LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Dicen que los cubanos caminamos cabizbajos, y que debe ser por los problemas que tenemos. No niego que hay mucho de eso, y también de bastante pérdida de la autoestima, pero creo que lo hacemos principalmente para evitar una peligrosa caída.
Si caminas por las calles de La Habana con la cabeza erguida, corres el riesgo de tropezar o caer en un hueco. Y si se anda en bicicleta o moto, puede suceder algo peor. Muchos han tenido esa triste experiencia.
Tan pocas veces se reparan las calles, que cuando se hace, es tema que merece un reportaje en el noticiero de televisión, con mucho aspaviento. Transitar en bicicleta por la Calzada de Dolores, en el municipio Diez de Octubre, es un peligro, porque el pavimento está por encima del contén, y cuando el ciclista quiere apartarse si viene una guagua a toda velocidad, a menudo se pierde el equilibrio y rueda el pobre diablo por la acera, llevándose a su paso todo lo que encuentra. .
Las aceras rotas, por otra parte, jamás se arreglan. Y además, muchas personas, desesperadas por las tupiciones, abren desagües hacia la calle. En una de estas zanjas, hace unos días, se cayó Luis, el ciego, que siempre dice conocer bien el camino porque acostumbra transitarlo todos los días. Por suerte no se rompió la crisma, y todo no pasó de un susto, con disculpas y atenciones de los vecinos que no ha tapado la zanja por falta de materiales.
Rolando, hijo de un matrimonio amigo, regresó de España a visitar a sus viejos. Caminaba apoyado en un bastón. Le pregunté y respondió que hace seis noches, cuando regresaba a la casa, se dislocó un tobillo, pues la escasa iluminación apenas le permitió ver por donde caminaba, y ahí mismo metió el pie en uno de los tantos huecos que adornan la ciudad. Cuando nos despedimos, me percaté: Rolando había perdido el paso seguro de sus primeros días en Cuba, y ahora caminaba mirando al piso.
Pero no es Rolando el único cubano que camina con la cabeza baja. Si bien es cierto que el peso de nuestros problemas es mucho con demasiado, la necesidad de mirar hacia el sitio donde plantamos los pies es un mandato superior. El que no lo haga se arriesga a dejar una pierna por el camino.