LA HABANA, Cuba.- Recientemente participé en un curso sobre Procedimiento Penal, impartido por el doctor Wilfredo Vallín, abogado independiente, a miembros de la sociedad civil. Conocimos qué estipula la ley y cómo debe actuar la policía, cuando realizan detenciones, registros a vivienda, incautaciones o encarcelamientos.
Cada uno de los presentes contamos alguna experiencia personal sobre mala actuación de la policía. El doctor Vallín nos explicaba en cada caso qué tipo de violación de la ley había sido cometido por los agentes. Al final llegamos a la conclusión de que es el desconocimiento de los derechos ciudadanos la primera causa que propicia estos delitos.
Supimos que para un registro a una vivienda, se necesita una orden firmada por un fiscal y dos testigos. En la orden de registro debe aparecer consignado el “objeto preciso” que se busca: no se pueden incautar otros bienes que no sea ese “objeto preciso”. Además, todo lo incautado debe figurar en una lista, y una copia entregada al afectado. Llas confiscaciones deben presentarse en un juicio, que de suspenderse deben ser retribuidas.
Hubo una lluvia de ejemplos de violaciones de esta ley. Como de otra que explicó el doctor Vallín: En la calle solo puede detenerte un policía, nunca un agente vestido de civil. Y un policía, para efectuar un registro, tiene que presentar la orden, de lo contrario tiene que trasladarte a una estación de policía y registrarte allí. Una ley que se viola en Cuba a diario, preguntémosle a los cientos de vendedores callejeros, detenidos, registrados y decomisados en la vía pública.
Aprendimos también que en la estación de policía no se puede permanecer detenido sin una orden de arresto. Y solo por veinticuatro horas. Pasado ese tiempo deben colocarte un instructor, que tiene tres días para presentar al fiscal un expediente con las investigaciones concluidas. El fiscal tiene tres días más para presentar un dictamen, de multa, prisión provisional o libertad inmediata. Muchos de los asistentes al curso nos quejamos de pasar días enteros en un calabozo, sin que se cumpliera para nada esta ley.
Recordé las reuniones de Agenda para la Transición, en Jaimanitas. ¡Y cómo me detenían al salir de mi casa por la mañana para que no pudiera cubrir la noticia! Me encerraban en un calabozo de la 5ta estación, conocido popularmente como “El Depósito”, junto con otros opositores impedidos de asistir también a la reunión. Sin que mediaran palabras, nos dejaban entre decenas de presos comunes hasta bien entrada la tarde. Luego el carpeta (recepcionista) nos llamaba de uno en uno, nos entregaba el carné de identidad y nos dejaban ir.
Recordé también la vez que me encontraba en una esquina de La Habana Vieja, conversando con mis amigos “El mapa” y “Pulú”, cuando vi acercarse por la acera un muchacho vestido de escuela, seguido por una fila de detenidos. En la mano traía un bulto de documentos de identidad y nos pidió los nuestros, nos dijo que nos incorporáramos a la fila.
Quedé estupefacto, viendo como los hombres seguían dócilmente la fila rumbo a la unidad de Dragones, pero cuando fui a protestar, “El mapa” me dijo:
-¡Ni abras la boca…! Es un policía disfrazado de escolar… ¡y es malísimo! Ahora nos van a encerrar y hacernos un registro… Luego nos sueltan por una “cabilla”.
Sin entender nada seguí la fila, hasta un inmenso patio dentro de la estación. Un capitán nos ordenó pararnos de frente a la pared y que vaciáramos los bolsillos. Pasó requisa. No encontró droga, ni armas, ni nada que inculpara a los hombres contra la pared, que no decían ni pío.
Luego se marchó y nos sentamos sobre las piedras del patio, o en el piso, sin poder hacer nada, sin orden de arresto, sin haber cometido algún delito y sin saber cómo reclamar nuestros derechos… ni a quien.
Al poco rato vi que los hombres comenzaron a marcharse, de uno en uno. Antes de irse, “Pulú” me pasó la seña: El pasaje hasta la calle costaba una “cabilla” (1 cuc, moneda nacional equivalente a un dólar). Como eran del barrio conocían sus policías, en cambio yo, que considero al soborno uno de nuestros peores delitos, no iba a contribuirles.
Quedé solo en el patio, con tres pobres diablos más que no tenían “la cabilla”. Nuestro pasaporte a la libertad aquella tarde fue cargar un pesado tanque de hierro entre los cuatro y colocarlo sobre un burro de madera, en la cocina.
Después nos entregaron los documentos. Ni siquiera las gracias por subirle el tanque al burro.