LA HABANA, Cuba. — Quizás por estar a tono con aquella prudente sentencia que reza: la mujer del César no solo debe serlo, sino también aparentarlo; el General-Presidente quiere devolverle a La Habana siquiera una parte de sus encantos de aliento republicano. Sí, porque en los tiempos que corren y con estas brisas que llegan del norte hay que procurar el rescate de nuestro rostro más occidental.
La muestra más palmaria de este empeño es la reparación capital que se está realizando al Capitolio, que –como se conoce–, volverá a ser la sede donde sesionará el Parlamento, tal como antes de 1959 lo hiciera el fenecido Congreso, disuelto por obra y gracia de la revolución en virtud del aborrecimiento que sentía el altanero líder por las instituciones republicanas.
Destinado a ser el centro de la Academia de Ciencias de Cuba desde 1961, el Capitolio soportó estoicamente el despojo y la desidia de más de medio siglo de realengo. Fue intensamente saqueado su mobiliario, modificado en sus espacios interiores, afeado en los exteriores, arruinados sus jardines, rotas sus cortinas y alfombras, manchados sus pisos, plagado de murciélagos, ratas y cucarachas, inundado su sótano, maltratado y sucio en su totalidad. Porque, a fin de cuentas, aquel inmueble era el símbolo odioso de “una etapa de decadencia burguesa”.
Ahora ya son visibles para los transeúntes algunos resultados de la restauración en el ala norte del fastuoso edificio, donde se ha realizado el proceso de limpieza exterior a presión y se avanza en los trabajos de carpintería y reparación del artesonado de los floridos techos. Muchos habaneros se detienen a mirar su estructura majestuosa y se preguntan a cuánto ascenderá la inversión, más allá de las cifras que quizás declaren las autoridades.
No faltan quienes se preguntan si se justifica tamaño gasto, calculando cuántas viviendas se habrían podido reparar o construir en una ciudad que, literalmente, se está cayendo a pedazos, y donde incluso resultan insuficientes los albergues para acoger a los numerosos damnificados que han perdido sus hogares o viven en condiciones habitacionales sumamente precarias. Todos nuestros libros de Historia critican la vanidad del Presidente Gerardo Machado por construir un edificio tan costoso en medio de la crisis económica y la miseria nacional.
Arquitectura sovietizante
Pero el General Gris no parece preocupado. Está resuelto a dejar su impronta “reformista” incluso al costo de echar por tierra las alucinantes fantasías de su antecesor, en este caso la flamante Biblioteca de Ciencia y Tecnología –“la mayor y mejor equipada de Latinoamérica”–, en aras de la cual entre 1987 y 1988 el autoritario Comandante hizo desmantelar los ricos fondos de la Biblioteca del Congreso, allí atesorados hasta entonces, y dispuso el desalojo del Instituto de Ciencias Sociales y del Museo de Ciencias Naturales, lo cual implicó adicionalmente la destrucción total del Planetario y de la reproducción de la Cueva de Punta del Este, sin contar los numerosos exponentes museables que se dañaron o extraviaron en el lapso entre el cierre de dicha institución y el montaje del museo en su nueva sede, en la Plaza de Armas.
Hay quienes afirman que el plan restaurador incluye la reparación completa de las áreas aledañas, como el Parque de la Fraternidad, el Liceo de La Habana y el Parque Central. Justamente frente a este último, en el flanco que linda con la calle Zulueta, la antigua Manzana de Gómez está siendo sometida a una intensa obra constructiva de día y de noche, para levantar lo que se anuncia será el hermoso y moderno hotel “Manzana”, de cinco estrellas. Se ha conservado intacta la fachada original, respetando la tipología arquitectónica característica de la zona.
Así, si el fidelismo se caracterizó arquitectónicamente por un brutal “setentismo sovietizante” que aniquiló la rica tradición de la arquitectura cubana anterior e invadió toda la Isla con modelos constructivos despersonalizados y antiestéticos, fruto de un enfermizo afán “igualitario”, abarcando tanto edificios oficiales como hoteles, escuelas y barrios residenciales –de los cuales Alamar es el ejemplo más conspicuo–; el raulismo, en cambio, prefiere retomar –a veces redefiniéndolos–, los símbolos arquitectónicos republicanos.
Se trata, ni más ni menos, de una sutil negación del legado fidelista, refrendado principalmente en los espacios urbanos que Castro I tanto despreció, y la imposición de un sello que –en lugar de crear sus propias plazas– procura retocar los exponentes de la Cuba capitalista que ahora el régimen rescata para su propia utilización y provecho.
No se trata de un caso aislado, sino de un evidente proceso de renovación de la imagen del sistema, ahora al estilo “pragmático” de Raúl Castro, que pretende resultar más convincente y atractivo a las inversiones de capital extranjero en la medida en que se desdibujen las máculas del fracasado “socialismo real” y se perfilen nuevamente los íconos que simbolizan la etapa más próspera de la nación.
Adiós al protestódromo
A ese tenor, también se quiere ofrecer un rostro más conciliador, o en su defecto, menos agresivo. Así, por ejemplo, ha dejado de renovarse el stock de banderas destinadas al espacio popularmente conocido como “protestódromo” –otro típico fruto de la extravagancia fidelista– y hasta han dejado de izarse desafiantes, a manera de insulto textil, frente a la sede de la Oficina de Intereses de EE UU. Las numerosas astas desnudas lucen ahora como un bosque de elevadas púas en medio de la geografía citadina. Un deslucido parque yermo en el que, por añadidura, ni siquiera se permite transitar a los caminantes, como si se tratara de un terreno minado. Por demás, los vocingleros actos culturales y de “reafirmación revolucionaria” que solían orquestarse allí prácticamente entraron en fase de extinción.
Otros espacios nacidos en los años filosoviéticos, de la combinación entre los enormes subsidios provenientes de Moscú y la proverbial manía de grandeza de Castro I, han caído en un total abandono y actualmente muestran un deterioro casi tan irreversible como el del sistema. En ese caso se encuentran el gigantesco Parque Lenin, el Zoológico de Calabazar, el Jardín Botánico Nacional y Expo Cuba, en la periferia de la capital.
Despacio, casi silenciosamente, como para no llamar demasiado la atención, en los años de “raulismo” se han estado desmontando, desapareciendo o reduciendo a su mínima expresión los espacios simbólicos del ex presidente, que alguna vez fue “invicto” y hoy, desde su retiro, asiste resignado a la desintegración de su obra y al resurgimiento de las alegorías que tanto se empeñó en destruir.
En pocos años, quizás aún no tendremos realmente parlamentarios representantes del pueblo, pero sí una sede para un Parlamento de utilería que demostrará al mundo cuán democrática puede ser una dictadura. Habrá también una República apócrifa ataviada con túnica verde olivo y ornada con charreteras. ¡Y quién sabe! Ya que las cosas van de pose republicana, quizás algún día volvamos a ver aquellos dos célebres símbolos, hoy desaparecidos: el diamante del Capitolio que marca el kilómetro cero de nuestra Carretera Central, y el clavo de oro que yacía empotrado en el mármol, a los pies de la estatua del Apóstol en pleno Parque Central, a la vista de todos.
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