PANAMÁ. — Con sonrisas, apretones de mano y la habitual “foto de familia” de todos los presidentes, concluyó en Panamá la Cumbre de las Américas. Esta vez el evento hemisférico tuvo la peculiaridad de acoger, tras medio siglo de ausencia, la visita del hijo pródigo: el representante de la más larga dictadura continental, así como a una variada delegación de la sociedad civil independiente de la Isla.
Al margen de numerosas irregularidades, relacionadas con la organización del evento, y de la casi evidente complicidad de autoridades locales con los obstáculos que intentaron sabotear la participación de los representantes de la sociedad civil alternativa en los diversos foros de la Cumbre –incluidos cortes de luz, problemas con las acreditaciones y los conocidos mítines de repudio orquestados por los delegados de la “sociedad civil” castrista y sus acólitos continentales– podría concluirse que el saldo del cónclave fue positivo para los demócratas cubanos.
Huelga señalar que los vocingleros aquelarres protagonizados por la fauna “revolucionaria” tuvieron el efecto contrario al que perseguían: lejos de demonizar a opositores y otros miembros de la sociedad civil independiente, demostraron ante el resto de las delegaciones la índole intolerante del régimen y la veracidad de los testimonios que han denunciado la represión contra toda alternativa diferente en la Isla, y el irrespeto de las autoridades cubanas hacia los anfitriones y los demás países de la región.
No solo delegados de numerosas organizaciones sociales manifestaron abiertamente su apoyo al ejercicio de los derechos de expresión de los demócratas cubanos, sino que muchos representantes de la izquierda continental expresaron su disgusto con la intransigencia y los métodos violentos utilizados por los pro-castristas, postura que, a su juicio, mancha la imagen de las izquierdas y contamina sus proyecciones en la región.
No obstante, con el morbo que despierta el espectáculo de la violencia, la prensa sensacionalista ha otorgado a estos mítines un relieve mayor del que merecen y los ha privilegiado al imprimirles el protagonismo de la Cumbre, como si éstos hubiesen sido el punto culminante de la agenda.
Sin embargo, para la sociedad civil independiente la verdadera importancia de la cita panameña, consiste en el hecho de que finalmente han sido oficialmente reconocidas sus voces en el mayor evento regional, así como que participaron juntos y en armonía cubanos residentes dentro y fuera de la Isla, en un abanico plural y diverso de ideas y posiciones, capaces de respetarse mutuamente y de buscar espacios comunes a todos. De hecho, esas voces –y no las de los “repudiantes” castristas– fueron las que quedaron representadas en documentos de la relatoría oficial de la Cumbre, de cuya redacción formaron parte varios opositores al régimen.
Igualmente relevante fue el encuentro entre el presidente estadounidense, Barack Obama y conocidos opositores cubanos, sin dudas un gesto de apoyo a la lucha por los derechos humanos al interior de Cuba y un claro mensaje de la voluntad de ese gobierno a continuar apoyando a los activistas pro democracia, con independencia de las negociaciones que está llevando a cabo con las autoridades cubanas al más alto nivel.
En general, resultó de gran importancia el intercambio realizado con lideres políticos y de redes sociales de todo el hemisferio, que la sociedad civil independiente cubana se hiciera visible a nivel regional, que se dejara constancia de la existencia de un discurso alternativo al del régimen, que reclama espacios y exige derechos, y que se pusiera en evidencia la variedad de propuestas que existen en el seno de la sociedad cubana.
Fue, además, la oportunidad de participar en debates donde se realizaron análisis profundos sobre el peligro de la expansión de regímenes totalitarios en Latinoamérica y el riesgo que ello representa para la democracia y la paz en la región; donde se hicieron denuncias a las constantes y crecientes violaciones a los derechos humanos y la coartación a la libertad de prensa y de expresión en varias de nuestras naciones; y donde se cuestionó fuertemente el papel de la OEA como organismo que tiene la obligación de velar por la democracia y hacer cumplir la Carta Interamericana, objetivos fundacionales de la organización que han quedado preteridos por la permisibilidad, indiferencia y complicidad, tanto de la dirección de la OEA como de los líderes democráticos regionales.
Para quienes tuvimos el privilegio de participar en esta Cumbre, fue una experiencia invaluable sobre cómo se puede discutir de manera civilizada, más allá de posiciones ideológicas y políticas, y la certeza de que no estamos solos en nuestra lucha por la democratización de Cuba.
La Cumbre de las Américas, como he sostenido en todos los espacios en que participamos, no fue una meta, pero sí un paso importante al legitimar nuestro derecho a existir como sociedad civil y como alternativa al poder dictatorial. Fue, sin dudas, una victoria de la democracia frente al imperio del totalitarismo: un capítulo inédito tras la larga historia de exclusiones que hemos vivido los cubanos en nuestro hemisferio. Esperemos que por las puertas que, pese a tantas adversidades, ahora se han abierto, sean el inicio de un proceso de inserción regional que favorezca las aperturas democráticas al interior de Cuba.
Al margen de numerosas irregularidades, relacionadas con la organización del evento, y de la casi evidente complicidad de autoridades locales con los obstáculos que intentaron sabotear la participación de los representantes de la sociedad civil alternativa en los diversos foros de la Cumbre –incluidos cortes de luz, problemas con las acreditaciones y los conocidos mítines de repudio orquestados por los delegados de la “sociedad civil” castrista y sus acólitos continentales– podría concluirse que el saldo del cónclave fue positivo para los demócratas cubanos.
Huelga señalar que los vocingleros aquelarres protagonizados por la fauna “revolucionaria” tuvieron el efecto contrario al que perseguían: lejos de demonizar a opositores y otros miembros de la sociedad civil independiente, demostraron ante el resto de las delegaciones la índole intolerante del régimen y la veracidad de los testimonios que han denunciado la represión contra toda alternativa diferente en la Isla, y el irrespeto de las autoridades cubanas hacia los anfitriones y los demás países de la región.
No solo delegados de numerosas organizaciones sociales manifestaron abiertamente su apoyo al ejercicio de los derechos de expresión de los demócratas cubanos, sino que muchos representantes de la izquierda continental expresaron su disgusto con la intransigencia y los métodos violentos utilizados por los pro-castristas, postura que, a su juicio, mancha la imagen de las izquierdas y contamina sus proyecciones en la región.
No obstante, con el morbo que despierta el espectáculo de la violencia, la prensa sensacionalista ha otorgado a estos mítines un relieve mayor del que merecen y los ha privilegiado al imprimirles el protagonismo de la Cumbre, como si éstos hubiesen sido el punto culminante de la agenda.
Sin embargo, para la sociedad civil independiente la verdadera importancia de la cita panameña, consiste en el hecho de que finalmente han sido oficialmente reconocidas sus voces en el mayor evento regional, así como que participaron juntos y en armonía cubanos residentes dentro y fuera de la Isla, en un abanico plural y diverso de ideas y posiciones, capaces de respetarse mutuamente y de buscar espacios comunes a todos. De hecho, esas voces –y no las de los “repudiantes” castristas– fueron las que quedaron representadas en documentos de la relatoría oficial de la Cumbre, de cuya redacción formaron parte varios opositores al régimen.
Igualmente relevante fue el encuentro entre el presidente estadounidense, Barack Obama y conocidos opositores cubanos, sin dudas un gesto de apoyo a la lucha por los derechos humanos al interior de Cuba y un claro mensaje de la voluntad de ese gobierno a continuar apoyando a los activistas pro democracia, con independencia de las negociaciones que está llevando a cabo con las autoridades cubanas al más alto nivel.
En general, resultó de gran importancia el intercambio realizado con líderes políticos y de redes sociales de todo el hemisferio, que la sociedad civil independiente cubana se hiciera visible a nivel regional, que se dejara constancia de la existencia de un discurso alternativo al del régimen, que reclama espacios y exige derechos, y que se pusiera en evidencia la variedad de propuestas que existen en el seno de la sociedad cubana.
Fue, además, la oportunidad de participar en debates donde se realizaron análisis profundos sobre el peligro de la expansión de regímenes totalitarios en Latinoamérica y el riesgo que ello representa para la democracia y la paz en la región; donde se hicieron denuncias a las constantes y crecientes violaciones a los derechos humanos y la coartación a la libertad de prensa y de expresión en varias de nuestras naciones; y donde se cuestionó fuertemente el papel de la OEA como organismo que tiene la obligación de velar por la democracia y hacer cumplir la Carta Interamericana, objetivos fundacionales de la organización que han quedado preteridos por la permisibilidad, indiferencia y complicidad, tanto de la dirección de la OEA como de los líderes democráticos regionales.
Para quienes tuvimos el privilegio de participar en esta Cumbre, fue una experiencia invaluable sobre cómo se puede discutir de manera civilizada, más allá de posiciones ideológicas y políticas, y la certeza de que no estamos solos en nuestra lucha por la democratización de Cuba.
La Cumbre de las Américas, como he sostenido en todos los espacios en que participamos, no fue una meta, pero sí un paso importante al legitimar nuestro derecho a existir como sociedad civil y como alternativa al poder dictatorial. Fue, sin dudas, una victoria de la democracia frente al imperio del totalitarismo: un capítulo inédito tras la larga historia de exclusiones que hemos vivido los cubanos en nuestro hemisferio. Esperemos que por las puertas que, pese a tantas adversidades, ahora se han abierto, sean el inicio de un proceso de inserción regional que favorezca las aperturas democráticas al interior de Cuba.