LA HABANA, Cuba . – Entre todas las conjeturas y propuestas alucinantes para el porvenir de Cuba, que se han estado produciendo profusamente desde el 17 de diciembre último por parte de cubanólogos y otros especialistas sobre temas cubanos, hay algunas que destacan por su singularidad.
Tal es el caso del politólogo de origen cubano Jorge Domínguez (1945), a quien adorna una larga carrera académica en Harvard. Domínguez fue también presidente de la Asociación de Estudios sobre América Latina (LASA, por sus siglas en inglés), que este año celebró su congreso anual en San Juan de Puerto Rico, ocasión en que expuso sus puntos de vista sobre la actualidad y el futuro mediato de la Isla, a tenor del “deshielo” de las relaciones Cuba-EE UU, en una entrevista que concediera al diario El País.
Aunque se desconoce qué parámetros ha seguido o de qué forma este académico ha podido establecer comparaciones o contrastar resultados, Domínguez apuesta por la calidad de los profesionales cubanos y su “extraordinaria capacitación”, lo que determina que “los doctores que Cuba envía a Venezuela son tan buenos como los estadounidenses o los europeos”. Solo que éstos se fugan a otros países debido a que cobran salarios de miseria porque el Estado cubano se apropia del 90% de lo que devengan.
Se trata de una verdad a medias. Ciertamente, el diezmo del gobierno –que durante décadas se ha aplicado a otros profesionales antes que a los médicos, como es el caso de los marineros, los constructores, etc.– constituye un acicate más a la emigración y “fuga de cerebros”; frase, por demás, muy desafortunada, puesto que implica la aceptación de la propiedad del Estado sobre los cerebros nativos. Pero ese es apenas una parte del costo de la exportación de médicos. No solo porque la mayoría de los que viajan a cumplir “misiones” en el extranjero son generalmente los más capaces, sino porque la atención sanitaria en Cuba se ha deteriorado de manera creciente en el último decenio y amenaza continuar en picada.
Sin embargo, la leyenda de la calidad de la capacitación en Cuba tiene sus puntos frágiles. En principio, las limitaciones de acceso a Internet y el desamparo tecnológico general atentan contra una adecuada actualización de los estudiantes y técnicos de cualquier especialidad. Por otra parte, la propia propaganda oficial cubana abunda en quejas sobre las dificultades que impone “el bloqueo” a la importación de tecnología de punta en materia de investigaciones e infraestructuras médicas. Esto, sin dudas, tiende a poner en tela de juicio la habitual sobrevaloración de las capacidades de nuestros profesionales, sea en el sector de la salud u otros, más allá de los talentos individuales que, en efecto, existen.
En otro aspecto, las carencias materiales de las últimas tres décadas han golpeado de manera particular en ese elemento esencial que es la ética. Abundan ejemplos de esto, con los correspondientes testimonios, que requerirían de un texto aparte.
Pero quizás la joya de la corona en la entrevista al politólogo Jorge Domínguez es la nueva fuente de empleo e ingresos que permitiría a Cuba “ganar protagonismo” a nivel global. Según Domínguez, después de “la constante batalla diplomática” el papel de Cuba puede pasar a “una integración funcional”, convirtiéndose en “uno de los principales suministradores de cascos azules para Naciones Unidas”. Para ello, el académico se fundamenta en la experiencia cubana en “misiones internacionales”, toda vez que durante los años 70’ y 80’ la Isla “desplegó más de 300.000 hombres por distintas partes del mundo y sigue teniendo unas Fuerzas Armadas muy profesionales”.
Corramos un velo piadoso sobre ese otro gran mito que es la capacidad militar cubana, y que él especialmente remite sin sonrojos a la lamentable injerencia de la Isla en conflictos internacionales, cuando ésta operaba como satélite de la Unión Soviética en varias naciones del planeta. Conflictos en los cuales, por demás, los jóvenes cubanos sirvieron de carne de cañón al servicio de los intereses del mismo poder que hoy permanece al mando del gobierno en la Isla y en cuyo interés Domínguez propone “cascos azules” cubanos como posible ungüento de la Magdalena para a la vez curar males como la emigración del “más valioso capital” de la nación, y como vía para demostrar al mundo cuán útiles podemos ser todavía los nacidos en esta hacienda en ruinas.
La fórmula resulta simple: si se trata de obtener capital y prestigio, lo mismo da médicos que soldados. A fin de cuentas, un ejército de esclavos puede resultar útil lo mismo con batas blancas que con cascos azules. El único color importante en realidad es el verde de los dólares. Eso ya lo sabíamos.
El hecho es que, si bien el diálogo y el restablecimiento de relaciones son las mejores vías para solucionar los conflictos y pavimentar un camino de entendimiento, lo cierto es que hasta el momento nada indica que este proceso haya significado una mejoría para la vida de los cubanos. En particular, la casta verde olivo no tiene la menor prisa para aliviar las necesidades de sus “gobernados”. Menos promisorias aún son las propuestas y vaticinios de ciertos especialistas agoreros que, obviamente, viven muy ajenos a las penurias y esperanzas de millones de cubanos.
En lo personal, no creo que el alquiler de cubanos, la venta de la Isla a trozos al mejor postor o el “modelo Singapur caribeño” con una economía de mercado en ausencia de democracia, sean las soluciones soñadas por esa emigración creciente y constante de cubanos que continuarán huyendo por cualquier vía, o de los millones que sobreviven aquí dentro sin libertades, en medio de la apatía y el desencanto. Ellos son la mejor respuesta a quienes, sea desde las mesas de negociaciones o desde los claustros académicos, fabrican la transición a espaldas y a costa de quienes deberían ser sus principales actores.