SONORA, México, diciembre de 2013, www.cubanet.org.- Seguramente cuando Pedro de la Hoz, en su reciente artículo aparecido en La Jiribilla, reclamaba respeto hacia los artistas nacionales que regresan a vivir a Cuba, seguramente no tenía en mente episodios como el acto de repudio que la entonces Nueva Trova cubana le armó, en marzo de 1980 y por toda una semana, a Mike Porcel, cuando éste decidió emigrar a los Estados Unidos y obtuvo a cambio un festival de groserías, huevazos y pateos de puerta, además de una carta que – guardada por el músico con vistas a la dudosa reparación de la posteridad – dejaba clara la posición intolerante y “revolucionaria” de aquellos que habían optado por quedarse y sobrellevar el proceso castrista con orgullo.
La vara política con que, según su parecer se ha enarbolado -a tenor del tema de la diáspora, “en primera instancia por quienes han hecho lo imposible por aniquilar al Estado revolucionario y regresarnos al pasado”-, no parece tocar ni de soslayo a las tantas manifestaciones de histeria colectiva que durante años se provocaron – institucionalmente – en contra de aquellos que disentían del rebaño.
La desmemoria no se circunscribe sólo a aquel episodio fatídico del Mariel, cuando tantos recibieron pateaduras, heridas o hasta la muerte a manos de turbas ciegas de ira “revolucionaria”, cuando el propio hijo de Mike Porcel fue expulsado automáticamente del conservatorio sólo por tenerlo como padre. Al parecer Pedro de la Hoz prefiere borrar también acontecimientos recientes en que intelectuales y artistas fueron repudiados con manipulación de niños y adolescentes, en la sede de Estado de Sats, en plena Habana.
Como todo buen cancerbero del periodismo oficial, a Pedro de la Hoz le molesta que sectores del exilio cuestionen al Médico de la Salsa o a Issac Delgado por retornar al mismo lugar que los censuró, que los borró de la programación mediática sólo por haber elegido vivir en otra parte; le molesta la opinión personal que sobre su país tienen artistas como Paquito D’Rivera, pero no lo incomoda ni un poquito que Arnaldo y Elito Revé se hayan prestado para denostar y humillar a sus connacionales, entre ellos a Boris Larramendi, un músico que hoy por hoy ha de ser una de las piedritas en el zapato que conserva la radio nacional, debido a su vertical posición en contra del régimen.
El blanqueo de sepulcro que intenta pasar con un lanzamiento en globito a ver quién lo captura, el referido a la “gran deuda” que la oficialidad aún tiene con Celia Cruz, muestra también lo infeliz de la postura intelectual de intramuros hacia las majaderías oficialistas. No cabe duda de que tanto Pedro de la Hoz como otros periodistas, intelectuales, artistas o hasta funcionarios que cobran su salario en nóminas estatales, serían partidarios de una restitución del espacio cultural que merece, dentro de su isla, el más grande ícono de cubanía a nivel internacional, pero la realidad de la decadente censura no les deja más que resaltar, como en este caso, la rara y efímera aparición de la diva sonera en un documental de 1995, en lugar de exigirle a sus caudillos una postura decente y permanente hacia la reina de la salsa.
El ambiente de dignos reclamos del Estado-gendarme hacia sus detractores parece estar en un buen momento. También hace apenas horas ocurrió el pronunciamiento oficial que exige a los Estados Unidos aceptar a la dictadura cubana tal y como es, si aspiran a entrar en algún tipo de relación directa. Los representantes del gobierno totalitario pues, ponen carita de ofendidos, reclaman lo perversos que han sido con ellos esos bandidos de la derecha y los rompediscos de Miami, las excesivas e injustas críticas que han recibido, y dejan convenientemente a un lado todo un historial de infamias, intolerancia y hasta crimen, como si el escamoteo de los derechos fuese sólo un asunto de quienes aspiran a “regresarnos al pasado”.
Olvidan que el “pasado” no es sólo la república o la dictadura batistiana, sino también aquel momento vergonzoso en que representantes de la Nueva Trova pasaron a Mike Porcel, por debajo de la puerta, una carta que cerraba su discurso con un rotundo “Vete y piensa que a donde quiera que vayas te seguirá nuestro odio y la lástima con que hemos observado la degradación de un hombre”, que el “pasado” es también unos días atrás cuando pusieron la tarima frente a la casa de Antonio Rodiles, inventaron una actividad recreativa con niños y trataron de opacar con enormes bafles el concierto íntimo e independiente del rockero Boris Larramendi.
La oficialidad – y por extensión también los voceros oficiales – siempre han tenido como sus mejores herramientas la desmemoria, el descrédito y la pose de dignidad herida. Instigaron – y continúan instigando – a la falta de respeto en diversos escalones de grosería y repudio, cuando no a la agresión directa, verbal o física. Pero vaya si les encanta reclamar respeto con el martillo y la hoz en la mano.