MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Del 28 al 30 del pasado mes de marzo, el ex presidente James Carter realizó una visita a Cuba invitado por el gobernante Raúl Castro. Recientemente el Centro Carter publicó un informe describiendo los resultados de la visita sobre cuyo contenido considero oportuno formular algunas consideraciones.
Los medios oficiales estadounidenses informaron oportunamente que la visita de Carter a Cuba respondía a “objetivos personales” con lo cual la administración del Presidente Obama se desligaba oficialmente de la misma.
En el informe, emitido con fecha 4 de abril, se afirma que “…Antes del viaje hubo conversaciones con la Secretaria de Estado Clinton y el asesor de Seguridad Nacional”. Queda claro, entonces, que al ejecutivo no le resultaban ajenas las intenciones de la visita y no es de extrañar que se formularan algunas observaciones y sugerencias al ex presidente.
Carter asegura en su informe que existen “contradicciones fundamentales” entre las políticas de Cuba y los Estados Unidos “basada en más de medio siglo de esfuerzos…para desestabilizar y provocar cambios en el régimen comunista de Fidel y Raúl Castro”
No existe la más mínima contradicción en las relaciones entre los dos países. Estados Unidos, como nación soberana, ha reiterado su posición respecto al régimen cubano y ha delineado una estrategia política y diplomática basada en inalterables principios. Las sucesivas administraciones estadounidenses, incluso la del propio Carter, han seguido esa estrategia e insistido en la necesidad de que en Cuba se produzca un proceso de sustanciales transformaciones políticas, económicas y sociales que favorezcan un clima donde predomine el respeto a los derechos humanos y las libertades básicas de sus ciudadanos. Si Estados Unidos hubiera deseado “desestabilizar y provocar cambios en el régimen comunista de Fidel y Raúl Castro” hace ya bastante tiempo que habría emprendido el camino de la confrontación bélica porque las balas y los misiles son más rápidos que las negociaciones. A Estados Unidos, como a cualquier otro país independiente, le asiste el derecho de determinar con cuales países mantiene normales relaciones diplomáticas y comerciales y con cuales no.
En otra parte del informe se asevera, en referencia a la Ley Helms-Burton, que ésta “se limita a los programas de promoción de la democracia….para debilitar y derrocar al régimen de Castro”. Es decir, el señor Carter considera que una estrategia destinada a la promoción de la democracia “debilitaría y derrocaría al régimen de Castro”.
Carter debe recordar su visita a Cuba en mayo de 2002. En aquella oportunidad se entrevisto con “su amigo” Fidel Castro y se le permitió dirigirse al público a través de la televisión y la radio nacionales. En su alocución, Carter pidió a los Estados Unidos poner fin al embargo económico y a Castro celebrar elecciones libres, mejorar los derechos humanos y permitir más libertades civiles. Se reunió, también, con un grupo de disidentes políticos y elogió las propuestas del llamado “Proyecto Varela”.
¿Cuál fue la respuesta de Castro a los pedidos de Carter?
Al año siguiente fueron arrestados y enviados a la cárcel 75 activistas de la oposición democrática, entre ellos periodistas, bibliotecarios independientes, sindicalistas, intelectuales y otros actores de la sociedad civil, y se produjo el fusilamiento de tres jóvenes que intentaron escapar de la Isla.
Carter lamenta las restricciones y limitaciones de los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba y subraya que su administración dio pasos hacia la normalización de relaciones diplomáticas, para lo cual se crearon secciones de Intereses en La Habana y Washington “a través de las cuales podría producirse un mínimo de intercambios diplomáticos”.
Evidentemente el señor Carter es muy despistado en lo relativo a las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos durante su mandato. No puede o no quiere recordar los pasos dados por el régimen cubano a partir del establecimiento de aquellas relaciones que incluyeron el éxodo del Mariel, el envío de tropas cubanas a Angola y otras acciones encaminadas a enrarecer la atmosfera de “distensión” entre los dos países.
Carter insiste en la necesidad de liberar al señor Allan P. Gross y también a los cinco cubanos confesos y convictos de actividades de espionaje en Estados Unidos. Al ex presidente no les resultan ajenas las normas y los procedimientos judiciales tanto en Cuba como en Estados Unidos, de manera que equiparar las acciones de los cincos espías con las del señor Gross resulta una idea jurídica y éticamente inadmisibles. A los cinco agentes castristas se les proporcionaron todos los recursos para un juicio imparcial y se les brindó el asesoramiento y representación de una apropiada defensa. Independientemente de las irrefutables pruebas presentadas por la fiscalía, se aceptó el testimonio de numerosos testigos. La tesis de que Miami no fue el mejor escenario para la realización del proceso judicial constituye una absoluta falsedad. En cambio, el juicio contra Allan Gross estuvo colmado de irregularidades de todo tipo. Cabe destacar que el recinto donde se celebró la audiencia contra los espías no fue rodeado por efectivos de la policía ni agentes de inteligencia y las sesiones de la corte recibieron una amplia cobertura de los medios nacionales e internacionales.
Al término de su visita a Cuba, James Carter sostuvo una entrevista con “su amigo” Fidel Castro. No sé si el vocablo “amigo” adquiere en este caso una alusión de correspondencia ideológica o si se trata de una expresión salpicada tal vez por algunos gramos de hipocresía, porque resulta inadmisible la amistad entre un dictador y un demócrata. No solo demócrata por afiliación política, sino por definición filosófica.
Todos conocemos los calificativos asignados a algunas doctrinas, propuestas y tesis formuladas por diferentes pensadores a través de la historia. De esos calificativos nacieron el marxismo, el budismo, el estalinismo, el taoísmo, etc.
No sería nada excepcional que dentro de algún tiempo surja una nueva escuela filosófica denominada carterismo, inspirada en el pensamiento de James Earl Carter, el trigésimo noveno presidente de Estados Unidos y amigo de un dictador.