LA HABANA, Cuba. -La televisión cubana presentó recientemente, en el programa “Entre amigos”, a la hoy septuagenaria Nilda Collado, una de las más bellas actrices y modelos de la década de los 50. La ocasión sirvió para hacer referencia al que fuera su esposo, Edwin Fernández, uno de los artistas que más contribuyó a enriquecer el mundo de los que fuimos niños en aquellos días en que se nos permitió la fantasía y nadie nos exigía que fuéramos como el Che o cualquier otro, ni siquiera como nuestros padres, sino como quisiéramos ser.
Edwin Fernández consiguió en su personaje, el payaso Trompoloco, una combinación perfecta de ternura y fantasía. La muñeca fea, Di por qué y otras canciones, hoy ausentes en este tiempo de chabacanería, mal gusto, Partido único, dictadura y miseria en que los niños crecen privados de ternura y fantasía, resurgieron con la evocación hecha por Nilda Collado de quien fuera su compañero en la vida y en el arte.
Como tantos recuerdos y evocaciones, Trompoloco fue algo que no nos pudieron quitar y que se quedó con nosotros, no gracias sino a pesar de esta mal llamada revolución. Nos salvó de ser como nunca nos hubiéramos perdonado ser y preservó para quienes nos beneficiamos de su arte, una ternura, una fantasía y una esperanza, que ciertamente nos ayudó a ser mejores personas.
Desde la abuelita a quien cantó su inmortal ‘Di ¿por qué?’, hasta la abandonada muñeca fea, cada aparición de Trompoloco fue mágica y enriquecedora para las últimas generaciones de niños cubanos con sueños, juguetes, ilusiones y fantasía.
Aquellos niños no eran educados para el odio de los mítines de repudio, que no eran conducidos a ordalías de violencia dirigidas por un estado fallido de gánsteres políticos y por viles, aptos para cumplir esta o cualquier otra orden criminal que les impartan.
Trompoloco llenó un espacio que hoy permanece vacío. La fantasía infantil fue sustituida por un enajenante y deformante modelo que privó a los niños de ternura, en una etapa de la vida en que esta ausencia, para su mal, les marcará definitivamente.
Quizás crecer sin ternura les haya hecho violentos y amorales. Quizás por esta razón, son los hombres nuevos capaces de robar, de prostituirse, de ser violentos, de participar en mítines de repudio, delatar, traicionar y hacer el cupo de toda ignominia.
La pregunta que todos debiéramos hacernos sería: ¿Cómo permitimos que esto sucediera? ¿Qué habría que hacer para recuperar la ternura, la fantasía y la inocencia perdida?
Hoy no se trata de que no haya payasos como Trompoloco. El daño está hecho y deshacerlo costará mucho y más. Cada niño llevado por adultos para presenciar o participar en la violencia contra las Damas de Blanco está marcado y el daño puede ser terminal.
El caso es que lo lograron: ya muchos son como el Che. Quizás de adultos, sientan la misma necesidad enfermiza de matar o presenciar con placer como se mata. Les servirá por igual un paredón de fusilamiento o alguna calle olvidada, tan sucia como puedan estar por dentro quienes se autoproclaman sus dueños.
Matar les servirá de solaz y esparcimiento luego de prostituirse o prostituir a su novia. Los más afortunados lograrán escalar o reptar hasta posiciones en que logren no solo obedecer, sino además impartir órdenes criminales. Órdenes que serán cumplidas por sus iguales, que al igual que ellos crecieron sin la fantasía de muñecas feas, caballitos trotones o la ternura de abuelitas capaces de relatar historias de colores sin sangre.
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