LA HABANA, Cuba. –Los cubanos que vivimos en la isla, al llegar el mes de la Navidad, ansiamos con cierta inocencia ver en alguna de nuestras tiendas esas rebajas que, según nuestros familiares en el extranjero, ellos disfrutan.
Hace unos días, mi esposo fue a una tienda cercana y compró un paquete de pollo. Le pareció barato, pero no supo en realidad cuán barato, comparado con lo que usualmente cuesta, pues él no suele comprar en ese establecimiento. Por esa razón no adquirió una cantidad mayor. También se fijó que había otro señor comprando cerca de diez paquetes del mismo pollo.
Cuando regresó a casa y me lo enseñó, di saltos de alegría: Le habían cobrado 1 dólar menos del precio regular! Mi marido ni se había enterado, pero así fue, el precio cotidiano es de 2,40 dólares el kilogramo, y esta vez nos cobraron 1,40 dólares.
Con tanta emoción ante tan “notable” rebaja, pensamos que por fin habían empezado a revisar los precios abusivos y nos estaban dando a los ciudadanos un estímulo por el fin de año. Aunque en realidad, no había mucho más que celebrar pues las postas eran tan chiquitas que apenas se podían tomar con la mano. ¡Pero algo era algo!
Como ya era tarde para salir a comprar más postas y aprovechar la “rebaja”, empezamos a soñar cómo a partir de ahora podríamos comer pollo frito, en salsa, asado, a la barbacoa, aporreado, en sopa. Tendríamos más variedad. Además, si habían bajado el precio de los muslos, debían bajar aún más el de la molleja, que es prácticamente un desecho del animal. En lugar de 1.90 el kilogramo, seguro lo pondrían a 0.50 o algo así, y podríamos comerlas más seguido.
Lo mismo con los paquetes de hígado de pollo; si los rebajaran, sin dudas que dejaríamos de pensar en que tienen colesterol. Seguro debían estar al revisar el costo de los muslos de pavo, que al principio tenían precios bajos, pero que empezaron a subir hasta que tuvimos que parar de comprarlos.
Y la ternilla de res, que antes de la Revolución los carniceros daban gratis “como una contra”, y que hace años redescubrimos en el mercado de Primera y 70. Verdad que para entonces por poco más de un dólar comíamos diez personas. Pero después la subieron y en definitiva la desaparecieron.
Soñamos que tal vez hasta volvieran a traer las latas de carne venezolanas que hace unos ocho años vendían a un dólar. ¡Cómo resolvieron problemas! ¿Por qué se esfumaron? También se desvanecieron las sardinas del mismo origen, que surgieron y se evaporaron al mismo tiempo que la referida carne. Estuvimos sacando cuentas toda la noche de cómo, si solo revisaran estos precios y pusieran un margen de ganancia remunerativo, pero no explotador, íbamos a mejorar nuestro nivel de vida.
Al día siguiente llegamos a la tienda antes de que abriera sus puertas. Fuimos los primeros y, por si acaso, fuimos directo a los pollos. ¡Pero qué va! ¡Los precios eran los mismos de siempre! Estaba todo a 2.40 el Kg. ¡Ahí mismo el sueño acabó! ¿Qué había pasado? Tal vez fue un “error” cometido “a propósito” en la caja para que los propios trabajadores aprovecharan. O a lo mejor fue un “sobrante” del que tenían que salir por causa de una auditoría. No sé. Todavía no me repongo.
Es verdad lo que dice el refrán: ¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre!