Foto-reportaje Polina Martínez
LA HABANA, Cuba – Cuando caminas por la avenida 31 hacia abajo, en la capitalina zona de Playa, te encuentras con el populoso barrio de Buenavista, hogar santeros, babalaos y paleros: “Lo que da negocio es la santería, vender yerbas para los servicios religiosos no se agota nunca. Hay demanda de productos mágicos, sobre todo por mujeres que quieren enganchar a un extranjero, para ver como le venden a esto”, explica Juana la yerbera de las calles 60 y 29.
En muchas casas, en los portales, en las salas, ves muñecas ataviadas como las orishas Ochún o Yemayá, altares de Babalú Ayé (San Lázaro), el santo de las muletas y los perros, y de Changó (Santa Bárbara) con su capa roja, su espada, y su manzana. Aquí, en Buenavista, todos creen, por si acaso. Todos los santos ayudan a escapar.
Juana me comenta: “Vienen a comprar flores, velas, aguardiente, miel, melao de caña, cocos para los muertos. Por aquí circulan los carros de los turistas extranjeros y los diplomáticos que van hacia la 5ta avenida. Algunos autos se detienen. Las mujeres que los acompañan, se bajan, y colocan ofrendas a los santos, para que las ayuden a coger el avión”, afirma José Ylmer, Babalao de la esquina de 64 y 41.
En este barrio, de religiosidad y carnales deseos, se mueve la marihuana: “La traen de la zona oriental. Se consume a escondidas… Ya sabes, si te cogen, te parten las patas y pal tanque”, me comenta un carretillero conocedor del contrabando. Aquí florecen los paladares (restaurantes privados) como Los Compadres, La Guadalupe, CafeSong, Bon Apetitte, Costa Bella, WakaWaka, La Casa del Cliente y muchos más: “La carne prohibida (de res) es la predilecta de los clientes cubanos y sus acompañantes, la carne de res o caguama, el queso gouda, el jamón serrano… hay una clase de gente que ama lo exótico y paga su precio”, me dice Ramoncito, dependiente de unos estos lugares.
En Buenavista, como en cualquier barrio de La Habana, son visibles los “apuntadores de la bolita”. Se les encuentra sentados en las esquinas, jugando dominó y tomando “ron peleón”. También coexiste una fauna que vive de la estafa y del trapicheo.
En Buenavista los establecimientos del estado abren y cierran a las horas que les da la gana a sus administradores. Las calles están destruidas. Se acumula basura en las esquinas. Y los vecinos pierden las esperanzas: “Quiero salir de esta miseria, mi salario es ridículo, mi marido trabaja en comunales ganando 700 pesos (28 dólares) al mes. Eso no alcanza para nada”, dice Olguita, una costurera que vive en la esquina de las calles 64 y 39.
En este pedazo de la capital cubana gobierna “el mal de ojo”. Y cada cual se protege cómo puede, con brujería o con un palo. Reina la violencia. La gente del barrio piensa que la verdadera buena vista está a 90 millas al norte del muro del Malecón. Y en eso andan, en tratar de escapar.