QUITO, Ecuador -La Ciudad Mitad del Mundo, amplio terreno propiedad de la prefectura de la provincia de Pichincha, Ecuador, situada en la parroquia de San Antonio del Distrito Metropolitano de Quito, constituye un verdadero símbolo, no solo para Quito, sino para todo el Ecuador. La franja equinoccial que divide a los hemisferios norte y sur de nuestra Tierra es el móvil para la existencia de dicho centro.
Justo en esta ciudadela, envuelta en la curiosidad y el misterio, visitada por cientos de turistas cada día, se alza un monumento a José Martí, el más grande entre los grandes, el Apóstol de América, el que mejor pudo y supo vislumbrar el sentido continental de los pueblos de esta <Nuestra América>. Haber estado en la latitud cero, pisar la simbólica línea divisoria, saber que estás a 2483 metros sobre el mar, es indudablemente interesante, pero estar junto al Bendito, <al mejor hombre de la raza>, al <Santo de América>, resulta algo más allá de lo descriptible, se experimenta esa sensación de recogimiento que solo se percibe cuando sientes la presencia de la Realidad Una desde lo más recóndito de tu alma.
La universalidad del mayor de los cubanos no admite discusión. A algunos líderes se les admira, a otros se les respeta, pero a Martí se le venera. Estemos o no de acuerdo con la idea de la veneración, es una realidad. Esto lo saca un tanto de su condición humana para convertirlo en divino. Se mistifica y mitifica así al gran hombre de Dos Ríos, que muchos quisieran solo ver en su condición de hombre continental, de héroe, de padre, de líder, de escritor y maestro, despojado de su aureola de santidad, de su estilo barroco y aristocrático en la escritura, de su enigmática espiritualidad y de sus visiones proféticas, pero resulta imposible asumirle como líder y hombre práctico, y dejar atrás al ser de prodigiosa mente especulativa que analizó postulados filosóficos establecidos, y cuestionó con acertado juicio crítico aspectos del pensamiento de Descartes, Balmes y Pitágoras, o por el contrario, admirarle solo en su condición espiritual, de ejemplar ensayista, elocuente orador, traductor impecable, aislado de su contexto histórico, en el cual asumió su deber con un sentido sacramental.
Algunos escritores, investigadores y admiradores lo asumieron como su referente, su patrón a seguir y solo lo idealizaron, al hacerlo sembraron inconscientemente, el germen que luego fructificó, y trajo consigo la idea de la separación del Martí idealizado del Martí hombre. Por eso al conocer de los amores del Martí-hombre, se le rechaza y critica, pues bajo la óptica de su aparente santidad no se admite la sensualidad humana. El desconocimiento de su vida ejemplar y de la grandeza de su obra por parte de algunos, ha dado lugar a que se ataque a la figura más representativa de la historia de Cuba y uno de los más importantes hombres del continente Americano.
La hipermodernidad de estos tiempos, tiempos de redes sociales, de excesiva comunicación, de posibilidades de colocar lo que pensamos y decimos en cualquier sitio, permite que todos, o la mayoría, podamos acceder a estos medios. Lo mismo encontramos grandes cosas que edifican y fortalecen nuestro espíritu, que aquellas trivialidades que embrutecen al hombre. Desde aquí también se elogia a algunos, pero se ataca a otros, y ver en días pasados ciertos comentarios contra el símbolo de una nación y de un continente, provoca en aquellos que le amamos una lógica reacción de rechazo hacia aquellos que despectivamente lo hicieron.
En su extensa obra hay valoraciones y juicios que se extienden desde personajes célebres como Darwin, Emerson, Marx, Whitman, Mc Glynn, hasta aspectos comunes del diario vivir como: el café, el tabaco y el licor, y no por esto se le debe relacionar con la idea un hombre consumidor de alcohol o tabacos. En sus versos encontramos referencias a la joven que <dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor>, lo que no prueba en modo alguno, otro vínculo que no sea el del maestro admirado por la alumna adolescente, la que sin duda, que se sintió atraída por su maestro, al que idealizó, como muchos lo hicieron a través de los años.
Cuando se le ataca, estamos haciendo también una agresión a la nación cubana, por cuanto, José Martí es el símbolo de la identidad cubana y continental, y de nuestra verdadera nacionalidad. El no conocerle, comprenderle o admirarle, no justifica que nos pronunciemos en su contra con frases absurdas, vulgaridades y ofensas. Si no compartimos sus ideas es preferible guardar silencio, como muchas veces hizo el propio maestro, que lanzar una carga de frases ofensivas e hirientes en su contra.
Aunque algunos solo quisieran ver al Martí hombre, al que lamentablemente, a veces humanizan demasiado, el Martí idealizado y venerado surge y se alza por doquier. Aquí en el norte de Quito, cerca de San Antonio se mantiene triunfante en la franja equinoccial, símbolo de la mitad del mundo, el cubano más querido y admirado de todos los tiempos, el <intérprete de América>, el <Santo> del continente americano, que es al propio tiempo el presidente, líder y guía, y hombre apasionado y enamorado.
El rayo de sol que lo irradia y le beatifica, cual símbolo de reafirmación del Ser Iluminado en cuya dimensión: <Tomará nueva carne cuando llegue el día de la desesperación y de la justa pobreza>, es uno de los símbolos naturales que resaltan en su contexto. Su visión quasi profética y su excelsitud espiritual lo convierten en el verdadero paradigma, no solo de la nación cubana, sino de América. Solo en su Ser fue una realidad el Alibi, el misterioso rayo de Vida Una que emana del “Aquello”. Es justo que sea venerado en el centro de la Tierra y se resalte una de sus tantas frases célebres, que demuestran su asimilación del rol de Latinoamérica ante el mundo: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo: pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.