SANTA CLARA, Cuba.- En los últimos tiempos el transporte en Santa Clara ha recibido una bocanada de aire fresco con la puesta en servicio de los ómnibus Diana. Sin embargo, una simple visita a las paradas entre las 7:30 a.m. y las 4:30 p.m. constata que la demanda es aún alta. El gobierno local todavía no crea las condiciones para asumir, en su totalidad, la transportación de pasajeros.
Por ello, la vía no estatal constituye una válvula de escape. A raíz de este fenómeno, una nueva ‘criatura’ comenzó a poblar las carreteras de esta ciudad. Se pueden ver en cualquier parte transportando pasajeros a diario, hasta altas horas de la noche.
Las “motonetas” llegaron como una suerte de salvación para aliviar la difícil situación del transporte en la capital de Villa Clara. “Han contribuido al apoyo de rutas complicadas y afligidas desde su entrada al gremio”, acotó Rogelio Blanco, funcionario en la Dirección Provincial de Transporte en Villa Clara.
Tanto es así, que con la apertura al trabajo por cuenta propia, los santaclareños han visto aumentar el número de motonetas en circulación hasta 133 (36 más que en igual período del año anterior), según datos estadísticos de la Dirección Provincial del Transporte del territorio.
El reconvertir motos superiores a los 175 centímetros cúbicos en motonetas fue aprobado a mediados del mes de mayo de 2013.
La motoneta
Producto de un amorío entre una fría motocicleta soviética y un vehículo de carga cubano desconocido, probablemente mestizo, la motoneta es la mejor y en muchas ocasiones la única alternativa para el que no pudo subirse al ómnibus.
Criatura mitológica, una suerte de minotauro. El torso de motor: Ural, Minsk, MZ, turbina para regadío de agua… El resto de la fisonomía se muestra en un abanico de formas, pero todas cuentan con una característica común: un tráiler con dos filas de asientos.
“La mayoría carga hasta ocho pasajeros, aunque existen de hasta doce o algunos más modestos, pobres, que solo soportan seis personas”, comentó Alfredo Hernández, chofer y mecánico de motonetas en el Reparto Caracatey, Santa Clara.
Los precios
El precio es fijo: cinco pesos por viaje, independientemente del trayecto. No existen regateos, favores, créditos y demás mediaciones.
En la noche, sin embargo, ese precio varía. Puede aumentar tres pesos en un viaje entre el Hospital Materno y el Parque Vidal. O el doble, 10 pesos, en el trayecto desde Parque Vidal al Reparto José Martí.
De todas formas, muchos recomiendan que “si se encuentra un coche o una motoneta trabajando luego de las 10:00 p.m., no lo deje escapar, pues después no queda más remedio que el alquiler del vehículo”. Así explicó Rafael Espinosa, de 56 años de edad.
Esta alternativa ‒reservada para unos cuantos mortales o para situaciones familiares extremas‒ pone en evidencia cuán urgente resulta la reorganización de piqueras, precios, rutas y horarios en este sector del transporte.
No obstante, en tiempos de oferta y demanda todo es posible. La Resolución 368 del Ministerio del Transporte del 2011, así lo establece. Por lo tanto, desde el punto de vista jurídico no existe violación.
Los dueños de estas motonetas, en cambio, esgrimen que todo se encarece pues deben pagar por el costoso combustible, las piezas de repuesto y otros insumos imprescindibles para mantenerse en servicio. “El gobierno no nos da ni facilita nada”, argumenta William Hernández, joven de 32 años y chofer.
Sobre la procedencia de las piezas y otras provisiones necesarias para el buen funcionamiento, la fuente dice: “La mayoría proviene del mercado negro y esto lo saben todas las autoridades. Debería pensarse en una alternativa viable para nosotros y así aliviar al pueblo que es el más perjudicado al final”.
El motonetero
No importa si el pasajero es sociólogo, ingeniero o veterinario, sobre las tres ruedas manda el que lleva las riendas de la criatura: el chofer o “motonetero”.
Riñonera asfixiando la cintura, el casco apachurrado contra el cráneo, gafas intransigentes, camisa enguatada. “La mayoría son relativamente jóvenes, aunque siempre aparece alguno más adulto, veterano de mil piqueras”, refirió Cristina Alonso, profesora de la Universidad Central de La Villas (UCLV), con tono sarcástico.
“Son los amos de la vía”, dicen algunos. “Aventajan por mayoría a los antiguos zares del camino, los choferes de las guaguas”, los califican otros.
Al increpar por el precio del pasaje, sin mucha demora el motonetero remite la pregunta al verdadero amo de la “bestia”: un ente superior en la cadena de cobro que espera en su casa, sin apremio alguno, el monto diario de un alquiler que él considera justo.
“Tengo que dar al dueño de esta motoneta 500 pesos diario. Ese el acuerdo de casi todos los propietarios con sus choferes. Pienso que es justo porque no tenemos que invertir nada y ganamos 200 pesos diarios aproximadamente. ¿En qué otro trabajo podría ganar eso?”, comenta satisfecho Alexis Casanova, chofer de la motoneta con matrícula P 72378.
El viaje
“Me gustaría conocer al que fijó el costo del viaje, que más que un viaje es un castigo”, dice Oscar Reyes, ciudadano de 52 años. “Repare por un momento en el espantoso y constante bramido del motor o en lo reducido del espacio”, convida.
La gente va como en penitencia: las rodillas dobladas, los codos sobre los muslos, el mentón rígido entre las manos abiertas, el viento golpeando las caras. Pareciera que meditasen, pero hasta un monje tibetano sería incapaz de conciliar la paz mental a bordo de una motoneta.
Un bache, una curva emprendida a toda velocidad o alguna de las variadas paradas del chofer en el camino ‒un café, una conversación con un colega o una reparación momentánea‒, se encargarán de perturbar el viaje. “Habría que pagarle a uno para semejante tortura”, exclama un pasajero de la ruta Buen Viaje-Universidad, mientras los otros apoyan.
Pese a ello, muchos defienden al vehículo al alegar que “ha resuelto tremendo problema”. Pero lo cierto es que las paradas no se vacían y las billeteras adelgazan con los días. Sin embargo, este sui géneris artefacto aventaja al transporte estatal por no tener horarios y ser rápido, y porque no hay calor y siempre se viaja ‘sentado’.