GUANTÁNAMO, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -A pesar de su pequeñez y de contar históricamente con poca población, Cuba ha dejado una impronta extraordinaria en el continente latinoamericano, un fenómeno que comenzó a percibirse, sobre todo, a partir del siglo XIX. La relatoría de cubanos famosos por sus aportes a la humanidad en diversos campos asombra por su trascendencia y amplitud si la compramos con la de países mucho más extensos en territorio y población. El ámbito de la cultura no resulta una parcela ajena a esos éxitos y, dentro de él, la literatura es descollante.
No obstante, los programas de estudio aplicados en las secundarias básicas y preuniversitarios son tan condensados y superficiales que muchos de esos estudiantes llegan a la universidad sin tener una sólida noción de nuestra rica historia literaria y sólo los nombres de pocos escritores-los realzados por dichos programas debido a que su proyección política coincide con la del gobierno-resultan los que quedan en la memoria de los estudiantes; los demás son recordados sólo por los especialistas.
Hoy 10 de septiembre se cumplen 130 años del nacimiento de otra figura olvidada, la poetisa Dulce María Borrero, nacida en Puentes Grandes, La Habana, en 1883. Su padre fue el también escritor Esteban Borrero quien le inculcó desde niña el amor por las letras. Dulce María Borrero publicó sus primeros poemas en la revista de Cayo Hueso, una localidad de honda huella cubana a donde se trasladó con su familia siendo casi una niña. Luego vivió en Costa Rica y en 1899, después de terminada la guerra de independencia, regresó a Cuba. Su primer gran éxito literario ocurrió en 1908, a los 25 años de edad, cuando obtuvo el primer premio en los Juegos Florales del Ateneo de La Habana. Cuatro años después obtuvo el primer premio y medalla de oro en la Academia Nacional de Artes y Letras por su libro de poemas “Horas de mi vida”. En 1914 obtuvo medalla de oro en el Concurso del Comité Avellaneda y en 1919 el premio otorgado por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Por sus méritos literarios fue miembro de número de la Academia Nacional de Artes y Letras desde su fundación en 1910 y co-directora, con Miguel Ángel Carbonell, de sus Anales. Su labor no se limitó a la escritura de poesía pues en 1935 ocupó la Dirección de Cultura del Ministerio de Ecuación, una entidad que durante la historia republicana se destacó por la promoción de concursos que permitieran revelar la obra de los escritores cubanos. En 1937 fundó la Asociación Bibliográfica de Cuba y fue colaboradora de Cuba Contemporánea, Revista Cubana, Revista Bimestre Cubana y El Fígaro. Fue una activa conferencista que abordó temas culturales y cívicos y también participó activamente en la lucha por los derechos de la mujer.
La importancia de su obra queda demostrada por el interés que despertó en estudiosos como José Manuel Carbonell, José María Chacón y Calvo, Pedro Henríquez Ureña y Cintio Vitier. En su libro “Horas de mi vida”, Dulce María plasmó su sentimiento patriótico en los poemas “Himno de guerra”, “La bandera”, “Después del silencio” y “Nueva campaña”. Algunos especialistas han señalado también como característica de su poesía la aprehensión del paisaje con una proyección lánguida, reflejo de la incertidumbre y la tristeza que sumía a no pocos cubanos luego de la guerra de independencia, aunque el tema central de su único libro de poesías publicado es la relación amor-dolor. Definitivamente, su obra ha quedado entre las últimas resonancias del romanticismo y los inicios del modernismo que Regino E. Boti, Agustín Acosta y José Manuel Poveda, se encargarían de imponer en Cuba en la segunda década del siglo XX.
La muerte de Dulce María, ocurrida en La Habana el 15 de enero de 1945, cuando la poetisa tenía 62 años de edad, provocó honda consternación. Dulce María Borrero es otra figura insoslayable de la cultura cubana.