LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Vuelve la censura. El número 69 de la revista Unión ha sido retirado de las librerías del país: Es pornográfico. Atenta contra la pureza revolucionaria, de acuerdo con el criterio de Nancy Morejón.
Tal vez a la directora de la revista y jefa de la sección de literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la ruborizó el libro Sonetos lujuriosos, de Pietro Aretino (Arezzo, 1492-Venecia, 1556). O quién sabe si fueron El pornógrafo, poema de Víctor Fowler, o La lengua impregnada (fragmentos repetitivos sobre sexo y literatura,) de Alberto Garrandés, que también aparecen en la publicación.
De ahí en adelante no figuran más textos eróticos o “pornográficos” que puedan escandalizar a la autora de Octubre imprescindible (1982), y Cuaderno de Granada (1986), entre otros poemarios que la hicieron acreedora del Premio Nacional de Literatura 2001.
Al parecer, las causas de la censura son extra literarias, según un correo electrónico enviado por Ernesto Pérez Chan, jefe de redacción de la revista a los miembros de la UNEAC.
“El asunto ha trascendido de un plano profesional a una especie de vendetta personal por parte de Nancy Morejón”, denunció el escritor, quien también aseguró fue excluido de participar en un panel sobre el canon literario, y fue anunciada su destitución. Aunque no es la primera vez que la hoguera de la censura se prende en la casona de la UNEAC contra una obra literaria, llama la atención la causa por la que demonizan el número 69 de la revista.
Calificar de pornográfica una obra que detalle de forma directa una relación sexual, está muy lejos del escenario temático por el que transcurre la literatura cubana actual. Todas las variantes de la sexualidad aparecen recogidas en los diversos géneros literarios abordados en el país, sin que hasta la fecha se hubiera producido un acto público de exclusión.
Novelas como El Rey de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez; o los cuentos Sombrío despertar del avestruz, de Ena Lucía Portela, y Fiesta en casa del Magister, de Pedro de Jesús, bastarían para que los mojigatos llamaran al censor. Pero nos guste o no el desparpajo a la hora de abordar el tema de la relación sexual, es un hecho cierto en la literatura cubana de hoy. No cambia nada que unos le llamen realismo sucio y otros posmodernidad.
La cuestión está en cómo establecer en la literatura los límites entre la pornografía y el erotismo. Si a Nancy Morejón los sonetos escritos por el Aretino en el siglo XVI le causan sudoraciones místicas, al pueblo no.
Mientras en la librería de la UNEAC y otras instituciones los censores recogían la revista para convertirla en pulpa, o exorcizar sus demonios lujuriosos con un conjuro revolucionario, los lectores hacían fila en la Fajad Jamís, de Obispo, para llevarse un ejemplar. Las razones de Nancy o Ernesto Pérez Chang no importan al lector. Tampoco la guerra que sostienen por el poder en ese mundillo de los elegidos para censurar o aplaudir. El pueblo quiere leer para determinar si es pornografía o erotismo lo publicado en la revista Unión.