VALENCIA, España, diciembre, www.cubanet.org -Desde el jueves pasado los periódicos y telediarios de medio mundo reseñan la vida y milagros de Nelson Mandela, quien murió en su casa de Johannesburgo a los 95 años, tres lustros después de abandonar la presidencia de Sudáfrica y casi una década de retiro político. El desborde informativo y los homenajes al Madiba se extenderán, al menos, hasta el domingo 15 de diciembre cuando el hombre símbolo sea enterrado en Qunu, su aldea natal, donde nació en julio del lejano 1918.
Casi un siglo de vida es mucho tiempo para un hombre que atravesó circunstancias extremas: abogado negro bajo un sistema de terror blanco, conspirador, prisionero, negociador pacífico, presidente y arquetipo de valores humanos en un continente caracterizado por la violencia, el miedo, las tiranías, la corrupción, la ignorancia y el agobio económico.
Las crisis y situaciones límites atravesadas por este líder representaron una oportunidad para su crecimiento interior. A diferencia de muchos revolucionarios –brutales, inmediatos y excluyentes-, Mandela aprovechó sus años de encierro para comprenderse a si mismo, a los suyos y tenderle la mano al adversario. En la soledad de su celda, mientras el Congreso Nacional Africano lo convertía en el rostro de la resistencia al apartheid, entendió que “el odio enturbia la mente” y que la clave del éxito radica en la concordia, el perdón y la reconciliación. Por eso apeló al corazón de los poderosos para que abandonaran el temor y las armas y persuadió a la Sudáfrica negra para que renunciara al lógico impulso de venganza.
¿Fue Mandela un líder excepcional en África? ¿Un referente político del siglo XX? ¿Podemos comparar su legado de libertad y tolerancia con las acciones cívicas de personalidades como Mahatma Gandhi y Martin Luther King? Al parecer, Nelson Mandela fue un discípulo aventajado de ambos, aunque sus discursos y escritos no tengan la hondura filosófica del luchador estadounidense y el pacifista hindú. Por su astucia política, pragmatismo, sentido negociador y por la capacidad para superar el pasado y respetar la diversidad, Mandela se convirtió en la figura paterna de su país y en paradigma de la democracia dentro y fuera de África.
La solución del conflicto en Sudáfrica nos enseña el papel unificador de un líder con un partido político detrás y la imprescindible ayuda internacional. En la caída de la minoría blanca influyeron las sanciones de la ONU, la presión de diversos gobiernos y la movilización de músicos, escritores y cineastas que exigieron la libertad de Mandela. Recuerdo que en Cuba, el régimen comunista asoció la figura de Mandela y el fin del apartheid con la presencia de sus tropas en Angola y otros países de África, donde apuntalaron a tiranos como J.E. Dos Santos, Robert Mugabe y Mengistu Haile Mariam.
El gran Mandela, distinguido en 1995 con el Premio Nobel de la Paz junto a F. W. Klett, último presidente del apartheid, difiere y simboliza otro tipo de liderazgo en el continente africano, pero no es justo pedirle la solución de los enormes problemas heredados en su país, ni la comprensión de la estrategia manipuladora de los Castro, a quienes elogió por su “contribución a la liberación de África”. No en vano decía el periodista M. Gevisser que Nelson Mandela “fue mucho mejor como libertador y constructor de una nación que como gobernador”.