LA HABANA, Cuba, junio, (173.203.82.38 ) – “¡Puedo más que el mar!”, decía a veces Rafaelito desafiante antes de las inmersiones. Parecía pez en el agua.
Los días de la semana transcurrían para Rafael sin mayor significación que escuchar el parte meteorológico, otear el horizonte y escudriñar si habría tempestad. Se sumergía casi a diario porque necesitaba pescar para vender. Clientes nunca le faltaron. Siempre hay gran demanda de pescado, que ha desaparecido de la dieta en la isla.
Nació junto a la playa Brisas del Mar en La Habana. Marcó sus pisadas desde pequeño en la finísima arena blanca. Cumplidos los siete años pasaba horas lanzando el cordel desde la orilla. Tata, su hermana, un año menor, lo seguía a todas partes.
La madre falleció. El padre abandonó el país. La casa quedó desolada y los niños abandonados. El mar fue la mejor casa. Les prodigaba encanto, distracción y sustento.
Salvador Valle, de 21 años, compañero de pesca de Rafael, comenta sobre el difícil arte de pescar a pulmón:
“Hay que tener mucha resistencia, ir cada vez más lejos, meterse más hondo. Los peces grandes, los más codiciados, no se acercan a la orilla. La demanda es mucha y hay demasiados pescadores. Algunos compradores esperan por las capturas en la orilla. Se vende caro, a dólar (veinticinco pesos) la libra, aunque bien pensado el peligro a que nos exponemos no se paga con nada”.
Abel, de veinte años, se traslada con su jolongo desde la Habana Vieja a los arrecifes del noreste, entre El Cayuelo y Boca de Jaruco:
“Es más peligroso pero hay más profundidad, mejor pesquero, pegado a la orilla, menos control de la policía. Sé que está prohibido usar tanque de oxígeno pero hay que correr el riesgo. Vivo de la pesca, lo alquilo y lo uso con disimulo. Como yo, hay muchos.”
Solo el estado se arroga el derecho de poseer equipos de buceo y alquilarlos exclusivamente a turistas extranjeros. Recientemente flexibilizó la prohibición y permite el alquiler a cubanos adinerados, siempre con pago en moneda dura.
Hay particulares que preparan y alquilan clandestinamente equipos de buceo. Cobran dos dólares por jornada. Los dos miserables dólares que Rafaelito no pudo conseguir en su último y definitivo sábado como pescador submarino.
El otorgamiento de licencia de pesca deportiva, que excluye el uso de equipo de buceo, fue interrumpido por años y reabierto hace poco. Autoriza a pescar sólo sábado y domingo.
”Pero hay que comer todos los días”, afirma Mauricio, pintor de brocha gorda quien alterna ese oficio con la pesca para el sustento.
Hay pescadores furtivos, expuestos a multas, decomiso de implementos y retiro de licencia.
El estado no comercializa escopetas de caza, neumáticas, ni de ligas, pero existe la manufactura casera clandestina.
Algunos piensan que Rafael García se sumergió demasiado. Otros que su fuerza no le alcanzó porque se alimentaba mal. Fue su peor día de pesca.
Rafaelito, vigoroso joven de veintisiete años desafió el inescrutable océano con arrogancia de niño y perdurable sonrisa, pero pudo más el mar.
“Asfixia por envenenamiento de la sangre”, certificó el forense.
Fue sepultado el domingo doce de junio en el cementerio de Guanabo.
Rafaelito, otea el horizonte trasmutado en legiones de jóvenes pescadores cubanos que, clandestinamente y sin equipamiento, continúan retando al mar para ganarse el sustento.