LA HABANA, Cuba.- Rosendo está preocupado por su salud. Ya cumplió 82 años y está sufriendo los males de la vejez. Aunque no tiene grandes problemas ni una enfermedad grave, lo inquietan la cardiopatía isquémica que le han diagnosticado y la hipertensión moderada que sufre.
Hace poco más de un año, a las manos de Rosendo llegó un artículo que narraba cómo una doctora, Jane Plant, se había curado de varios tumores cancerosos en todo el cuerpo. Para ello sólo había eliminado de su dieta todos los productos lácteos, llegando al extremo de ni siquiera comer galleticas dulces cuya crema pudiera tener algún componente de la leche. La lectura de ese trabajo hizo que el anciano se interesara en temas de la medicina alternativa.
Ahora, hace un par de meses, pudo ver un documental norteamericano titulado What the health?, del director Kip Andersen, donde varios doctores señalan los millones de personas diabéticas e hipertensas que existen en los Estados Unidos, y explican de modo muy convincente cómo estas enfermedades son provocadas únicamente por lo que cada individuo come.
También en el documental los especialistas demuestran que, con la dieta vegetariana, personas que consumían 15 tipos de pastillas diferentes dejaron de necesitarlas en apenas un par de semanas. Algunos, que no podían deambular debido a los dolores, pudieron hacerlo al cabo de ese mismo tiempo. En el documental alegan que este conocimiento no sale a la luz pública por causa de las compañías farmacéuticas y las grandes cadenas de comida chatarra, que cabildean para que esa información no sea divulgada.
Rosendo se sintió iluminado. Para librarse el resto de su vida del tratamiento para la hipertensión, lo único que tenía que hacer era volverse vegetariano. Lo primero que se ahorraría con esta decisión serían las horribles colas que se forman en las farmacias cuando llegan los medicamentos, pues a menudo éstos no alcanzan ni para todos los que están inscritos desde hace años o ni siquiera llegan en meses.
Esto se lo comentó a sus familiares al anunciarles su decisión. También les pidió que, cuando un domingo hubiera algún bistecito, ni siquiera se lo dijeran para no sentir que se estaba inmolando.
Tomó una jaba y, para empezar su nueva vida con 82 años, se fue al agro más cercano. Éste es de productos estatales; está peor surtido, pero los vegetales resultan un poco más baratos. Volvió con unos frijoles, boniatos y habichuelas, que era lo único que había. Eso almorzó y comió los dos primeros días, con un poco de arroz.
Al tercero fue al agro y trajo una pequeñísima col, más frijoles y unos chopos —que resultaron ser picantes— para los dos días siguientes. Un vendedor ambulante ofertaba tomates, pimientos y cebolla, pero estaban demasiado caros para su bolsillo. Al quinto día volvió con frijoles y unos platanitos que de verdes pasaron directamente a podridos, sin experimentar el proceso normal de maduración. Al parecer, los habían cosechado estando aún tiernos.
Al séptimo día compró boniatos de nuevo. Tenía el plan de adquirir unos plátanos verdes de freír para hervirlos, pero por causa del reciente ciclón Irma no encontró ninguno; tampoco calabaza, ni papas, ni malanga. Las frutas brillaban por su ausencia. Sólo boniatos y frijoles. Se animó a recorrer el kilómetro y pico que hay entre su casa y el agro de 19 y B. El surtido era mucho mayor, pero los precios lo dejaron pasmado. Con su jubilación no le alcanzaría ni para una semana. En el cumpleaños de su esposa no quiso ir a un restaurante barato, no probó el cake que compraron. Se mantuvo comiendo arroz, frijoles y boniato, y de desayuno, pan y té.
Tras un mes como vegetariano, empezó a perder el embullo. Se estaba privando de consumir algún que otro picadillo de pavo y hamburguesas de res de las que venden en la “shopping”. También los huevos y el queso (o, al menos, lo que comercializan con ese nombre en pesos cubanos), que le gustaba comer de postre con dulce de guayaba.
Ahora se acercan las celebraciones de diciembre que incluyen cerdo asado y, como es lógico, sólo ocurren una vez al año. Si hubiera seguido con su plan, habrían sido dos meses comiendo lo mismo y eso era demasiado. Rosendo se dio cuenta de que para poder ser un vegetariano como Dios manda, hace falta un amplio surtido de frutas y vegetales a precios asequibles. Algo que en Cuba no existe.
En definitiva, el viejo desistió de su empeño. Pero él mismo se consuela. A todo el que le pregunta por su intento fallido, le responde: “De algo hay que morirse”.