LA HABANA, Cuba.- Marisol Gómez Giraldo, periodista de El Tiempo, el medio más influyente de Colombia, estuvo en La Habana y cubrió para el periódico el proceso de paz con las FARC, en el que Cuba y Noruega sirvieron de facilitadores y del que, aunque el escenario fue La Habana, los cubanos supieron muy poco.
“Mi contacto mayoritario era con taxistas o con la gente que atiende en los hoteles, que era donde me quedaba”, cuenta Marisol de lo que fue La Habana para ella. “La gente decía: ‘Por ahí sabemos que está la FARC’; incluso decían: ‘Qué cosa tan larga’, ‘¿eso no se va a acabar?’, ‘¿cuántos días llevan en eso?’ La gente tenía la sensación de que ya era demasiado tiempo, las FARC en La Habana y más nada”.
Aunque realmente llevaban años.
La periodista deja claro desde un inicio que “lo que pasó en La Habana es la cosa, para Colombia, más importante que le ha pasado a este país en medio siglo de guerra con la guerrilla más perturbadora de todas las que había, protagonista de secuestros, masacres, atentados terroristas”, y es el punto de partida para el análisis de un proceso de paz complejo del que los colombianos están muy agradecidos, aunque los cubanos no nos hayamos enterado y del que, como pueblo, no entendamos muchos de su evolución porque entender a Colombia sería tener en las manos otras herramientas de transformación poco convenientes para el totalitarismo de los Castro.
Los acuerdos de paz hablan de juzgar los delitos de lesa humanidad y de perdón, pero, según Gómez Giraldo, “la reconciliación no es fácil porque hay mucho rechazo a las FARC”.
“La mitad del país no le cree”, añade, refiriéndose a las votaciones por un plesbicito que fuera televisado en Cuba y que los cubanos criticamos sin tener la mayor parte de los argumentos. “Cincuenta y pico los que no y 49 los que sí, pero lo que demostró fue que la mitad del país no está de acuerdo con que la FARC no fueran a la cárcel y no está de acuerdo con que participaran en política”, no que estuvieran en contra de la paz.
La cárcel y la participación en la política porque ambas cuestiones eran puntos de partida en las negociaciones.
Había que darles “un reconocimiento político porque habían tenido un origen político independientemente de que su lucha se hubiera degradado en el transcurso de este medio siglo”, y luego de 53 años de guerra se les propuso abrir el espacio político para que “participen en política legal y sin armas, entonces eso no estaba en discusión”.
Los “críticos” del proceso también tenían el “fantasma del castrochavismo” como argumento para oponerse a la firma del plesbicito, que según la entrevistada, fue un “invento propagandístico”.
“Creo que Colombia y el gobierno encabezado por Juan Manuel Santos tenían una cosa muy clara”, afirma. “Se lo oí en una entrevista al presidente Juan Manuel Santos para el libro que escribí: había que restablecer relaciones con Venezuela, en ese momento con Chávez, porque esta guerrilla se refugiaba allí y La Habana podía ser un sitio neutral pese a que, en su momento, inspiró a los comunistas de muchos países, entre ellos a los colombianos; pero definió lo que eran Chávez y Colombia para él: el agua y el aceite”.
Para Gómez Giraldo, Colombia “vio en el Gobierno cubano a un facilitador muy serio”, y aunque “la prueba de la seriedad es que el proceso de paz salió bien” y “los negociadores colombianos aprendieron montones del Gobierno cubano sobre lo que es facilitar sin interferir, sin privilegiar a nadie”, dejando fuera una variable significativa: el Gobierno cubano no es capaz de sostener conversaciones desde la base del respeto con sus propios ciudadanos. Quizás la intervención de Noruega fue determinante aunque apenas se hable de este garante en el proceso.
Pero “reconciliación” no significa impunidad.
“Después de la creación del estatuto de Roma, que es el marco jurídico de la Corte Penal Internacional, en ningún lugar del mundo los delitos graves de lesa humanidad, los crímenes de guerra, pueden ser amnistiados ni indultados; no pueden tener ni perdón ni olvido”, y esa es otra de las bases del acuerdo de paz.
“Por eso los autores de delitos graves son los que van a pasar por una sala de reconocimiento de verdad”, serán juzgados ante un tribunal y tendrán un tiempo de restricción de libertad. “Es una apena alternativa que tiene base en la justicia transicional, que es perfectamente aplicable y aceptada por el derecho internacional; incluso por la Corte Penal Internacional”.
La periodista describe uno de los puntos que pudieran ser ejemplos a un utópico proceso de transición en Cuba: “La sanción restaurativa es que tienes que hacer obras para las víctimas; por ejemplo, ayudar en la construcción de puentes en zonas habitadas por el conflicto, construcción de escuelas. En vez de ir a una cárcel, que a lo mejor no te cambia, no hace nada en ti, no hace nada para tu víctima”.
En Colombia se agregan otras obras de restauración como el desminado y el trabajo en sustitución de cultivos ilícitos. Trabajos de restauración que ponen sobre el tintero otros escenarios donde las FARC se destacaban, como el narcotráfico.
“El punto tres de La Habana que es el fin de las drogas y los cultivos ilícitos”, pero la realidad colombiana está frente a “una complejidad muy fuerte porque hay narcos que están intentando comprar los espacios de las FARC y entonces obligan a los campesinos a sembrar coca”.
Por otro lado está que el Gobierno solo hace “pacto de sustitución” con los campesinos que no tengan más de 3,8 hectáreas, para que sea considerado un “pequeño cultivador”. Por otra parte, “desoye a los que tienen más tierras”, deduce que son “negociantes de coca” o “cultivadores industriales”; entonces les aplica la “radicación forzada”, victimizando doblemente a los campesinos en un período de posconflicto, quienes no solo fueron víctimas de las guerrillas sino de militares, policías y agentes del Estado, que en medio de la guerra los vestían de militares y los mataban para presentar resultados. Estas muertes terminaron llamándose “falsos positivos”.
Los otros acuerdos tomados en La Habana fueron cinco, entre ellos una reforma agraria que contempla llevar inversiones al campo y dar tierra a los campesinos que no la tienen. También se convino permitir la participación de la FARC en la política y se hizo un tratado sobre drogas y cultivos ilícitos, aun cuando se reconoció que el cultivo mínimo de marihuana debía respetarse por el uso en comunidades ancestrales en ritos o con uso medicinal.
También estuvo el tema de las víctimas, “que es todo el capítulo de justicia para la paz”, afirma la periodista.
“He hablado con muchas víctimas colombianas de todo tipo”, continúa la periodista. “Lo principal para una víctima es que no se repita lo que les pasó a ellos, y la verdad no les importa tanto que la gente vaya a la cárcel”.
Cataloga a quienes quieren cárcel para las FARC como “víctimas politizadas”, pero la realidad se impone. “En ningún boletín de prensa de una brigada del Ejército se habla de tantos muertos ni de tantos heridos”.
“He cubierto el conflicto desde hace 24 años, y uno se levantaba con la noticia de una masacre, un atentado terrorista, o la toma de un pueblo por las FARC. Ese era el país de hace cinco años”. Reboza de optimismo aunque los colombianos aún permanecen escépticos.
Las interrogantes se las plantea la misma Gómez Giraldo: “¿Va a lograr Colombia firmar tantos pactos con los campesinos para que sustituyan voluntariamente? ¿Les va a cumplir en la tarea de ayudarles a sustituir el cultivo ilegal por el cultivo legal hasta que los estabilice económicamente?”, entre otras cuestiones como la importancia de lo que ella llama “pasar la página” y seguir adelante; o la negociación con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla inspirada en la revolución cubana, con la que, aunque menos fuerte militarmente, ha resultado más difícil el diálogo.
No solo para la entrevistada, sino para muchos otros, el Gobierno cubano en su papel de facilitador no representa una amenaza ni un ejemplo fatídico para la democracia en Colombia. Confía en que el respeto mutuo que dice ha primado en las negociaciones.
“Para un cubano puede parecer una paradoja” que un gobierno militarizado, “que ustedes llaman represor, que cohíbe libertades, viene a ayudar a hacer la paz en otro país”, pero “aquí se trataba de acabar una guerra”, concluye Gómez Giraldo. “Creo que el régimen cubano estaba muy consciente de eso, aunque no nos guste el sistema cubano, lo mismo que no nos gustaba el chavismo”.