por días y horas, restaurantes, quioscos que vendían fritas en las esquinas. Pero los hoteles fueron nacionalizados en los primeros años y la ofensiva revolucionaria –-1968– hizo el resto, quioscos, casas de huéspedes y taquillas desaparecieron.
Es cierto que en los Años 70, las casas playeras de los que se iban del país, se rentaban a precios razonables a la población, pero esas también fueron quedando para el turismo internacional.
En los 70 y 80 –por reclamos ciudadanos– el régimen construyó taquillas en las playas del este. En Guanabo -–la más popular de las playas habaneras– instalaron un amplio complejo de taquillas, casi de lujo, con buenas duchas, servicios sanitarios, caja fuerte para el dinero y prendas, cafetería y juegos mecánicos, a pocos pasos del mar. En verano se reforzaba el transporte. Fue como el renacer del verano. ¡Los jóvenes de entonces las disfrutaron!
Pero el estado dueño de todo, se dedicó al naciente turismo internacional, y las taquillas para cubanos, quedaron a su suerte, sin mantenimiento, abandonadas al salitre, a las marejadas, a las inundaciones. Aun destartalas, con puertas cayéndose, algunos habaneros se aventuraban a usarlas, hasta que algún capirote gubernamental, en vez de salvarlas, ordenó convertirlas en una tienda por departamentos, una shopping chupadora de divisas.
Fácil imaginar qué ocurre en los quince kilómetros de playas al este de La Habana. Los habaneros, sin un lugar donde desnudarse, donde hacer sus necesidades, inventan a cómo pueden, dónde pueden. En Guanabo no hay ni siquiera una letrina para urgencias, cuando, según datos oficiales a las playas del este acuden más de 24 mil veraneantes diarios, sin contar las decenas de miles de residentes habituales.
Grandes y chicos, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, no tienen donde desvestirse, ni orinar y defecar, sino sobre la arena o en el mar. Resultado: robo de pertenencias, comida podrida, excrecencias y botellas de vidrio rotas sobre la arena.
Insulto a la población en el caliente verano cubano.
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